Giacometti. Dibujar esculturas

Los dibujos y las esculturas de Alberto Giacometti están íntimamente ligadas, tal como se puede apreciar en la exposición que las reúne en Mallorca.

La celebración, la semana próxima, de la primera edición mallorquina de la feria Art Colonia ha propiciado que la ciudad de Palma rebose exposiciones de primera magnitud internacional. En lo que queda de mes coincidirán muestras individuales de Manolo Valdés (esculturas monumentales en el entorno urbano), Mimmo Paladino (Centro Pelaires), el Fernando Botero del compromiso social (Casal Solleric), Mario Merz (galería Kewenig), el fotógrafo Lee Friedlander (Fundació La Caixa) y, pongámonos aquí solemnes, Alberto Giacometti.

Formada por un centenar de piezas de su etapa de madurez -la que siguió a su aventura surrealista-, la exposición viene de ser exhibida en Girona y Lleida. El grueso lo conforman casi un centenar de dibujos, grabados y litografías, creaciones que, en el caso de Giacometti, deben ser consideradas obra mayor, pese a que su fama se asiente en sus esculturas. Basta un ejercicio de memoria simple para reconocer la deuda que buena parte de éstas guardan con sus dibujos.

Sus célebres figuras humanas filiformes, de las que se exhibe un espléndido ejemplo, La Jaula (1950), parecen rendir más tributo a la línea que al volumen. Un hilo de continuidad liga los dibujos del artista con esa parte de su producción escultórica. La exposición, proveniente de la colección particular de Helmut Klewan, invita a sumirse en ese tránsito de las dos a las tres dimensiones y en cómo su estilo escultórico maduró a partir de su destreza como dibujante. La gran paradoja -y el reto para el espectador- está en aprender a ver los dibujos como esculturas y éstas como dibujos.

En una parte importante de su obra sobre papel, Giacometti somete a su mano a una gimnasia frenética, de cuyas enmarañadas circunvoluciones hace emerger aisladas figuras humanas casi a modo de apariciones. El aguafuerte Retrato de Rimbaud es en este sentido revelador, un portento de elocuencia con la máxima economía de medios. Junto al poeta, desfilan retratos, entre otros, de Balzac, Bataille, Michel Leiris y Matisse, así como un busto de Simone de Beauvoir que cabe en una caja de cerillas.

Cinco pinturas nos acercan también al artista oscuro, casi desabrido, que se recrea en los grises, cenizas, marrones y negros con los que hace aparecer desdibujadas figuras sin contornos, que se confunden con sus fondos lóbregos. El contrapunto humanizado lo pone un espacio acotado para las fotografías que le hicieron Cartier-Bresson, Doisneau, Arnold Newman y otros célebres retratistas.

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