El mejor Picasso
El cierre temporal del Museo Picasso de París por obras permite dos excepcionales muestras que llevan a Madrid y Barcelona lo mejor del pintor malagueño. En el Museo Reina Sofía, más de 400 de sus grandes piezas; en Barcelona, su colección particular.
Es una oportunidad única. A partir del próximo martes se podrá ver en el Museo Reina Sofía de Madrid la exposición titulada Picasso, la colección del Museo Nacional Picasso de París, en la que se han reunido 403 obras del pintor español, entre las que hay 250 pinturas, 174 dibujos, 70 esculturas y 9 cerámicas, más unas 20 fotos documentales, la mayor parte de Peter Zimmermann. Si bien esta exposición es posible gracias a la actual política oficial francesa de museos públicos -que anima la cesión temporal remunerada de sus fondos, en casos como el presente, que ha forzado al cierre temporal del museo a causa de las obras de remodelación-, esto no resta un ápice a la generosidad de la iniciativa, que, en cierta manera, acerca al público español, a excepción hecha de las salvedades de rigor, el museo al completo
Es éste un gesto muy de agradecer desde nuestro país, que vio nacer al mítico genio en Málaga en 1881, pero que luego vivió y trabajó las tres cuartas partes de su prolongada existencia en Francia, donde murió en 1973. Por otra parte, aunque Picasso mantuvo siempre una estrecha relación moral con su país de origen, lo cierto es que España no pudo, no quiso y no supo corresponderle en vida, ni tampoco, si se me apura, tras su muerte, a pesar de que, tras la desaparición de Franco, las condiciones desfavorables para ello cesaron. Que no hubiera sido imposible hacerlo durante la dictadura lo demuestra la existencia del Museo Picasso de Barcelona, donación de Jaume Sabartés, fiel secretario del artista, así como la adquisición de tres obras suyas por parte del Gobierno español para decorar el pabellón de nuestro país en la Feria de Nueva York, pero también las iniciativas privadas, ciertamente escasas, que entonces se llevaron a cabo. En cualquier caso, a pesar de la llegada del legado del Guernica a nuestro país en 1981, se ha tardado mucho en cambiar de actitud al respecto, salvo en el caso de la creación del Museo Picasso en Málaga, en la que el Gobierno andaluz hizo todo lo posible para que se residenciase allí la importante donación de Christine y Bernard Picasso, una gestión, por cierto, que realizó la entonces consejera de Cultura, Carmen Calvo, la cual, siendo ya ministra de Cultura del actual Gobierno, también ha sido la responsable de que la presente exposición ahora se pueda inaugurar en el MNCARS.
Si no fuera porque, a pesar de lo antedicho, todavía hay quien, en nuestro país, se muestra receloso con cualquier iniciativa en favor de la difusión o el reconocimiento de Picasso en España, me habría ahorrado esta perorata. Sea como sea, el hecho es que, durante los próximos meses, el Museo Picasso de París se va a poder contemplar en Madrid, y que lo va a hacer mediante una selección realizada por quien es su directora, Anne Baldassari, que ha elegido para la ocasión, no sólo un abundantísimo elenco de obras del artista, sino que además permiten seguir, casi año a año, toda la trayectoria de Picasso desde sus primeros pasos parisienses hasta su muerte. Para quien todavía lo ignore, he de añadir que la incomparable riqueza de fondos del Museo Picasso de París procede de la selección prioritaria y muy competente que realizó en nombre del Estado francés el especialista Dominique Bozo como sufragio de la deuda fiscal de los herederos familiares del artista. No hay, por tanto, asomo de duda acerca de que ni existe, ni podrá existir una colección de picassos semejante a la que se conserva en el Museo Picasso de París.
