Sobre el concepto de fealdad en el arte

El esplendor de la fealdad

La estética de lo feo conquista el gusto popular. Varias exposiciones y un ensayo de Umberto Eco demuestran que el abismo no pierde su atractivo.

La luz viene de muy arriba, tamizada, blanca como las altas paredes de donde cuelgan dos cuadros con figuras distorsionadas. Deformes. ¿Feas? ¡Fascinantes! Un picasso y un bacon separados por 22 pasos. Y entre ellos una pareja de pálidos veinteañeros salidos de un carnaval luciferino. Son Birgit y Alain, empecinados en transgredir su belleza natural. Están allí, a orillas del lago de Lucerna, en el Museo de Bellas Artes, en mitad de dos de los artistas que dinamitaron en el siglo XX los cánones estéticos y que han facilitado el pasaporte para que este par de jóvenes sean hoy embajadores de la democratización de la fealdad.

Un cristo martirizado. Aunque al modelo de belleza clásico de Occidente siempre lo han tratado de resquebrajar, el cristianismo ha sido uno de los que más ha ayudado a familiarizar el lado más feo de la vida al concebir un Dios castigador e incorporar el martirio e impregnar todo de pecado y penumbra.

De espaldas a los dioses, pero sin olvidarlos.

Y todos aliados de Pandora para destronar la belleza tradicional y revolucionar el futuro estético. Conquistar la fealdad. Redimirla.

Siete hechos acaban de recordar que lo feo no es el lado oscuro de lo bello, ni una carencia. Han reafirmado que el concepto de belleza es tan ambivalente como el de fealdad, siempre a expensas de la cultura, la época, la política, la economía, la religión o la vida social. Aunque esta popularización de lo feo y el feísmo es inédita. Lo recuerdan la exposición de Lucerna (Suiza) Picasso versus Bacon: cara a cara; dos de homenaje en París: a Picasso y la celebración de los cien años de Las señoritas de Aviñón, la obra que inaugura la ruptura del arte, y otra de Courbet; el libro de Umberto Eco Historia de la fealdad (Lumen), la tan sonada celebración de los 30 años del punk y los 10 de una de las exposiciones que acabó por pulverizar las convenciones estéticas que quedaban y confirmar el mundo sin prohibiciones del arte: Sensation.

'El aquelarre' de Goya. Artistas como Brueghel y El Bosco (El jardín de las delicias) nunca han dejado de inquietar y horrorizar con muchas de sus obras, pero es el conjunto romano de Laocoonte (50 a.C) el primer ejemplo de reflexión estética total sobre lo feo. La hizo el alemán G. E. Lessing en 1766. Goya sorprendió después con sus pinturas negras. Fundación Lázaro Galdiano | Fundación Pedro Barrié de la Maza

Son días del penúltimo episodio del duelo perpetuo entre lo apolíneo y lo dionisiaco.

¿Pero por qué ha adquirido carta de aceptación, o pasaporte, la fealdad hoy? Agotamiento del canon clásico; búsquedas de nuevos horizontes a través de la transgresión, la rebeldía, la provocación y la subversión; crisis de valores y movimientos contraculturales; concordancia con los tiempos mercantiles y consumistas; el desarrollo de las nuevas artes y medios como la fotografía, el cine, la televisión, la música e Internet, que difuminan y normalizan cualquier frontera; el vivir de espaldas a la naturaleza e imitarla en un mundo artificial; por el mestizaje y la globalización; y por la neomanía y otras ideas en las que están involucradas la publicidad y la moda, aunque todas parecen salir de una misma raíz o desembocar en el mismo punto: lo feo como máscara y recurso para llamar la atención y obtener una identidad original y genuina en un mundo espiralmente competitivo donde lo feo ofrece un abanico de posibilidades inagotable. Irrepetible.

Frankenstein. Tras la Revolución Francesa (1789), surge el Romanticismo que se rebela contra los cánones exaltados por el Renacimiento. Proclama libertades y otras perspectivas que se prolongan hasta hoy. Un nuevo aliento que lleva el lado no bello a la literatura con criaturas como Frankenstein, de Mary Shelley, o el jorobado de Notre Dame, de Victor Hugo.

Así, su otrora fuerza ahuyentadora hoy está imantada de atracción.

