La epidermis del español

¿Pero quién en su sano juicio, a las once de la mañana de un día oscuro y gélido, azotado por el viento, se echa a la calle con los cuellos del abrigo subidos sin otro objeto que ver una exposición sobre las fuentes de la tipografía española? ¡Nadie! Y, sin embargo, la respuesta correcta se impone al subir las escaleras que llevan a la entreplanta de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Entran y salen atentos visitantes: un abuelo con una nieta preguntona; un hombre barbudo que se detiene con calma a cada paso, con los brazos a la espalda, disfrutando; un calvo alegre que, sorprendido, interroga a la encargada de seguridad sobre el precio del catálogo.

CONTAR UNA HISTORIA. Resulta increíble que la casualidad concentre tanta locura en tan pocos metros cuadrados. De donde se deduce que la exposición merece que personas cuerdas desafíen el frío de enero para acudir a verla. Esta muestra, comisariada por José María Ribagorda, cuenta una historia.

Relata el encuentro entre la tradición caligráfica de nuestra lengua y el auge actual de la tipografía mediante el diseño de fuentes por ordenador. Cuenta cómo, hace muchos años (paradójicamente, cuando se desarrolló el libro impreso) aparecen los primeros manuales de caligrafía. Entonces, la noble profesión de pendolista o escribano se convertía en arte cuando su escritura era elegida como modelo para la impresión, lo que le otorgaba el rango de autor. Don Rufino Blanco escribió que «el calígrafo es el que traza con belleza los signos gráficos y conoce las reglas del arte, una figura distinta del pendolista, que sólo tiene la destreza pero desconoce el arte». La exposición revisa la evolución de la famosa Bastarda Española, una caligrafía que se desarrolló a partir de otra de origen italiano. Y se detiene en la Edad de Oro, nexo de unión: en 1761 Carlos III fundó la Imprenta Real. El Quijote impreso por Joaquín Ibarra, con la tipografía que hoy lleva su apellido, señala la plenitud de un periodo en el que se desarrollan, por primera vez, caracteres genuinamente españoles.

EN LA ERA VIRTUAL. Y la historia se extiende hasta los albores del virtual siglo XXI, mostrando el trabajo actual de diseñadores de la Península e Iberoamérica que tienen las tipografías de la Imprenta Real como referencia y rebuscan en la Historia para hacerle un sitio a las letras españolas en los ordenadores de todo el mundo: José Serón, Sandro Baldassari y Pulido primero; Mario Feliciano, Andreu Balius, Josep Patau y el mismo Ribagorda, después.

DESDE LA PASIÓN. Se podría decir que es una historia apasionada. Viene a la cabeza aquella cita que se atribuye a André Gide: «Lo más profundo es la piel». La escritura es como la piel de la lengua. El texto es la carne. Y los libros el tradicional vehículo privilegiado. Se exponen maravillosas ediciones de aquella época: la considerada mejor edición del Quijote, aquella de 1780, y La conjuración de Catilina de Salustio, con fama de ser el mejor impreso entre todos los salidos de las prensas españolas del siglo XVIII (también impresa por Joaquín Ibarra); libros de Tomás Iriarte o Ramón de la Cruz.

UN FALSO ABISMO. Han cambiado tanto las cosas... Igual que pasan los años y la piel se arruga. Madura de tal manera que, a veces, sólo con una fotografía antigua se recuerda lo que fue, el pasado borroso que determina el presente. Del manuscrito a la ciberliteratura, y pareciera que, entre ambos, un abismo. Sin embargo, la base más profunda de la escritura permanece inalterable. Así comienza la introducción de Ribagorda al magnífico catálogo -350 páginas de ensayos expertos con la pretensión de convertirse en el libro de referencia del diseño tipográfico español-: «Amigo lector: Escribo. Desde el escritorio de mi ordenador construyo líneas fragmentadas, similares y distintas que sólo toman sentido en cuanto usted, situado en mi futuro, es capaz de transmutarlas en el eco de su voz. Quizás algún día desaparezca la alquimia que permite esta extraña comunión; quizás algún día estas líneas no sean más que un conjunto de pequeños dibujos extrañamente ordenados y repetidos. Por un momento, párese a mirar, sólo a mirar, y tendrá ante usted el objeto de esta exposición».

Una exposición con ambición internacional, que viajará en marzo a Chile, coincidiendo con el V Congreso de la Lengua Española, para tender puentes y trabajar por la creación de una identidad tipográfica propia de nuestra lengua común. Sin ánimos de recuperar en estas páginas el esquema de aquel famoso anuncio de Coca Cola, se puede decir que esta muestra es para los fetichistas. Para los que deslizan los dedos por las líneas de los libros. Para los que se sienten atraídos por los hermosos contornos de las letras. Para los que creen aquello de que verba volant, pero scripta manent. Para los que se atreven a ponerse doble par de calcetines y aventurarse en el temporal por una buena causa.

Paloma Torres Pérez-Solero: La epidermis del español, ABCD Las Artes y Las Letras, nº 932, 16 de enero de 2010