Al margen de los que afirman en nuestro país que exhibir muchos y buenos picassos es un alienante espectáculo de masas, atizado por el alienador poder mediático, ¿qué cabe comentar de una exposición de la envergadura como la que ahora se nos presenta? En realidad, hay poco campo para la crítica competente, salvo opinar sobre pequeños detalles, teniendo en cuenta que nunca se ha podido, ni se podrá contemplar en nuestro país tantas y tan importantes obras de Picasso, de manera que la cuestión queda limitada a discutir si las salas elegidas en el MNCARS para el evento son las idóneas, o si el montaje, realizado por Patricia Reznak y César Cabanas, cumple las expectativas, o, en fin, si el evento está bien organizado en los múltiples y, a veces, complejos elementos que lo configuran. También, claro está, tendrán su oportunidad los gafes en su caza de cualquiera de los múltiples imprevistos que una magna empresa de estas características por fuerza genera, aunque es de desear, si desdichadamente se producen, que no se obvien los rendimientos públicos aportados.
Entre estos últimos, están los ya citados de acercar a los españoles la obra de su más insigne artista contemporáneo, pero, sobre todo, la del más importante y significativo creador plástico del siglo XX. Para quienes pensamos que el encuentro directo con la obra de un artista es el momento único y decisivo de nuestro diálogo con él, sea cual sea la circunstancial importancia social que se le otorgue, esta cita con un conjunto de casi medio millar de piezas de Picasso constituirá un hito inolvidable en nuestras vidas, incluso la de quienes hemos tenido la oportunidad y el privilegio de frecuentarlas en su sede parisiense. Por lo demás, aunque en nuestro país los fondos públicos sobre Picasso se han incrementado durante el último cuarto de siglo, nuestra única oportunidad para apreciar en directo los grandes momentos de la trayectoria del artista es a través de las exposiciones temporales. Salvo el primer periodo juvenil del artista, ése que Cirici Pellicer calificó como el de "Picasso antes de Picasso" y el copioso legado que comporta el Guernica, no hay en España conjuntos significativos de ninguna de sus principales etapas artísticas, ni de los periodos azul y rosa, ni del cubismo, ni del clasicismo, ni de su violenta deriva surrealizante de las décadas de entreguerras, ni, por supuesto, de la alargada etapa final, entre 1945 y 1973. Luego está ese fundamental capítulo de la escultura de Picasso, de la que hay por aquí muy poco y desde fechas muy recientes. Con lo que la presente muestra rellena, por primera vez, y de una vez, todos los huecos que al respecto padece el aficionado español.
Para terminar, y aunque hacerlo resulte engorroso, no puedo dejar al menos de destacar algunas de las obras maestras presentes en la exposición, como, en pintura, La muerte de Casagemas (1901), Autorretrato (1901), La Celestina (1904), Los dos hermanos (1906), Autorretrato (1906), Hombre con mandolina (1911), Guitarra (1913), Retrato de Olga en un sillón (1917), Las bañistas (1918), Tres mujeres en la fuente (1921), La flauta de Pan (1923), Paul vestido de arlequín (1924), El beso (1925), El pintor y su modelo (1926), Gran bañista (1929), La crucifixión (1930), Figuras a orilla del mar (1931), La mujer del sillón rojo (1932), Desnudo en el jardín (1934), La mujer que llora (1937), Matanza en Corea (1951), La sombra (1953), El beso (1969) y Desnudo recostado y hombre tocando la guitarra (1970). Por su parte, en escultura, Cabeza de mujer (Fernande) (1906), Botella de 'Bass', vaso y periódico (1914), Vaso, pipa, as de trébol y dado (1914), Violín (1915), Cabeza de mujer (1931), Calavera (1943), La cabra (1950) y Mujer embarazada (1950-1959). En cuanto al dibujo, hay tanto y, por diversas razones, interesante, que una relación de esta naturaleza es aquí inasumible. Espero, no obstante, que baste con lo apuntado para calibrar lo excepcional de lo que ahora se muestra en Madrid, que, aunque sea temporalmente, en verdad se ha convertido en una imprevista capital mundial del mejor Picasso.