"Incluso ha adquirido cierto prestigio. Tanto en las artes como en la vida cotidiana. Se trata del feísmo deliberado, no espontáneo, y que a veces es forzado. Desde los años sesenta ha venido aumentando su prestigio hasta convertirlo, a menudo, en un prestigio insulso, que suele esconder una cierta facilidad", advierte el escritor Javier Marías, que en algunas de sus novelas y artículos ha abordado el tema. "Es un complemento perfecto al glamourismo. Un ataque de guerrillas puntuales frente a ese dominio del glamour", afirma Xavier Rubert de Ventós, catedrático de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y profesor invitado de Berkeley y Harvard.

La presencia de la fealdad ha sido rastreada por Umberto Eco, que establece tres categorías: lo feo natural o feo en sí mismo (una carroña o un olor nauseabundo), lo feo formal o un desequilibrio orgánico respecto del todo, y lo feo artístico, que surge de cualquiera de los dos anteriores pero elevado a la categoría de arte por el artista.

Desde los conceptos griegos de belleza, el bien, lo verdadero, lo justo y lo armonioso en forma y fondo de Platón, hasta el esplendor de lo feo y sus paradojas en 2008, la fealdad se ha abierto paso de manera intermitente en la Historia, sobre todo después de que el Renacimiento sublimara la belleza clásica. La penúltima cruzada por resquebrajar el canon y mostrar otras perspectivas empezó hace dos siglos con el Romanticismo, que exaltó las formas libres, el sentimiento sobre la razón, la fantasía y las pasiones con un aliento trágico. Cien años después vendrían las vanguardias que reinventaron el arte, las dos guerras mundiales que trastocaron toda racionalidad y sensibilidad que hizo que el arte acechara cada vez más la realidad. Luego se pasó al nihilismo coqueto, del que hablaba Susan Sontag, hasta dar en los sesenta con el pop y el movimiento hippy y el rock que proclaman libertades y cambios que renuevan sensorial y culturalmente el mundo. Es el despegue de estéticas alternativas que pasan a ser un fenómeno social a un ritmo vertiginoso porque nace el glam, contesta el punk, se potencia el kitsch, irrumpen el camp y el trash, y emerge el grunge hasta mutar en el dirty chic.

'Las señoritas de Aviñón', Picasso. En pleno éxito de la era industrial y de la apertura artística del impresionismo, Picasso pinta en 1907 Las señoritas de Aviñón. Una gran ruptura de la tradición. Un cuadro que inaugura una nueva época para el arte y la estética con el cubismo de gran trascendencia. Se inaugura un nuevo orden que busca hacer pensar y reflexionar. AP

Es la era del marketing, del be you!, del do it!, del todo vale en el museo y en la calle. Incluso una calavera forrada de diamantes. La era de la belleza emancipada.

"Lo feo en toda la extensión de su sentido, que va desde lo grotesco al horror, pasando por lo ridículo y lo estrictamente feo, está en el centro del arte a partir del Romanticismo. Desde entonces la belleza como tal deja de tener interés para el arte, ahí están desde los fusilamientos de Goya, hasta cualquier obra de Pollock", asegura Antoni Marí, escritor y catedrático de Estética y Teoría de la Universidad Pompeu i Fabra, de Barcelona. Atrás queda la belleza como experiencia positiva y gratificante. A los impresionistas no les interesa ni lo bello ni lo feo, sino la escenificación técnica de la luz. "El interés no está por la evidencia de las cosas de la realidad, sino sobre los sentimientos y el espectador, y cuando los artistas, como Courbet, tienen interés en la realidad lo hacen sobre lo desagradable y conflictivo. La belleza en sí misma se convierte en una categoría anacrónica porque no da noticia de nada, salvo de la fragilidad de su equilibrio. Hoy estos equilibrios no se dan y desde hace tiempo interesa la idea de un mundo sin sentido, caótico, fragmentario, y las personas se sienten reconocidas en esto. Se busca el orden de las cosas que más haga pensar y reflexionar. El arte desde que deja la belleza no pretende halagar los sentidos sino reflexionar en situaciones límite. Y cuando parece que ha llegado a ese punto siempre hay más allá, y así el espectador asiste en primera línea a esa destrucción definitiva del sentido".

