El Gaudí japonés

Etsuro Sotoo lleva 29 años reinventando a Gaudí. Oculto en la cripta de la Sagrada Familia, convierte las anotaciones que dejó el arquitecto en las esculturas que decoran la fachada del Nacimiento. En su país se le conoce como el Gaudí japonés.

El escultor Esturo Sotoo (Fukuoka, 1953) lleva más de media vida trabajando en la Sagrada Familia, encerrado en su obrador y poniéndose en la piel de Antoni Gaudí. Como el genial arquitecto, apenas sale del templo para dormir, comer y rezar. Se acababa de licenciar en bellas artes, tenía apenas un año de experiencia como profesor de arte y visitaba Barcelona en 1978 cuando le impresionó el templo inacabado: "Era el montón de piedra más fabuloso que jamás había visto", comenta. Pidió trabajo como picapedrero. Quería continuar la fachada del Nacimiento (la única que, con el tiempo, en 2005, y gracias al trabajo de Sotoo, sería declarada por la Unesco patrimonio mundial). Hizo una prueba y le dieron el puesto. Desde entonces completa lo que Gaudí no tuvo siquiera tiempo de pensar. Cuando acabó con los huecos comenzó con los apuntes del arquitecto. Ahora que se han acabado las pistas le está tocando tomar decisiones. Para conseguirlo decidió empaparse de Gaudí, tratar de adivinarlo. Y hoy, Sotoo -que antes no practicaba ninguna religión- es un devoto católico, un escultor encerrado en la cripta de la Sagrada Familia.

Etsuro Sotoo -Leila Méndez

Tiene su taller ambulante en el interior de la iglesia. Nos recibe al mediodía, mientras sus ayudantes vierten hormigón para hacer un molde. En el minúsculo horno del estudio espera un filete y unas cebollas cortadas con tal gracia que el plato parece un bodegón. Aún tardará una hora en comérselo. Ha comenzado a hablar de Gaudí -"un pozo sin fondo que ni se reinventa, ni se acaba", dice-. A ese misterio ha dedicado 29 años de su vida. Y para explicar el inagotable fenómeno Gaudí, Sotoo recurre a una idea: la de crecer después de la muerte, que para él equivale a no morir. Cree que eso, crecer después de muerto, sólo ocurre con lo más grande. "Piense en Jesús. La gente sigue sus enseñanzas sin conocer siquiera bien su historia. Jesucristo no murió hace 2007 años, sino hace 2014". Y apunta que los detalles, con el tiempo, pierden importancia. "En el caso de Jesucristo, lo que importa es cómo actúan hoy sus discípulos. La fecha exacta de su nacimiento se convierte en una anécdota".

Así, lo que más le interesa a Sotoo del arquitecto catalán no son los detalles de su vida ni de su obra, sino algo difícil de medir: "Lo que sigue moviendo". Eso, considera este escultor, es la verdadera herencia del arquitecto de Reus, la que le ha absorbido a él desde que llegó a Barcelona hace 29 años buscando una cultura sólida porque un profesor le había enseñado la importancia de lo permanente. "Por eso vine a Europa, que es una cultura pétrea. La piedra es como una madre, es origen. Al final del universo quedarán las piedras. La gente que fue a la Luna trajo piedra", apunta. Sotoo considera que, en la vida, quien se aleja de la naturaleza, se pierde, y que la naturaleza devuelve más de lo que le das. Que de un grano inicial obtenemos miles de granos. Y eso le ha pasado a él con Gaudí. Le ha dedicado su vida. Y ha obtenido vida de él.

