¡Muera la inteligencia!

Si el objetivo último de una exposición fuese sólo perturbar la percepción del espectador, podría decirse que ¡Viva la muerte! es un éxito porque es difícil concluir su visita con indiferencia. Pero si se conviene que además de provocar malestar en la mirada debe contribuir a desmantelar los estereotipos que la gobiernan, no puede considerarse que este proyecto, que lleva por subtítulo Arte y muerte en Latinoamérica, sea un dechado de finura. Y no lo es porque mezclar cultos sincréticos, dictaduras asesinas, guerrilleros, narcotraficantes, genocidios étnicos y festejos folclóricos varios y enunciarlo todo como tropo común a las culturas que se extienden entre México y Argentina resulta una temeridad.

Comisariada por Gerald Matt, Thomas Miessgang y Álvaro Rodríguez Fominaya y coproducida entre el CAAM y la Kunsthalle de Viena, donde ya ha sido exhibida, la muestra reúne obras de, entre otros, José Alejandro Restrepo, Jorge Macchi, Francis Alÿs, Regina José Galindo, Ana Mendieta, Esteban Pastorino, Teresa Margolles, Vik Muniz y Gabriel Orozco, creadores, buena parte de ellos, representados con obras rotundas pero cuya vecindad chirría, como ocurre por lo demás entre esta muestra, en la que están los artistas de más entidad, y las otras que integran Cuatricromía de la muerte, un proyecto errático y pretencioso impulsado por el coordinador de Artes Visuales del Cabildo grancanario, Federico Castro Morales, que incluye también exposiciones en espacios oficiales de Cristino de Vera, Pepe Dámaso y Arne Haugen Sorensen.

"¿Son la muerte y sus rituales y sus técnicas de administración en México y en general en América Latina un caso global excepcional o pueden compararse fácilmente con las estructuras de comunicación discursivas y emocionales del resto del mundo?", dice en el catálogo Thomas Miessgang, quien más adelante se contesta: "Su presencia metafórica excesiva en todas las parcelas de la vida (...) lleva a despreciar la muerte individual y aceptar como exaltación natural que forma parte de la vida el número de muertos que ha provocado el narcotráfico, los innumerables golpes de Estado y el régimen de violencia terrorista". Repugna que se intente vender como pegamento curatorial semejante atrocidad que ofende a la memoria de las víctimas, máxime cuando varias de las obras expuestas, desde las denuncias del genocidio guatemalteco de Regina José Galindo y del exterminio de los indios amazónicos de Iván Edeza hasta las mofas amargas de la dictadura brasileña de Vik Muniz, impugnan tal dislate. Pero produce además estupor que palabras como éstas sean proferidas irreflexivamente por un comisario austriaco que, puesto a meterse a cartógrafo, debiera haber captado que hay más comunión luctuosa entre Esteban Pastorino y Alfred Kubin o entre Ana Mendieta y los accionistas vieneses que entre todos los artistas de la exposición, y que por encima de todo no debiera haber perdido de vista que hay más aires de familia entre los genocidios latinoamericanos y el exterminio nazi que los que supuestamente puede haber entre Pinochet y, pongamos, el Día de los Muertos mexicano, representado en esta muestra por el safari exotista de la fotógrafa Bastienne Schmidt, o el culto, mexicano también, de la Santa Muerte, "apropiado" en los chistes fáciles de Pedro Reyes.

Tiananmen, Sarajevo, Kigali, Kabul, Nueva York, Bagdad, Faluya, Londres, Madrid, Lhasa... Las masacres, convenientemente aliñadas por la televisión, se han convertido en alimento "informativo" habitual de todos nosotros, consumidores del mercado global de la comunicación, arrojados a la amnesia por esa Gran Forma, el Capitalismo, ante la que el arte, con su poder de simbolización, constituye una de las escasas herramientas de resistencia que nos quedan. Así, y pese a la alegre melodía que entona este "Trío Calavera" que es el equipo curatorial, lo acreditan creadores como los citados y otros magníficos también, como Jennifer Allora & Guillermo Calzadilla, que se confrontan con las técnicas de administración de la muerte, para usar la expresión de Miessgang, a través de la alegoría, esto es, sin intentar competir con el telediario.

Es una pena, en fin, que entre los textos de escritores célebres que se han reproducido en el catálogo se haya recogido también uno de Unamuno, cuando lo suyo, como resumen de la tesis de esta exposición, hubiera sido incluir la célebre frase que aquel militar sublevado, Millán Astray, le espetó al entonces rector de la Universidad de Salamanca, que se le encaraba por su adhesión a los carniceros fascistas del 36: "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!".

Mariano de Santa Ana, ¡Muera la inteligencia!, El País - Babelia, 3 de mayo de 2008