Hace 180 años Victor Hugo advirtió del futuro en el prólogo de Cromwell (1827): "El contacto con lo deforme ha dotado a lo sublime moderno de algo más grande, más sublime en definitiva que lo bello antiguo. (...) Lo bello sólo tiene un tipo, lo feo tiene mil. (...) Es porque lo bello, desde el punto de vista humano, no es más que la forma considerada de su relación más elemental, en su simetría más absoluta, en su armonía más íntima con nuestro organismo. (...) En cambio, lo que llamamos feo es un detalle de un gran conjunto que no podemos abarcar, y que armoniza no ya con el hombre sino con la creación entera. Por eso nos ofrece constantemente aspectos nuevos, pero incompletos". ¿Qué es la fealdad, entonces? El juicio estético es subjetivo y depende de los mecanismos de la sensibilidad aprendida, y los gustos difieren al infinito. Hegel lo reconoció a principios del XIX. Después Baudelaire afirmó que "lo bello es siempre extravagante", escribió las Las flores del mal, y el canon ético, moral y físico quedó del revés. Y luego Nietzsche abrió más las puertas al decir que la fealdad es interesante, mientras Kierkegaard estaba convencido de que ayudaba a recordar la realidad.

Después de estar recreando la belleza de la vida y la naturaleza, el artista y el hombre descubrieron que en los lados donde no querían mirar tenían cosas que apreciar. Allí el abanico es más amplio, inexplorado y quizá más genuino, explica la artista valenciana Carmen Calvo, que crea sus obras a partir de desechos y residuos.

Es la atracción del abismo. La fascinación agazapada por la imperfección.

El arte ya no trata "tanto de explicar el mundo como de implicarlo e implicarse en él. No trata tanto de informar de él como de conformarlo / representarlo como de resolverlo / recrearlo como de reformarlo", escribe Xavier Rubert de Ventós, en la edición actualizada de su clásico Teoría de la sensibilidad (Península/Edicions 62).

Y algo malsano en el comercio del arte contribuye a toda esta fiesta alternativa de creación que tiene en el feísmo una gran vertiente, asegura la fotógrafa Ouka Leele. "Tiene que ver con el hecho de estar en los medios de comunicación. Llamar la atención a través de la exageración, romper moldes. Asegurar un doble salto mortal. Aunque los artistas se han ido perdiendo en ese camino efectista. Lo que suena es lo que se paga por una obra, pero no su calidad". Para la artista, esta distorsión tiene que ver con el alejamiento del ser humano de la naturaleza: "De la belleza del río cristalino hemos pasado a encontrar la belleza en el río contaminado de gasolina de donde puede surgir un arco iris". El cambio de costumbres engendra nuevas cosas, agrega Ouka Leele. "Aunque estamos para mirar y alabar la belleza, porque la Tierra es lo más bonito, nos vamos aislando con imitaciones cutres y feas de la belleza natural". Se queja de que ahora los niños ven el campo feo, de que una escena de una madre amamantando a su hijo es rechazada y de se prefiera una cabeza cortada del telediario. Aunque reconoce que es positiva la capacidad de redimir con la mirada.

¿A qué se debe la normalización ante lo horrendo, lo grotesco, lo asqueroso o decadente? Es el resultado de un proceso de reordenación del mundo a través de la ampliación de miradas que universalizan las vanguardias artísticas de principios del siglo XX. Pero a nivel más popular se remonta a la era industrial y mercantil que intentó paliar lo feo industrial, crear objetos funcionales que también fueron bonitos. La utilidad manda al traste el canon clásico. Las referencias se trastocan. Junto a una montaña, una escultura o una persona, hoy se pone un coche o un aire acondicionado que se venden "casi como obras de arte".

La 'fuente' de Duchamp. Tras el cubismo diversos movimientos siguen dinamitando el canon de belleza y difuminando las fronteras con lo feo. Queda claro que lo bello y lo feo es subjetivo, y depende de la época, la cultura, la política, la economía o la vida social. Fuente, el urinario expuesto por Duchamp en 1917, es una prueba del cambio de sensibilidades. Luis Magán

Se masifica la belleza en serie. ¿Existe? Se democratiza.

Sobre todo, porque como dice Rubert de Ventós, "hoy nuestro medio es un orden artificial, y el orden "natural" no es para la mayoría más que una experiencia de fin de semana posibilitada por un producto industrial: el automóvil o el avión. Nuestra "natura" la forman los instrumentos técnicos de los que nos servimos: las construcciones, los artefactos y las imágenes manufacturadas entre las que nos movemos. Éstas son las cosas de las que nosotros hemos llegado a ser cosa".

Una deriva del arte sobre la que Walter Benjamin reflexionó en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Expone que el arte cambia, sobre todo a través de la fotografía y el cine, que lo jalonan a un eterno palpitar en emergencia. "Es el turno de la estética de la inauguración", afirma el sociólogo y escritor Enrique Gil Calvo. "Tras la aparición de la fotografía el concepto de original cambia. Lo que prima, cada vez más, es el momento de la aparición de la obra, sorprender al espectador".