Antes de llegar a Barcelona, este escultor no conocía a Gaudí. Había crecido en Fukuoka, al oeste de Japón, como un niño enclenque. "De mi infancia recuerdo mi debilidad. No podía correr ni saltar por los bancos. Pero hoy mis compañeros de colegio no me conocerían", dice. "Gaudí me ha hecho fuerte. Me ha hecho crecer por dentro y por fuera". No era tan fuerte, aunque sí muy decidido, cuando, con 25 años, pidió trabajo en la Sagrada Familia. Se quedó a vivir en Barcelona, y en el templo se encontró con Gaudí. Poco a poco aprendió a conocerlo. Y a quererlo. Gaudí dejó apuntes. Y este escultor los interpretaba. Una parte era fácil: el simbolismo de los evangelistas, los fragmentos de los libros del Evangelio favoritos del arquitecto. La otra parte exigía ponerse en la cabeza de otra persona. "El resultado no ha sido obtener los datos para hacer las cosas a medida, el resultado ha sido una libertad que se vive también como un vacío", comenta Sotoo. Así, en sus esculturas, este japonés-barcelonés ha explorado también la ambigüedad. La fachada del Nacimiento del templo, por ejemplo, está decorada por una niña que se ofrece en sacrificio para salvar a su familia. También hay esculpido un anarquista lanzando una bomba que, para Sotoo, representa la tentación. Todo es fruto de su imaginación. "Trato de representar lo que creo que buscaba Gaudí. Y a veces suceden cosas extrañas. En el caso del anarquista, ésa era toda la información que yo tenía. No había croquis, ni dibujos, ni por supuesto detalles. Gaudí sólo escribió una nota para la decoración de ese rincón en la que ponía: 'Anarquista". Luego, Sotoo hizo lo que pudo. Y ocurrió algo extraño. El escultor asegura que halló la respuesta en un libro sobre la primera reconstrucción del Liceo, a finales del siglo XIX. Sucedió que un anarquista tiró dos bombas. Ese hombre se llamaba Santiago Santiago. "En el libro salía su cara. Tenía bigote, y los rasgos coincidían con los que yo había elegido para el anarquista de la catedral de Gaudí", cuenta Etsuro Sotoo.

De modo que lo que hizo este escultor -una vez acabados los apuntes, las anotaciones y los croquis de Gaudí, a partir de los que se podía trabajar- fue intentar ponerse en la piel del arquitecto. Quiso aprender a pensar como él. Y no tuvo más remedio que comenzar, él también, a desvelar el misterio que rodea a Gaudí. Así, se sumó al elenco de estudiosos y biógrafos que llevan años analizando ese enigma. Y conjeturando sobre él. "Si no me hubiera hecho una idea de quién fue, no hubiera podido saber nunca de dónde sacaba las ideas y por qué quería hacer las cosas", dice. Digámoslo de entrada: después de 29 años, Gaudí sigue siendo un misterio -"aunque menos misterioso"- también para Sotoo. Considera que, conociendo su carácter y sus trabajos, podemos imaginar los problemas que tuvo. "Si alguien de personalidad suave ya tiene problemas de convivencia, imagínese alguien atormentado, y un artista es siempre alguien atormentado porque es alguien descontento. Y eso es una condición de la genialidad: buscar lo inalcanzable. Gaudí nunca estaba satisfecho. Eso le hacía un artista".

Que la figura de Antoni Gaudí ha sido siempre un misterio no es una novedad. Ha tenido varios biógrafos que no se han puesto de acuerdo. Algunos lo tachan de anarquista, y otros, de devoto católico. Por eso, Sotoo desvela, sin darse importancia, cómo, poco a poco, ha ido componiéndose una imagen del arquitecto. "Han escrito sobre él como se escribe sobre lo desconocido", comenta. "Han dicho de él que era homosexual y drogadicto", añade. Él no da crédito a esas afirmaciones; sin embargo, está convencido de que hay datos objetivos para afirmar que Gaudí fue profundamente religioso. "Cada día, cuando terminaba de trabajar a las siete de la tarde, se llegaba hasta la iglesia de San Felipe Neri, cercana a la catedral. Allí hay un cuadro pintado por Joan Llimona en el que el sacerdote tiene la cara de Gaudí. Llimona era entonces un joven pintor, y no hubiera pintado nunca el rostro de un gran artista en la figura de un sacerdote si no lo hubiera considerado como un sacerdote".

A partir de ahí, Sotoo se adentró también en la cultura católica. Y se metió tan de lleno que terminó por convertirse al catolicismo. "Necesitaba saber cómo quería ser Gaudí. Como escultor sentí que llegaba un momento en el que no podía avanzar más. Había estudiado concienzudamente las maquetas, los apuntes, la iglesia. Durante años había tratado de imaginarme sus razones, sus decisiones. Mi cuerpo y mi mente ya no daban más de sí. Un día me pregunté: ¿quién fue el primero en hablar del amor como lo más importante? La respuesta ya la conoce: Jesucristo".

Así comprendió que el mundo en el que se había movido Gaudí había sido un mundo de amor y fe. No exento de sufrimiento y duda, pero lleno de pasión. "¿Por qué no puedo entrar en un mundo así?", se preguntó. Tenía 37 años. Hasta entonces no había practicado ninguna religión, aunque confiesa que la había buscado. "Todas me interesaban como un camino de búsqueda, pero ninguna me convencía hasta que me decidí".