Picasso. La colección del Museo Nacional Picasso de París. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. Del 5 de febrero al 5 de mayo. www.museoreinasofia.es. Picasso y su colección. Museu Picasso de Barcelona. Hasta el 30 de marzo. www.museupicasso.bcn.es
Es una oportunidad única. A partir del próximo martes se podrá ver en el Museo Reina Sofía de Madrid la exposición titulada Picasso, la colección del Museo Nacional Picasso de París, en la que se han reunido 403 obras del pintor español, entre las que hay 250 pinturas, 174 dibujos, 70 esculturas y 9 cerámicas, más unas 20 fotos documentales, la mayor parte de Peter Zimmermann. Si bien esta exposición es posible gracias a la actual política oficial francesa de museos públicos -que anima la cesión temporal remunerada de sus fondos, en casos como el presente, que ha forzado al cierre temporal del museo a causa de las obras de remodelación-, esto no resta un ápice a la generosidad de la iniciativa, que, en cierta manera, acerca al público español, a excepción hecha de las salvedades de rigor, el museo al completo
Es éste un gesto muy de agradecer desde nuestro país, que vio nacer al mítico genio en Málaga en 1881, pero que luego vivió y trabajó las tres cuartas partes de su prolongada existencia en Francia, donde murió en 1973. Por otra parte, aunque Picasso mantuvo siempre una estrecha relación moral con su país de origen, lo cierto es que España no pudo, no quiso y no supo corresponderle en vida, ni tampoco, si se me apura, tras su muerte, a pesar de que, tras la desaparición de Franco, las condiciones desfavorables para ello cesaron. Que no hubiera sido imposible hacerlo durante la dictadura lo demuestra la existencia del Museo Picasso de Barcelona, donación de Jaume Sabartés, fiel secretario del artista, así como la adquisición de tres obras suyas por parte del Gobierno español para decorar el pabellón de nuestro país en la Feria de Nueva York, pero también las iniciativas privadas, ciertamente escasas, que entonces se llevaron a cabo. En cualquier caso, a pesar de la llegada del legado del Guernica a nuestro país en 1981, se ha tardado mucho en cambiar de actitud al respecto, salvo en el caso de la creación del Museo Picasso en Málaga, en la que el Gobierno andaluz hizo todo lo posible para que se residenciase allí la importante donación de Christine y Bernard Picasso, una gestión, por cierto, que realizó la entonces consejera de Cultura, Carmen Calvo, la cual, siendo ya ministra de Cultura del actual Gobierno, también ha sido la responsable de que la presente exposición ahora se pueda inaugurar en el MNCARS.
Si no fuera porque, a pesar de lo antedicho, todavía hay quien, en nuestro país, se muestra receloso con cualquier iniciativa en favor de la difusión o el reconocimiento de Picasso en España, me habría ahorrado esta perorata. Sea como sea, el hecho es que, durante los próximos meses, el Museo Picasso de París se va a poder contemplar en Madrid, y que lo va a hacer mediante una selección realizada por quien es su directora, Anne Baldassari, que ha elegido para la ocasión, no sólo un abundantísimo elenco de obras del artista, sino que además permiten seguir, casi año a año, toda la trayectoria de Picasso desde sus primeros pasos parisienses hasta su muerte. Para quien todavía lo ignore, he de añadir que la incomparable riqueza de fondos del Museo Picasso de París procede de la selección prioritaria y muy competente que realizó en nombre del Estado francés el especialista Dominique Bozo como sufragio de la deuda fiscal de los herederos familiares del artista. No hay, por tanto, asomo de duda acerca de que ni existe, ni podrá existir una colección de picassos semejante a la que se conserva en el Museo Picasso de París.