No es un naufragio. Es una desmitificación que insufla nueva energía para salir del agotamiento. Reinterpretación de un nuevo orden que buscó la complicidad de la ironía, la parodia y el sarcasmo.

Es el soplo de Baudelaire.

Pero, ¿por qué el esplendor del desorden, lo feo y el feísmo y lo hortera? Es una insurrección contra lo artificioso, dijo Antoni Tàpies. "Pretende muchas cosas, como la necesidad de volver a lo esencial y natural. Aunque sospecho cuando las ideas se convierten en moda". El mestizaje del mundo y la globalización han acelerado esta ampliación de la mirada. "Han servido para que las situaciones extremas sean neutralizadas. La cercanía de lo otro ha abierto el mundo y resquebrajado los conceptos estéticos preestablecidos", reflexiona Marí. "Es el reino de la subjetividad. Todo se cuestiona".

¡Se abjura! Pero esta rebelión en la calle y la vida cotidiana también tiene intereses espurios. La culpa es de la feroz competencia en el mercado de las relaciones humanas, afirma Gil Calvo, autor de Máscaras masculinas. Héroes, patriarcas y monstruos (Anagrama). "Hay mucha gente en exposición y cada vez es más difícil ser original. Las estrategias de los solteros y los jóvenes deben ser más recursivas porque los modelos clásicos ya no sirven en el mundo de las apariencias. Y lo inimitable está en la exploración de lo feo. En crear una copia sin par, ya que la belleza es fácil de copiar e imitar".

La reinvención de Narciso.

El riesgo es que la imagen que devuelva el estanque sea trivializada. Antoni Marí no lo cree así. "La moda no es trivial porque es una interpretación de la realidad. Aunque quienes lucen esas modas del llamado feísmo no lo sepan. No sabes por qué lo haces, por qué te pones los pantalones caídos y dejas que se vean los calzoncillos, por ejemplo, pero lo haces tuyo y a tu manera, con lo cual tomas una posición".

¡Deslumbrar!, ésa es la clave, insiste Gil Calvo. "Hacer yoes múltiples donde lo feo garantiza las miradas. La belleza es castradora y limitada. Las identidades clásicas ya no venden, no son competitivas".

Pero esta desacralización de la belleza y del cuerpo se ha trivializado para Javier Marías. "Hay un cierto elemento de rebeldía, pero donde eso podía caber y era eficaz ha sido engullido por la moda. No falta el papanatismo de quienes dan la bienvenida a esa supuesta novedad por el solo hecho de existir. Hay pereza intelectual de no saber distinguir entre lo que tiene o no interés".

¿Cómo hablar hoy de insurrección, de verdadera rebeldía, de transgresión si el "enemigo" (acumulación del capital) es el que dicta las normas?, se pregunta Aurora F. Polanco, profesora de Teoría y Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense de Madrid. "Una vez más los artistas iban por delante en sus investigaciones y el poder (económico) se aprovecha de sus estrategias. Un ejemplo: la abyección con la que quisieron trabajar muchos artistas en los ochenta no era sino una respuesta desde los cuerpos dolientes del sida a la estética de los cuerpos danone, luego los jóvenes artistas ingleses quisieron demostrar que era más abyecta la política reaccionaria de la época Thatcher que sus obras que rozaban los límites de lo insoportable". Pero que todo esto se extienda a las modas no es nuevo: "¿Un kitsch abyecto? Nada nuevo, ¿no hubo un kitsch punk? Recordemos cómo se limpió la estética punk. Eso es lo que hace el capital, "limpia, fija y da esplendor" a los trabajos de los artistas que tratan con lo insoportable (¿hemos olvidado Un perro andaluz?). Hal Foster dice que los procedimientos ligados a la abyección que utilizaron los surrealistas no eran sino la respuesta a la estética del cuerpo apolíneo de los nazis. En cualquier caso y para no ser tan negativos con los jóvenes y la moda, ellos saben bien lo que comporta, especialmente en España, el valor de lo pulcro, lo simétrico, lo "atildado" de esas marcas, por ejemplo, que transmiten valores y visten por igual a los niños que a los papás como si nada pasara...".