Sotoo se convirtió al catolicismo hace 17 años. Luego llegaría otra cruzada, la de la beatificación del arquitecto que él mismo no dudó en promover. Todo empezó con una escultura, naturalmente. Etsuro Sotoo cinceló una hucha en la tumba del arquitecto. "Valoro que las cosas se consigan con esfuerzo. Gaudí caminó en solitario. Y me gustaría que la gente conociera ese camino espiritual tan importante para cuanto hizo como artista. Eso me movió a promover su beatificación", comenta.

Pero no todo es amor y pasión en el trabajo de este escultor. La vida a la sombra de Gaudí tiene también momentos agridulces. "Tras el Año Gaudí aparecieron muchos especialistas, que antes no sabían nada de Gaudí. Se puso de moda. Querían conocer su obra, saber más de su vida. Pero las contradicciones son difíciles de entender. Nadie sabe en realidad quién fue Gaudí. La única manera de acercarse a él es llamando a la puerta de su corazón. Para comprender su obra hay que ponerse en su piel", considera. Sotoo defiende que en la vida y en el trabajo de Gaudí no había planificación ni modas. "Había tortura", dice. Cree que lo que motivaba a Gaudí no era el diseño ni la arquitectura, sino su pensamiento y sus sentimientos. Por lo demás, ahora que el templo tiene por fin dinero para ser terminado, este escultor confiesa albergar otras preocupaciones que le roban tiempo. "El dinero complica las cosas. Crea obligaciones. Yo no sé actuar de forma políticamente correcta. Ni hacer publicidad. Hoy mi trabajo me obliga a hacer marketing, y eso agota".

A pesar de vivir encerrado en la Sagrada Familia, la vida de Eturo Sotoo, más allá de Gaudí, está en China y en Japón. "Cada año, en Japón, me encargaban una escultura. Y China era el lugar más económico para producirla. Las cosas salían bien porque los trabajadores tenían hambre. Hoy día, los chinos ya no tienen tanta hambre. Y claro, ya no trabajan tan bien". En su país, Japón, Sotoo es famoso -se le conoce como el Gaudí japonés- gracias a un anuncio de Nescafé. "Me filmaron como el continuador de Gaudí".

Además del templo inacabado, Etsuro Sotoo tiene otra familia. Su mujer, Hisako Hiseki, es pianista. Interpreta piezas de Granados y de Falla "que muy poca gente sabe tocar", apunta. Su hija ha estudiado publicidad en Barcelona. "Queríamos que no sufriera, que tuviese una nómina", comenta. Y además de las esculturas con las que completa el templo de la Sagrada Familia, Sotoo tiene otra obra. La empresa Louis Vuitton le encargó una escultura para conmemorar el 150º aniversario de la fundación de la firma en Barberá del Vallés, donde está su mayor fábrica y trabajan 800 trabajadoras. "Allí coloqué una pieza de 35 toneladas de mármol de Guatemala", cuenta. Con todo, también su obra personal nace de los restos de la Sagrada Familia: "Todo el material sobrante es especial. Un día decidí que no lo quería tirar. Lo guardé. Y así, de los restos de una gran obra salen otras obras".

La dirección del templo barcelonés calcula que tardará unos 20 años en concluirse, así que Etsuro Sotoo habrá tenido que renunciar a casi todo en su vida. Pero él se alegra. "No conozco casi nada más allá de Gaudí: ni lugares, ni bares, ni calles, ni modas. He renunciado a viajar, a conocer muchas cosas. Pero estoy encantado de sentirme cada vez más pequeño".

En la fachada opuesta a la que él trabaja, la de la Pasión, esculpió durante años otro artista, Josep Maria Subirachs, rodeado de polémica. Sotoo comenta que Subirachs está mayor y ya no trabaja. Y apunta, con humor diplomático, que "Gaudí es mejor que Subirachs". Y lo explica: "Subirachs está pasado de moda, encerrado en la jaula de su propia modernidad. Eso es un defecto de nuestra época: no abrimos puertas al futuro. Gaudí es mucho más moderno. Él abrió puertas. La Sagrada Familia es una obra eterna. Gaudí estaba por encima del tiempo. Fue un arquitecto del futuro".

Fuente:
  • El Gaudí japonés, El País, domingo, 12 de agosto de 2007 (texto de Anatxu Zubalbeascoa)