Al margen de los que afirman en nuestro país que exhibir muchos y buenos picassos es un alienante espectáculo de masas, atizado por el alienador poder mediático, ¿qué cabe comentar de una exposición de la envergadura como la que ahora se nos presenta? En realidad, hay poco campo para la crítica competente, salvo opinar sobre pequeños detalles, teniendo en cuenta que nunca se ha podido, ni se podrá contemplar en nuestro país tantas y tan importantes obras de Picasso, de manera que la cuestión queda limitada a discutir si las salas elegidas en el MNCARS para el evento son las idóneas, o si el montaje, realizado por Patricia Reznak y César Cabanas, cumple las expectativas, o, en fin, si el evento está bien organizado en los múltiples y, a veces, complejos elementos que lo configuran. También, claro está, tendrán su oportunidad los gafes en su caza de cualquiera de los múltiples imprevistos que una magna empresa de estas características por fuerza genera, aunque es de desear, si desdichadamente se producen, que no se obvien los rendimientos públicos aportados.
Entre estos últimos, están los ya citados de acercar a los españoles la obra de su más insigne artista contemporáneo, pero, sobre todo, la del más importante y significativo creador plástico del siglo XX. Para quienes pensamos que el encuentro directo con la obra de un artista es el momento único y decisivo de nuestro diálogo con él, sea cual sea la circunstancial importancia social que se le otorgue, esta cita con un conjunto de casi medio millar de piezas de Picasso constituirá un hito inolvidable en nuestras vidas, incluso la de quienes hemos tenido la oportunidad y el privilegio de frecuentarlas en su sede parisiense. Por lo demás, aunque en nuestro país los fondos públicos sobre Picasso se han incrementado durante el último cuarto de siglo, nuestra única oportunidad para apreciar en directo los grandes momentos de la trayectoria del artista es a través de las exposiciones temporales. Salvo el primer periodo juvenil del artista, ése que Cirici Pellicer calificó como el de "Picasso antes de Picasso" y el copioso legado que comporta el Guernica, no hay en España conjuntos significativos de ninguna de sus principales etapas artísticas, ni de los periodos azul y rosa, ni del cubismo, ni del clasicismo, ni de su violenta deriva surrealizante de las décadas de entreguerras, ni, por supuesto, de la alargada etapa final, entre 1945 y 1973. Luego está ese fundamental capítulo de la escultura de Picasso, de la que hay por aquí muy poco y desde fechas muy recientes. Con lo que la presente muestra rellena, por primera vez, y de una vez, todos los huecos que al respecto padece el aficionado español.
Para terminar, y aunque hacerlo resulte engorroso, no puedo dejar al menos de destacar algunas de las obras maestras presentes en la exposición, como, en pintura, La muerte de Casagemas (1901), Autorretrato (1901), La Celestina (1904), Los dos hermanos (1906), Autorretrato (1906), Hombre con mandolina (1911), Guitarra (1913), Retrato de Olga en un sillón (1917), Las bañistas (1918), Tres mujeres en la fuente (1921), La flauta de Pan (1923), Paul vestido de arlequín (1924), El beso (1925), El pintor y su modelo (1926), Gran bañista (1929), La crucifixión (1930), Figuras a orilla del mar (1931), La mujer del sillón rojo (1932), Desnudo en el jardín (1934), La mujer que llora (1937), Matanza en Corea (1951), La sombra (1953), El beso (1969) y Desnudo recostado y hombre tocando la guitarra (1970). Por su parte, en escultura, Cabeza de mujer (Fernande) (1906), Botella de 'Bass', vaso y periódico (1914), Vaso, pipa, as de trébol y dado (1914), Violín (1915), Cabeza de mujer (1931), Calavera (1943), La cabra (1950) y Mujer embarazada (1950-1959). En cuanto al dibujo, hay tanto y, por diversas razones, interesante, que una relación de esta naturaleza es aquí inasumible. Espero, no obstante, que baste con lo apuntado para calibrar lo excepcional de lo que ahora se muestra en Madrid, que, aunque sea temporalmente, en verdad se ha convertido en una imprevista capital mundial del mejor Picasso.
Picasso. La colección del Museo Nacional Picasso de París. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. Del 5 de febrero al 5 de mayo. www.museoreinasofia.es. Picasso y su colección. Museu Picasso de Barcelona. Hasta el 30 de marzo. www.museupicasso.bcn.es
Francisco Calvo Serraller, El mejor Picasso, El País - Babelia, 2 de febrero de 2008