... Y en medio del barullo de esta emancipación de la belleza, resuena el comienzo de Macbeth, de Shakespeare, donde las voces de las tres brujas se abren paso entre tinieblas diciendo: "Lo bello es feo, lo feo es bello".

Winston Manrique Sabogal, El esplendor de la fealdad, El País-Babelia, sábado, 5 de enero de 2008

Las sopas Campbell. En medio del nihilismo artístico, irrumpe en los años sesenta el movimiento hippy y nuevas ideologías que promocionan modelos no convencionales. El pop art eleva lo corriente a la categoría de arte. Una prueba de la subjetividad de lo feo es que lo que entonces era extraño, como las sopas Campbell de Warhol, hoy es visto como bello. José Jordán

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El duelo de lo dionisiaco y lo apolíneo

Los intentos de la fealdad por destronar a la belleza clásica y mostrarse como una alternativa de la estética y del gusto han sido incesantes, sobre todo desde hace dos siglos. Hasta entonces primaban los conceptos de la Grecia homérica (siglos XII y VIII antes de Cristo), que llegan hasta el presente, con un ideal de belleza basado en la armonía del todo con cada una de sus partes, siempre de manera natural. Se aspira a la belleza luminosa del atleta. Para Platón lo bello es justo, verdadero y ético; y lo desproporcionado o incompleto es antiestético.

Siglos V a I antes de Cristo. Roma responde al concepto de belleza griega con una serie de productos cosméticos.
Comienzo de nuestra era. El cristianismo incorpora el martirio a su religión, impone un Dios castigador y llena todo de sospecha y pecado en torno a una estética tenebrosa.
Siglos XII-XIII. De la belleza concebida como algo celestial a la imagen enfermiza. Cuentos de Canterbury reflejan que lo feo es el campesinado y los pobres.
1453. La caída de Constantinopla es la primera gran apertura de Occidente.
1492. El descubrimiento de América añade nuevas sensibilidades y formas de ver el mundo. Es el primer gran mestizaje.
1503-1504. Pintores como Brueghel y El Bosco dan cuenta de su desbordante y enigmática imaginación de escenas horribles. El jardín de las delicias es un ejemplo.
1750. Asoma en Francia la estética desaliñada. Una de las primeras grietas al ideal clásico impulsado por el Renacimiento.
1766. La primera reflexión estética total sobre lo feo es el Laocoonte, de Lessing, sobre el conjunto escultórico romano donde el sacerdote troyano es devorado, junto a sus dos hijos, por dos serpientes.
1788. La Revolución Francesa, como rechazo a los excesos de la aristocracia, redime el gusto del pueblo. Toma fuerza la idea de un "caos regenerador" de nuevos órdenes.
1790. A finales del siglo surge el Romanticismo: exalta los principios de libertad, por tanto, la subjetividad. Se opone a las reglas del ideal clásico y al racionalismo, y destaca el sentido trágico de la vida. Es la primera revolución al cambio de sensibilidades estéticas que se han prolongado hasta hoy.
1816. Se inventa la fotografía, un nuevo arte que empieza a explorar y reflejar todos los lados de la vida, y que se perfeccionará en la segunda mitad del siglo.
1818. Mary Shelley escribe Frankenstein o el Prometeo moderno, una de las grandes novelas protagonizadas por un ser monstruoso creado por el hombre.
1820. Francisco de Goya sorprende con la etapa negra de sus pinturas.
1827. Victor Hugo exalta lo feo en el prólogo de Cromwell. Lo feo que Hugo considera típico de la nueva estética es lo grotesco, la fuente más rica que la naturaleza puede ofrecer a la creación artística.
1830. Aparece la moda del semblante abatido, apariencia espectral, cierto desaliño, y en los hombres la barba descuidada, aspirando a un aire artístico y distinguido.
1850. La segunda etapa de la revolución industrial acelera los cambios sociales. Nuevos transportes como el ferrocarril y el barco de vapor acercan al mundo y a conocer las variedades de gustos y estéticas. Se busca combinar utilidad y belleza en los productos en serie. El arte y la naturaleza pierden la exclusividad de crear y otorgar belleza.
1853. El filósofo Kart Rosenkranz publica Estética de lo feo, primer libro en su género.
1857. Heredero del Romanticismo, Baudelaire publica Las flores del mal y contribuye a abrir la puerta a la modernidad.
1870. El impresionismo coge fuerza con temas de la realidad contemporánea. En 1874 se celebra en París el primer salón. La inquietud espiritual de Van Gogh se refleja en sus cuadros, precursores del fauvismo.
1890. El modernismo se afianza como movimiento de renovación artística. Rompe estilos dominantes e incorpora elementos.
1895. Se proyecta en París la primera película pagada. La influencia del cine es extraordinaria, así como su aporte para la divulgación de las estéticas alternativas.
1907. Pablo Ruiz Picasso pinta Las señoritas de Aviñón, cuadro que abre su etapa negra e inaugura el cubismo y la nueva era del arte.

