Desde la crisis de los grandes relatos, pocos son los que se aventuran a narrar la Historia, aunque sí muchos los que cuentan historias. El postmodernismo trajo, entre otras cosas que perduran, ese escepticismo hacia los discursos cerrados y unívocos. Y esto, frente a otras épocas no tan lejanas, también se ha trasladado a una disciplina como es la Historia del Arte. Pocos son ya los intentos de historiar algún periodo o aspecto del arte contemporáneo, o, al menos, como antaño se hacía: con meticulosidad y rigor. Ahora se prefiere, fruto de esa crisis y escepticismo, otro tipo de investigaciones más laxas, menos categóricas, con enfoques diferentes y amplias dosis de ambigüedad. Pues bien, esta forma de narrar ha hecho mella en los museos, que son, por otra parte, el principal vehículo que tiene ahora esta disciplina para historiar y hacer historia.

Coquetear y huir. En este sentido, El discreto encanto de la tecnología es una exposición que se inserta en ese terreno de nadie en el que se coquetea con la Historia y, al mismo tiempo, se huye de ella. Por un lado, ofrece aspectos que enriquecen el pasado y el presente con otros puntos de vista y enfoques, junto a una mezcla de momentos e insertos del pasado remoto como antecedentes justificativos. Por otro, sin embargo, subyace una clara intención de establecer un corte y estudio temporal del «arte tecnológico» en España y eso, pese a que, según Claudia Giannetti -comisaria de la exposición, también firmada por los directores de las dos instituciones organizadoras-, «rehúye del cómodo corsé historicista». Corsé, sí, pero, ¿cómodo?

Seguramente el aspecto más destacado de esta extensa muestra -la más grande y compleja que hasta el momento ha organizado el MEIAC- sea su envergadura y el magnífico trabajo de instalación realizado en un espacio que no es nada propicio para este tipo de iniciativas. El Museo de Badajoz ha sido, por otra parte, pionero en intentar traspasar las fronteras entre arte analógico y digital, y si hasta el momento había dedicado distintas y variadas exposiciones a los nuevos medios, esta cita supera todas las expectativas y sorprende por el esfuerzo emprendido y el resultado de lo conseguido, de una gran profesionalidad.

A la altura. En cuanto a los contenidos de la exposición -más allá del éxito del montaje y de la amplitud de recursos necesarios con los que ha contado- hay que decir que están dentro de lo que cabría esperar de su principal seleccionadora, Claudia Giannetti, especialista de primera generación en estos temas, con una visión que, por este motivo, podría ser calificada de pionera en España, pero quizás algo añeja. Esto último se comprueba, por ejemplo, en los apartados que reciben al visitante en el programa de animación (si se incluye a Ramón y Cajal en otra sección, ¿por qué no a Segundo de Chomón en animación?) y, en menor medida, en el programa de net.art, con ausencias incomprensibles. También en la no inclusión de «géneros» completos, como, por ejemplo, el de los vídeo-juegos modificados por artistas.

En los últimos tiempos hay una implosión artístico-tecnológica en nuestro país. A esta exposición hay que sumar Banquete, en LABoral, una muestra que pronto inaugurará el Reina Sofía o la próxima Bienal de Sevilla, junto a la labor de museos y centros como el MEIAC o el de Gijon -éste último especializado en los nuevos medios-, además de estar previsto la construcción de un espacio en Córdoba con similar especialización. Como en su momento ocurrió con la asimilación total respecto a la foto y al vídeo-cine de exposición, las actitudes de «primera generación» están hoy menos justificadas, en tanto que la aceptación de los «nuevos medios» es casi total, siendo utilizados con absoluta frecuencia y normalidad por los artistas actuales.

En este sentido, y pese a cierta pequeña alergia hacia estas últimas expresiones, se han incluido en la selección a Pilar Albarracín, Enrique Marty, Eulàlia Valldosera, Dora García, Antoni Abad, Francisco Ruiz de Infante, Rafael Lozano-Hemmer o Daniel Canogar. Del mismo modo que también participan históricos como Alexanco, Barbadillo, Equipo 57, Vostell, Sistiaga, Muntadas, Francesc Torres, Miralda, Rabascall o Concha Jerez. Algo que también es extensible a las experiencias fílmicas pioneras de Val del Omar y las más recientes de Javier Codesal o Lluís Escartin.

La exposición está dividida en cinco apartados temáticos y en los citados programas de animación y net.art. Pero, como advierte la comisaria, en ellos «los conceptos se entrelazan», por lo que no hay que hacerles un caso excesivo. Así, por ejemplo, las proyecciones de Equipo 57 y Sistiaga habrían trabajado seguramente mejor junto a las obras de Barbadillo y Alexanco, o, incluso, Joan Leandre.

Voluntad de historiar. Quizás sea en el voluminoso catálogo editado -con cuidada edición- donde mejor se aprecia la voluntad de historiar de este ambicioso proyecto. Junto a los textos de Peter Weibel -bastante farragoso y con numerosos tópicos- y Claudia Giannetti -la verdadera comisaria-, hay toda una serie de ensayos de diverso calado que analizan los diversos segmentos que aquí se han querido estudiar: el Centro de Cálculo, el cine experimental y de vanguardia, la animación, el vídeo, la instalación, el net.art o la performance tecnológica. Como se puede apreciar en esta enumeración, el medio es aquí lo que importa, aunque el corsé de la Historia reciente no sea tan cómodo como se presumía.

Juan Antonio Álvarez Reyes, El futuro ya está aquí, ABCD Las Arte y Las Letras, nº 855, 21 de junio de 2008