Y otros expertos, ¿qué argumentan sobre la polémica de El Coloso?

A veces la historiografía del arte semeja el pugilato, sobre todo en el caso del gigante que nos ocupa. Cuando Manuela Mena decidió no incluir El Coloso en la exposición del año pasado dedicada a Goya en tiempos de guerra y centrada en la conmemoración de 1808, muchos se temieron la llegada del paso que acontenció ayer. Primero porque era conocido desde 1991 su interés por rebatir la autoría de este cuadro -como la de Marianito, La Lechera de Burdeos o su reciente coqueteo con la idea de que las Pinturas Negras tampoco son de Goya-. Después, porque la ausencia de un cuadro como El Coloso, tradicionalmente asociado con la Guerra de Independencia, sólo podía significar una cosa: su descatalogación.

Lo cierto es que el Prado y Manuela Mena actuaron de manera torpe y poco transparente, primero convocando una reunión de expertos el 28 de junio pasado, con grandes ausencias y con una agenda secreta: el cambio de atribución de El Coloso como obra de Asensio Juliá. Más tarde, convocando una rueda de prensa para anunciar lo que ya conocían unos pocos elegidos al resto del mundo, algo que fue criticado desde la historiografía del arte, que esperaba un estudio razonado antes que una noticia, un estudio que por fin fue publicado ayer. Por si fuera poco, la presencia de enviados de las principales galerías y casas de subastas a aquella reunión hizo saltar todas las alarmas.

Además, especialistas disidentes con las tesis de Mena, y hoy del Museo del Prado, de la talla de Nigel Glendinning, llegaron a agrios enfrentamientos verbales a través de los medios por la falta de método. El británico llegó a criticar al Prado, del cual es socio honorífico, porque «las cosas se están haciendo mal». Mena le respondería en una entrevista comparándole con «el callista» que habla de cardiología y diciendo que está muy mayor... ¿para opinar? Se dice que dentro del museo han sido unos meses de aúpa. Envuelto en una dinámica de trabajo desconocida antes de la ampliación y con la exposición de Francis Bacon en puertas, los roces entre departamentos fueron mucho más numerosos e irritantes de lo que el capítulo de agradecimientos del trabajo sobre El Coloso puede dar a entender.

Además, en la muestra Goya en tiempos de guerra, Mena dató una estampa, también titulada Coloso, en 1800 en vez de doce o quince años después, según estaba aceptado, lo que llevó a algunos expertos a pensar que sobre ese antecedente haría bascular la motivación de Juliá para pintar al gigante. Finalmente, ante la ausencia del estudio del Prado, la estudiosa Jesusa Vega publicó en la revista Goya un artículo que rebatía la datación de la estampa, estudio que, casualmente, no es citado en el trabajo de Mena publicado ayer. La estampa, sin embargo, sí está reproducida en el capítulo 11, pero la data ahora es de 1800-1818, un arco muy dilatado para una obra sobre papel.

Jesús García Calero, Madrid: Guerra de expertos en tiempos de Goya, ABC, 27 de enero de 2009

Entrevista a Valeriano Bozal, experto en la obra de Goya

Expertos de todo el mundo leen con la máxima atención el estudio del Prado sobre El Coloso. Valeriano Bozal, uno de los más conocidos estudiosos de Goya en España, ha roto su silencio. El historiador había guardado un escrupuloso silencio desde el pasado mes de abril, cuando comenzó la polémica en la prensa por la descatalogación de El Coloso, que el Prado ya no considera obra del genial Sordo de Fuendetodos. «El informe no es concluyente. Si yo fuera director del Prado no descatalogaría El Coloso todavía», afirma Bozal en conversación telefónica con ABC. «Le estoy dando mi primera impresión, porque acabo de terminar de leer el informe que el Prado ha colgado en la web».

-¿Por qué no le parece concluyente?
-Porque las comparaciones que Manuela Mena ha utilizado para sus argumentos se realizan con pinturas de diversa época siempre, es decir que aborda el modo de pintar de Goya como si fuera siempre igual, algo que no es real.

-¿Por qué cree que se han elegido esas obras?
-Mire, muchas son comparaciones traídas por los pelos, y da la impresión a veces de que son las que convienen, resultan un poco forzadas. Se podría haber cogido otra obra o detalle y podría haberse llegado a una conclusión distinta...

¿Esperaba más firmeza en la hipótesis de que «El Coloso» lo pintó Juliá de la que muestra el estudio?
-La hipótesis de Juliá no resulta convincente. La imagen de El Coloso se impone a la pintura de un artista como Juliá. Si realmente lo hizo, es excepcional y en sus cuadros conocidos no hay más muestras de pintura excepcional.

-¿Pero valora al menos la aparición del estudio, el hecho de que por fin el Prado razone su decisión, ya anunciada a la prensa y a algunos expertos?
-Es que ahora es cuando se abre el proceso normal de un museo. Es ahora cuando hay que hacer la verdadera reunión de expertos, para que según el método científico, verifiquen o se opongan a las tesis ofrecidas por el Prado. Es lo propio, es la grandeza del trabajo científico. Por eso creo que este estudio no puede ser un trabajo definitivo. Falta contrastarlo con otras opiniones relevantes de otros estudiosos y sólo así cobrará crédito en el mundo de la historiografía.