Tragedias de guerras. El siglo XX trastoca con las dos guerras mundiales todos los sentidos, al mostrar el lado más horrendo del ser humano. El mundo se abre a otras culturas y surgen mil maneras de apreciar todo a través de la rebeldía, la provocación y la subversión. La realidad acecha a la gente, en una espiral que difunden los medios de comunicación.

1908-1925. El cubismo revoluciona el arte al descomponer la realidad en figuras geométricas. La apertura de nuevas miradas y concepciones estéticas no tiene marcha atrás. Cézanne, las pinturas negras y el arte primitivo son los grandes aliados de artistas como Picasso y Braque. Este movimiento inaugura las vanguardias históricas que pulverizan los cánones tradicionales de belleza.
1916. Surge el Dadá, movimiento que cuestiona las formas tradicionales de expresión y basa sus obras en el absurdo. De él forman parte Man Ray, Picabia, Ernst y Marcel Duchamp que en 1917 expone Fuente, un urinario alzado a la categoría de arte. Las fronteras se difuminan.
1924. Se publica Manifiesto, de André Breton, y la revista Revolución Surrealista, que se revela contra el orden convencional en todos los ámbitos. La razón es reemplazada por el sueño, el deseo, la rebelión y el instinto que el creador expresaba automáticamente. Figuran Miró, Ernst, Masson, Magritte, Arp, Tanguy, Giacometti y Dalí.
1925. El modernismo con su eclosión de estéticas se hace popular a través del art déco, estilo decorativo de formas geométricas y un naturalismo estilizado, que fomenta el gusto más popular y menos elitista. Belleza consumible al alcance de todos.
1932. Se estrena la película La parada de los monstruos, de Tod Browning. Trata de un circo lleno de personas deformes.
1939-1945. La II Guerra Mundial, al igual que la I (1914-1918), confronta a la humanidad con los horrores que es capaz de crear el propio ser humano. El arte cerca la realidad y constata el horror.
1960. En esta década surge el movimiento hippy. Proclama la libertad plena, la paz y rechaza lo establecido, la sociedad de consumo y parte de las convenciones sociales. El el rock también grita libertad y rupturas.
1962. Triunfa el pop art. La cotidianidad es motivo de arte. Andy Warhol pinta productos como las sopas Campbell o a famosos como Marilyn Monroe.
1967. Irrumpe el arte povera que trabaja con materiales no tradicionales como basuras y rocas. Rechaza la industrialización.
1968. La psicodelia y las nuevas ideologías promocionan modelos contra las convenciones y aplauden la convivencia de todos los gustos. A finales de la década surge el glam, que con sus excesos estéticos y su estilo ambiguo responde a la imagen dura del rock.
1970. En esta década el cine, la música, la televisión, la fotografía y la publicidad se confirman como grandes divulgadores de la diversidad. La moda sigue su andadura imparable de popularización. Se masifica la belleza y el "buen gusto".
1977. Aparece en Inglaterra el punk, surgido del rock. Se basa en una actitud de independencia, provocación y burla a un sistema incapaz de dar esperanza a la juventud.
1980. Década de las tribus urbanas que dan muestra del mestizaje cultural y del eclecticismo. El graffiti empieza a tomarse la calle e inician su ascenso estilos como el hip-hop.
1981. Nace MTV, canal de música que da cuenta de la pluralidad, eclosión y normalización y globalización de estéticas y gustos. Toman fuerza el kitsch, el camp y trash que reinterpretan las estéticas entre lo marginal y lo snob.

