Rodoreda: pintar para escribir

La excusa era buena: dolencias en el brazo le impedían, decía, escribir. Pero con esos mismos brazos y en esa misma época, diciembre de 1946, cosía como una condenada en casa para poder subsistir en la dura posguerra en París, hacía también poesía y acabaría pintando y componiendo  collages... Lo que no podía hacer Mercè Rodoreda, tras dos guerras y el exilio, era encarar una novela: tenía que buscar la forma, la manera de trabajarla, y hasta una disciplina. Y ese sendero lo halló... pintando. "Pintar para poder escribir": así lo definió ayer Mercè Ibarz, comisaria de la sorprendente exposición sobre la obra plástica de la autora, la mayoría inédita, que hasta el 1 de febrero de 2009 puede verse en el recuperado entresuelo de La Pedrera.

Sencillez aparente. Coincidiendo con el centenario del nacimiento de la escritora, el público podrá descubrir una faceta muy poco conocida de la autora de la Plaza del Diamante, con obras de un estilo plástico "muy próximo al de su literatura, de una sencillez aparente, sin que se noten las costuras, aunque detrás haya un gran trabajo", en opinión de la comisaria de la muestra, la escritora y crítica Mercè Ibarz. EFE 

L'altra Rodoreda. Pintures & collages es el certero título de una exposición organizada por Caixa Catalunya que, con una treintena de piezas, entabla un sinfín de sugerentes relaciones. De entrada, Rodoreda se hace asidua del Louvre y las galerías de la Place Vendôme que le caen cerca (y son gratis y calentitas). Mantiene una relación con el arte de su tiempo: sigue a Klee y Kandinski -que repuntan en 1948-, a Picasso y a Miró -éste se citará en  Jardí vora el mar e inspirará al narrador-, y el  art brut de Dubuffet.

Otro valor son las piezas por ellas mismas. Según Ibarz, empezó a pintar en 1949. Lo hará sólo con acuarelas, aguadas y  collages. "No pinta al óleo porque es caro, no hay materiales en la época y es una técnica más difícil". En la obra, siempre en papel, no hay interiores, ni naturaleza, sino que predominan las caras (grandes, ovaladas, como una Luna, muy parecida a su rostro en los años treinta), con ojos muy grandes, "muy abiertos, asustados incluso", precisa la comisaria. En algunos fondos se intuye la guerra (un collage está hecho con listas de alemanes muertos en la guerra) y otros rostros son tan estilizados que se les llama  microbios. Y trabaja en series, y a veces copia a artistas, como Miró, o a veces sigue sus técnicas, como el trazo único de Klee. 

Pero hay un tercer estadio: la relación pintura-literatura. Así, las acuarelas, de complejidad técnica ante su aparente sencillez, equivaldrían a sus cuentos; el  collage, más complejo, que requiere serenidad, la  induciría a la novela, según Ibarz. En cualquier caso, en 1953 Rodoreda cree que ya tiene "un estilo y un mundo", como le comenta a su influyente amiga Anna Murià (que Ibarz cree reconocer en  Rostre estrany amb ull verd) y habla de una exposición en la parisiense Sala Mirador del catalán Just Cabot. Ni ésa, ni una en 1957, ya en Barcelona, tendrían lugar.

Quizá en la única faceta de su vida que fue autodidacta, Rodoreda realizó hasta 1957 unas 150 piezas, 80 de las cuales se expusieron y vendieron en Calldetenes en 1991. Eso dispersó más su obra pictórica, pocas veces firmada y titulada, de la que el Institut d'Estudis Catalans sólo tiene una veintena de piezas. Buena parte de las expuestas en La Pedrera fueron a parar a la familia Borràs-Gras por las siempre inevitables  sueltas de lastre de los herederos de la autora. 
¿Que qué pasó en 1957? 

Pues que sus  Vint-i-dos contes ganaron el Víctor Català. La experiencia pictórica pasaría a una explosión de proyectos novelísticos:  Mirall trencat, La plaça del Diamant...


Klee, Kandinski, Miró…. Caras, guerra y microbios (vida antes de la vida) son los temas de estos trabajos, que remiten a autores como Klee o Kandinski, aunque fue Joan Miró una figura capital para Rodoreda, igual que el arte sucio de Jean Dubuffet, inspirado en el arte infantil y en el de los alienados. Todas las pinturas y collages que se presentan ahora en el entresuelo de La Pedrera son en papel, no hay óleos, y no se representan exteriores ni naturaleza. Para la comisaria, deben contextualizarse en el período de posguerra, cuando Rodoreda luchaba por sobrevivir en París, una ciudad en la que sus artes plásticas conocieron un momento de transformación importante tras la ocupación nazi.

Ojos grandes. La mayoría de las obras, sin firma y sin título, son caras de mujeres (autorretratos), soldados, refugiados, unas extrañas figuras que parecen microbios, y composiciones abstractas. Destacan, asimismo, los ojos que perfila en sus personajes, grandes, abiertos, espantados, pero a la vez valientes. Para Ibarz, "sus ojos se transforman en voces". Ibarz mantiene que Mercè Rodoreda, la escritora catalana más importante del siglo XX, es autora de una obra plástica "relevante por sí misma, que podría estar en museos como el MACBA o incluso el MNAC", a la vez que puede ser un ejemplo de cómo se establecen las relaciones entre las artes plásticas y la literatura, igual que ocurre en autores canónicos como Henri Michaux. MERCÈ RODOREDA: Sin título, Acuarela sobre papel. Colección Familia Borràs-Gordo, Barcelona 

Escritura frente a pintura. La narradora barcelonesa empezó a pintar a finales de los años cuarenta, durante su exilio en París, y continuó haciéndolo hasta el año 1957, cuando ya residía en Ginebra (Suiza). Mercè Ibarz indica que en 1957, cuando gana el premio Víctor Català con Vint-i-dos contes, deja de lado las acuarelas y los collages y decide dedicarse de pleno a la escritura porque ve que tiene posibilidades, al fin, de publicar regularmente en Cataluña. Aunque no exista constancia, Ibarz no descarta que en sus últimos años en Romanyà de la Selva (Girona) la escritora, que al igual que Miró decía trabajar como una jardinera, continuara con esta afición. MERCÈ RODOREDA: Sin título Acuarela, sobre papel. Colección Familia Borràs-Gordo, Barcelona 

Legado disperso. Anteriormente, sólo se ha expuesto obra pictórica de Mercè Rodoreda, formada por unos 150 lienzos,, en manos de familias como la Borràs-Gras o en el Institut d'Estudis Catalans (IEC), heredero de la obra de la escritora. MERCÈ RODOREDA: Sin título, Acuarela sobre papel adherido a papel. Colección Familia Borràs, Barcelona

Dos muestras. Por otra parte, ahora se ha dado a conocer que la propia escritora había preparado dos exposiciones, que por diferentes circunstancias no se llevaron a cabo. La primera de ellas se debería de haber celebrado en París en otoño de 1953 en la sala Mirador, y la segunda en Barcelona, en la primavera de 1957. MERCÈ RODOREDA: Cheval et chevalier (Caballo y caballero), Lápices y guache sobre papel. Colección Familia Borràs-Gordo, Barcelona

Carles Geli, Barcelona: Rodoreda: pintar para escribir, El País, 16 de diciembre de 2008