¡Muerte a la pintura burguesa! ¡Viva el arte útil!

Febrero de 1917: huelgas y manifestaciones en Petrogrado acaban con el ejército en armas y, un mes después, abdica el zar Nicolás II. Ha estallado la Revolución bolchevique. Marzo de 1925: Rodchenko viaja a París como miembro de la delegación soviética para participar en la Exposición Internacional de las Artes Decorativas e Industriales Modernas. Entre una y otra fecha -tan sólo ocho años- ocurrieron muchas e importantes cosas en el arte ruso. Fue, en palabras de Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, «un momento extraordinario del siglo XX».

Una gran exposición, patrocinada por la Fundación AXA, nos relata aquella apasionante historia en el CARS, tras su paso por la Tate Modern de Londres -ambas instituciones han organizado la muestra- y el Museo de Tesalónica. Una historia escrita de igual a igual por hombres y mujeres (...y nos han hecho creer que la cuota femenina es una conquista de hoy). Esta exposición se centra en dos de ellos: un hombre, Aleksandr Rodchenko, y una mujer, Liubov Popova. Aunque podían haberse elegido otras muchas: Stepanova (esposa de Rodchenko), Bubnova, Udaltsova, Exter... Ya dijo Lenin que «en la tierra de los sóviets cualquier cocinera puede dirigir el Estado».

En esos años en los que el cubismo y el futurismo han dejado huella en Europa, un
movimiento artístico experimental irrumpió con fuerza en Rusia con la Revolución: el constructivismo. Los sóviets creían que el arte se había ensimismado y aburguesado. Había, pues, que dar muerte a ese arte puramente estético. ¡Viva el arte útil! Nace entonces el artista-ingeniero, cuyas obras debían ser como un objeto manufacturado más. Su objetivo, mejorar la vida del pueblo a través del arte. Y en ese ambiente es donde se enmarca el trabajo llevado a cabo en aquellos intensos y productivos ocho años por Rodchenko y Popova. Ambos «marcan el punto de no retorno de una vanguardia militante que se radicaliza -explica Borja-Villel-, se vuelve autoconsciente y declara una muerte de la pintura en pos de los nuevos valores de la construcción».

Hasta 350 obras se han instalado en la Sala A1 del Reina Sofía, la joya del museo: hay pinturas (cuesta adivinar si las firma Rodchenko o Popova), sobre todo al comienzo de la exposición, pero también dibujos, esculturas, carteles, fotografías, textiles, muebles, libros, trabajos para cine y teatro... Nada le era ajeno a estos constructivistas rusos. Tras un festín de extraordinarias abstracciones geométricas (más rectas en Popova y curvas en Rodchenko), pasamos a un espacio mucho más sutil, protagonizado por unas frágiles piezas tridimensionales: las hay que cuelgan del techo, cuyas sombras se dibujan como una pieza más en la pared, y también en vitrinas. Otro de los espacios más espectaculares de la muestra es el que evoca una histórica exposición, de curioso título («5 X 5 = 25»), que realizaron Popova y Rodchenko en Moscú en 1921 junto a Stepanova, Vesnin y Exter.

«Se corría el riesgo -advierte Vicente Todolí, director de la Tate Modern y comisario de la muestra junto a Margarita Tupitsyn- de que todo fuera demasiado coherente, como si hubiera detrás un guión, pero queríamos devolver la acción al artista como individuo. Detrás de cada movimiento hay individuos con determinación y una visión nueva de las cosas. A veces el bosque no te deja ver a los artistas». Tupitsyn, por su parte, subrayó que el desafío de hacer una muestra de arte ruso «es muy grande; te conviertes en detective, porque hay mucha obra falsa y no puedes engañar al público».

Los constructivistas ayudaron a mejorar la vida de los rusos con el diseño de carteles propagandísticos y educativos y la producción industrial de muebles, vestidos, vajillas... De todo ello hay estupendos ejemplos en la exposición. Mientras Popova se decantaba por los tejidos y el teatro (en una vitrina se exhibe la maqueta que hizo para el escenario de «El cornudo magnánimo»), el compromiso de Rodchenko era mayor con el cine, la literatura y la fotografía. Algunas de las películas e instantáneas recrean momentos íntimos de nuestros protagonistas y su círculo. No falta la intensa y fructífera colaboración entre Rodchenko y Maiakovsky, convertidos en «constructores-publicistas». Se ha cuidado en el montaje hasta el último detalle. La muestra acaba con la recreación del «Club Obrero», espacio de ocio colectivo diseñado por Rodchenko, que hace las veces de espacio de lectura (catálogos, periódicos... y hasta mesa de ajedrez).

La aventura constructivista acabó con la llegada del estalinismo y deja paso al gris y rancio realismo socialista: Rodchenko y compañía (Popova muere en 1924) deben volver a la pintura de caballete y la escultura monumental.

Natividad Pulido, Madrid: ¡Muerte a la pintura burguesa! ¡Viva el arte útil!, ABC, 21 de octubre de 2009