Marilyn Manson. La carrera de la popularización del lado no bello oficialmente se hace imparable. La música juega un papel clave. Movimientos como el rock potencian una estética transgresora, el glam responde con la ambivalencia, el punk se burla del sistema, hasta llegar hoy a artistas como Marilyn Manson, envuelto en una estética impensable antes. Reuters

1987. Debut televisivo de la serie Los Simpson, de Matt Groening, que inaugura una tendencia del feísmo en el dibujo como crítica. Luego se unirán otros como South Park.
1990. Es el turno del grunge, movimiento musical entre cuyos grupos destaca Nirvana. La apariencia anticomercial de sus artistas en el vestir deriva en una moda desaliñada y descuidada que refleja la apatía y desencanto de la generación X. En esta década el diseñador Calvin Klein traspasa otra frontera al basar su publicidad en modelos no convencionales o de aire enfermizo.
1995. La delgadez extrema y la anorexia tratan de imponerse como modelos de belleza. Técnicas como el tatuaje y el piercing, de públicos marginales y alternativos, ganan simpatizantes. Lo underground, lo marginal y lo canallesco empiezan a ganar prestigio.
1997. Londres inaugura la exposición Sensation, organizada por Charles Saatchi. Jóvenes artistas británicos muestran sus obras más provocadoras. Entre ellos, Damien Hirst, Jake y Dinos Champman, Marc Quinn, Chris Ofili y Sarah Lucas.
1998. El grunge se reinventa en la estética del desorden y el dirty chic: looks cuidadamente descuidados o decadentes.
2000. Es la era de Internet. El mestizaje cultural es el fenómeno del siglo XXI. La globalización impregna el planeta de eclecticismo. Lo hortera y gamberro gana audiencia como otra respuesta a la asepsia.
2006. Todo el mundo es hermoso es el desfile con el que John Galiano presenta su colección con gente ajena a la belleza del mundo tradicional. Lo antiestético afianza su convivencia con lo bello y tradicional.
2007. Damien Hirst escandaliza con una calavera forrada de diamantes. Umberto Eco publica Historia de la fealdad (Lumen). La paradoja de la belleza anhelada y comprada y la fealdad impostada como reclamo en las artes y lo cotidiano viven su esplendor. Popularización de la neomanía, la moda y el deseo de ser singular, cuerpos sanos con looks decadentes y ropas de marca con imitaciones vintage. Mestizaje de culturas y épocas elevado al rango de arte. El duelo de lo dionisiaco y lo apolíneo.

El País-Babelia, sábado, 5 de enero de 2008

Las obras de Damián Hirst. El canon clásico es emboscado desde diferentes movimientos o corrientes. Tras el por art, llega el povera, se potencia el kitsch, renacen el camp y el trash y prácticamente se destrona a la belleza de los museos en 1997 con la exposición londinense Sensation. Obras provocadoras que juegan con el cuerpo humano o con animales. Todo vale. Reuters

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Vanidad radiante y calavera

La necrofilia caracteriza las obras de Damien Hirst. "Lo mejor que le ha pasado ha sido el incendio en el que ardió buena parte de su producción de los años noventa".

A propósito de la calavera de diamantes de Damien Hirst se oye algo así como un silencio clamoroso: desde que la vimos, hace unos meses, en la portada de Art Forum, nos impresionó a todos, y luego ha sido reproducida en los periódicos serios de España para dar noticia de su precio y de que efectivamente ha encontrado comprador, pero nadie quiere aceptar que le gusta la calavera de diamantes. De hecho apenas se alude desdeñosamente a la "operación comercial" que Hirst ha organizado en torno a su brillante ocurrencia, como si toda obra de arte que se expone no fuese venal, o como si considerásemos tal condición indecente, pero admisible, ya que el artista también tiene que comer y hasta tiene derecho a vivir razonablemente bien, siempre que en el fondo fracase: es decir, siempre que su ganancia no sea demasiado llamativa o se oculte el monto. Con esta actitud incurrimos en el filisteísmo que busca en las artes plásticas mensajes edificantes y democráticos, píldoras contra el dolor de vivir y otras cosas "bonicas".

Hirst puso desde el principio las cartas boca arriba. Sabemos, porque lo hizo público, de dónde sale la calavera (de una tienda del norte de Londres), de cuántos pedruscos consta (8.601), cuánto dinero le costaron (20 millones de euros), por cuánto la ha vendido (por 75 millones) y por qué la obra se titula ¡Por el amor de Dios! (porque es lo que exclamó su madre cuando el artista le explicó lo que estaba haciendo).