-Hay aportaciones notables, que no sólo se basan en la tan traída teoría del ojo experto que discrimina...
-Es cierto, por primera vez en estas páginas, Mena no se conforma con el ojo, por eso su escrito es muy de agradecer. Pero todo el proceso no será rápido.

-En la reunión de expertos de junio sólo se dio a conocer la hipótesis pero no se compartió el material científico que ahora se aporta. ¿Le gustaría analizarlo?
-Claro, lógicamente. Espero que se publique un volumen especial con todo el material científico, es lo que se debe hacer siempre para cimentar bien el debate. Espero que lo editen o que al menos faciliten ese material, aunque sea en la web. Sólo así podremos hablar con propiedad del caso.

-Hay documentación aportada por Mena en este trabajo, como la del inventario de 1840 de la colección del marqués de Perales y Tolosa, pero se abre una puerta a la aparición de «El Coloso» en un inventario anterior, de 1831.
-La verdad es que resulta extraño que no se diga en 1840 que no es de Goya y aun así se valore muy por encima de lo normal. Por otra parte, el de 1831 abre una puerta extraña. Las dudas que Mena y Wilson comparten sobre la identificación de El Coloso con el Gigante del inventario de 1812 son, sencillamente, poco serias, a mi modo de ver.

-¿De ahí que recomiende usted prudencia ante la descatalogación?
-En efecto, entre todos los argumentos presentados, falta uno de verdadero peso para llegar a una medida tan grave. Yo creo que estamos muy lejos del consenso científico aún, pero ya le digo, esta es mi primera impresión, que no tiene por qué ser la última.

Jesús García Calero, Madrid: Bozal: «Si yo fuera director del Prado, todavía no descatalogaría El Coloso», ABC, 28 de enero de 2009

Calvo Serraller: Conclusión: goyesco sí, de Goya no

Tres cosas especialmente relevantes hay en el informe dado a conocer ayer por el Museo del Prado sobre el polémico caso de El coloso de Goya. La primera: documentalmente se demuestra que el cuadro entró en la familia Fernández Durán -la que donó la obra al Museo del Prado-, a través de la duquesa de Perales en 1931; eso despeja la duda sobre si acaso fuera una réplica o una falsificación tardía.

La segunda: los especialistas del Museo del Prado, a través de su cualificada portavoz, Manuela Mena, jefa del departamento de Goya, no se pronuncian de manera taxativa a la hora de identificar las letras A. J., aparecidas en un rincón del cuadro tras su limpieza, como una segura evidencia de que su autor fuera el estrecho colaborador de Goya, Asensio Juliá, como hasta ahora se daba por supuesto.

La tercera y definitiva: el análisis formal del cuadro, estudiado de manera exhaustiva desde todos los puntos de vista posibles, pone en evidencia que quien lo realizara durante el primer tercio del siglo XIX hizo un cuadro goyesco. Pero también que su autor no es Goya, porque la forma en que están pintados el paisaje, la muchedumbre, la figura que llena el horizonte y, en general, todos los detalles que configuran la superficie pintada, no se corresponde con lo que percibimos como genuinamente goyesco.

Aunque para los no expertos estas razones pueden resultar demasiado técnicas, lo que está claro es que no se trata, por las fechas, de una falsificación, lo que no hay nunca que equivocar con una confusión. No es una falsificación porque, aunque la proyección pública internacional de Goya empieza a fraguarse a partir de 1800, no se convierte en una figura de interés mercantil hasta casi medio siglo después, que es cuando no solamente Goya sino toda la escuela española empiezan a ser buscados con ansiedad por todos los entonces recién inaugurados museos de todo el mundo.

Escandalizarse por el hecho de que una figura histórica como Goya -o cualquier otro gran maestro del pasado- es revisado para autentificar su autoría, es un despropósito que no conduce a otra cosa que a exaltar los peores vicios de nuestro burbujeante mundo mercantil.

El proceso de estudio de El coloso ha sido largo y, pienso yo, bien pautado. Las primeras sospechas respecto a esta obra que durante casi medio siglo nadie puso en duda se produjeron en función de la multiplicación de exposiciones temporales que, con una justificación más o menos clara, se han producido durante las últimas décadas a propósito de Goya, justamente considerado como uno de los heraldos del arte contemporáneo. Con motivo de estas exposiciones temporales, los museos están obligados a revisar el estado de conservación de los cuadros que, o prestan a otra institución o incluso exhiben ellos mismos, y entonces son sometidos a un test no sólo sobre la fragilidad de su superficie pictórica visible, sino también radiológicamente sobre lo que hay detrás de esa superficie.

Cuando en estos análisis salta algún elemento que resulta extraño lógicamente se desencadena un proceso de investigación. Sea lo que sea el objeto puntual de la extrañeza, es obligada la máxima prudencia si el autor del cuadro en cuestión es una figura de la importancia de Goya y, por supuesto, las dudas generadas obligan a un lento proceso de verificación que no hay nunca que airear hasta que hay una mínima convicción sólida. En el caso de El coloso, esta convicción tiene un resultado, a mi juicio, concluyente: nos encontramos ante un cuadro evidentemente goyesco, realizado por un pintor próximo o admirador de Goya, durante el primer tercio del siglo XIX, pero que no es Goya. Se puede vivir esta conjetura de una manera dramática o normal. Yo pienso que lo que debe ser normal es siempre la verdad.

Francisco Calvo Serraller: Conclusión: goyesco sí, de Goya no, El País, 27 de enero de 2009