Mujeres anoréxicas. La carrera iniciada por la moda en los sesenta para vender “buen gusto” al alcance de todos ha sido fundamental en la normalización de estéticas alternativas. Desde el vestuario impensable de colorines de los 70, pasando por el aura decadente de Calvin Klein hasta las pasarelas con mujeres anoréxicas y modelos de aire enfermizo. Reuters

Morceau de bravoure de su exposición del pasado mes de junio, la calavera fue objeto de una cuidadosa escenografía para destacarla y realzarla en un recinto especial de la galería White Cube. Para acceder a esta cámara del ambiguo tesoro el público tenía que reservar plaza, y el tiempo de observación estaba regulado: cinco minutos. Al entrar, el visitante se encontraba en un cuartito con las paredes, suelo y techo pintados de negro, como en esos escenarios en que el ilusionista hará aparecer y desaparecer ante nuestros propios ojos a una señorita en biquini de lentejuelas o una sultana oriental. Cuatro focos de luz convergían en el centro, sobre una caja de cristal, donde la calavera emitía su muda carcajada y los purísimos reflejos diamantinos.

¡Cinco minutos, ni un segundo más! En realidad, de esos cinco minutos sobraban cuatro y medio; pues es característico de las efectistas obras de Hirst, esos tanques de vidrio llenos de formol, propios del laboratorio de un doctor diabólico o sabio loco de folletín, en los que flota un tiburón, o una ovejita, o una ternera partida por la mitad, que apenas resulta posible mirarlas. Supuran una necrofilia repugnante. Esas obras son de naturaleza material solamente como testimonio notarial de una idea. De ahí que podamos decir sin ironía que lo mejor que le ha pasado a la obra de Hirst ha sido el incendio de la galería Saatchi en el que ardió buena parte de su producción de los años noventa. Pues lo que las obras en sí tenían que decir ya lo habían dicho, y con elocuencia suficiente para hacerlo inolvidable.

De la misma forma, esta calavera formidable una vez vista no se olvida fácilmente. Así que resulta doblemente agradable especular sobre qué clase de tonto, o fetichista o petrolero blasé pueda ser el acaudalado coleccionista que la ha comprado, y qué motivos tendría para quedarse con una pieza que basta con verla fotografiada.

Los Simpson. La fotografía, el cine, la televisión, la música, con la MTV, e Internet son grandes divulgadores del eclecticismo del mundo. De la globalización para apreciar otras formas y ver el lado bello de la fealdad. Desde criaturas como ET o el Jedi, de La guerra de las galaxias, hasta Los Simpson, cuyos dibujos muestran el nuevo gusto de niños y adultos.

Una calavera es uno de los fetiches más conspicuos y trillados en el imaginario cultural, presente en todas las historias de bucaneros, en la escena de Hamlet, en todas las pesadillas y fantasías morbosas del Romanticismo, en todas las vanitas de la pintura, desde El triunfo de la muerte de Brueghel en el Museo del Prado y las Postrimerías de Valdés Leal en la iglesia del hospital de la Caridad en Sevilla hasta el bastón del bluesman Screaming Jack Hawkins, está en todos los escritorios de San Jerónimo, inspirándole e invitándonos a la reflexión y la ascesis, y en los anillos de los heavymetaleros. Al forrarla de diamantes, redoblando su brutal, desafiante apariencia con la arrogancia y "distinción" características de las joyas carísimas (no hubiera sido lo mismo recubrirla de cristales Swarovski, por ejemplo), Hirst nos la muestra como nunca la habíamos visto y como nadie se había atrevido a mostrarla. Y a ultrajarla, dicho sea de paso. Simultáneamente, ha contagiado la idea del diamante con la maldición de la calavera. A mí me parece que no es poco, y que la fortuna que ha ganado con esta carísima vanitas no hace sino remachar su excelencia como una segunda firma de artista.

En fin, cada uno ve con sus propios ojos. A mí particularmente, a causa de mis devaneos con ciertos episodios de la Historia, me ha llamado la atención que la calavera de Hirst, con ese relieve en la frente que sugiere un blasón heráldico, haya visto la luz al mismo tiempo que en los Urales se hallaban los dos últimos cadáveres de la familia del zar, asesinada por los bolcheviques: esa calavera es la de la verdadera princesita Anastasia; no las impostoras, actrices y fotocopias, sino la Anastasia real.

Beckham con tatuajes. Pero aunque lo feo, el feísmo, lo gamberro y lo hortera gana simpatizantes, todo indica que sólo es parte de una estrategia para llamar la atención. Ser protagonista en un mundo cada vez más competitivo, incluso “afeando” parte del cuerpo con técnicas consideradas marginales en otros tiempos con piercings o tatuajes. Ricardo Gutiérrez

Ignacio Vidal-Folch: Vanidad radiante y calavera, El País-Babelia, sábado, 5 de enero de 2008