Los enemigos invisibles de la cueva de Altamira

La salud de la cueva de Altamira es frágil y requiere cuidados intensivos. Así lo confirman las conclusiones del informe elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), al que ha tenido acceso Público, después de un trabajo de análisis y monitorización de dos años.

En este tiempo, las medidas correctoras aplicadas por los técnicos del CSIC han logrado estabilizar lo máximo posible el ambiente en el interior de la cueva. Sin embargo, ante la reunión del Patronato de Altamira que el 8 de junio decidirá si se abre o se mantiene cerrada, los investigadores advierten del peligro de la "entrada continuada de visitantes" y recomiendan seguir con la "actual línea de actuación", lo que supondría mantenerla cerrada. El Ministerio de Cultura ha asegurado que respetará el informe del CSIC en el patronato, pero el Gobierno de Cantabria insiste en que su objetivo es abrir la cueva.

Los enemigos de las pinturas de Altamira, considerada la Capilla Sixtina del arte rupestre, son muchos, variados y principalmente microscópicos. Se trata de microorganismos imperceptibles, pero cuya acción ha sido inequívocamente visible en forma de manchas verdes sobre los famosos bisontes de la Sala de Polícromos.

Podría ser peor: las pinturas de la cueva de Lascaux (Francia) sufrieron la invasión de hongos negros y otros organismos que atacaron directamente el sustrato, es decir, la roca donde están las pinturas. Precisamente, la última investigación del CSIC encontró una colonización por hongos en estado latente no descubierta previamente en la gruta cántabra.

Altamira es una cueva especialmente sensible: presenta una diversidad microbiana muy elevada, donde incluso "los sustratos aparentemente no colonizados por microorganismos muestran un alto grado de actividad microbiana", explica el informe del CSIC. Según este estudio, el objetivo es que las poblaciones de microbios se mantengan "en fase de adaptación o pasen de la fase de crecimiento exponencial a una estacionaria".

Pero hay varios factores que podrían imposibilitar llegar a esta meta y casi todos están relacionados con la entrada de visitantes en el lugar, lo que no se produce desde que se cerrara al público en el año 2002. De decidirse la apertura, en Altamira entrarían personas... y algo más.

Las esporas

Las personas somos vehículos de esporas, portadores de sustancias biológicas que pueden quedarse dentro de la cueva y reproducirse. "Estas esporas pueden estar latentes durante décadas e incluso cientos de años, hasta que encuentran un medio ideal y empiezan a actuar", explica José María Calaforra, profesor de Geología de la Universidad de Almería. Durante el último estudio del CSIC, los investigadores se vieron obligados a suspender las visitas experimentales que había solicitado la Dirección General de Bellas Artes "para evitar la dispersión de esporas asociado a las entradas", que podría acelerar "la rápida pauta de crecimiento de los hongos".

La temperatura

Los movimientos de los visitantes en el interior de la gruta generan cambios de temperatura, lo que afecta considerablemente a la estabilidad ambiental, ya que en un lugar que está bajo tierra las variaciones de calor y frío son mínimas. "Si hay un incremento de la temperatura, se evapora agua de las superficies; si disminuye, esta agua se deposita. Con lo cual los organismos tienen más agua para reproducirse más rápido, sobre todo si hay luz", indica Mariona Hernández-Mariné, farmacéutica de la Universidad de Barcelona que participó en la última investigación del CSIC.

Para reducir la entrada de partículas y el efecto del intercambio energético, se ha instalado un segundo cierre que ha ayudado a conservar el clima de la cueva. "Se ha logrado una menor tasa de intercambio con el exterior y una dinámica físico-química con menos oscilaciones y con pautas más próximas a las naturales que hace diez años", reza el informe del CSIC.

La humedad

La respiración y el sudor de los visitantes provocan variaciones en la humedad de la cueva, que se almacena sobre las paredes. En el año 2002, esto originó unas pátinas verdes formadas por microalgas y cianobacterias. En ese momento fue cuando se determinó el cierre de la cueva, porque estos microorganismos podrían dar lugar a escenarios todavía más peligrosos. "Las microalgas y cianobacterias son biomasa, es decir, comida para otros organismos. Sobre estas zonas crecen otros microorganismos que dañan más las pinturas que las propias microalgas", explica Hernández-Mariné.

Respiración y luz

El anhídrido carbónico de la respiración es especialmente nocivo, ya que las microalgas lo utilizan para realizar la fotosíntesis. Este proceso no sólo aumenta la humedad en la Sala de Polícromos, sino que produce nueva materia orgánica que puede resultar más peligrosa que las propias microalgas.

Los otros dos componentes que necesitan las microalgas para realizar la fotosíntesis son nutrientes y luz. Este fue el motivo de que en 2006 se retirara el tendido de iluminación eléctrica en el interior de la gruta. "En este sentido, cabe la posibilidad de no iluminar con luz blanca. Se puede iluminar con luces frías o con menores longitudes de onda", señala Hernández-Mariné.

Nutrientes del exterior

"Hay una manía de ajardinar las zonas alrededor de las cuevas, para que quede bonito, lo que es perjudicial para el interior. Si tienes una cueva subterránea y no quieres que haya nutrientes, no puedes regar por encima", detalla la profesora Hernández-Mariné. Desde 2005 se ha controlado la vegetación en el exterior de Altamira (principalmente sobre la cueva, donde hay nutrientes generados por la ganadería), evitando los riegos con nitrógeno y fósforo, gracias a lo cual se ha conseguido "un descenso de los compuestos nitrogenados en el agua de infiltración", concluye el CSIC.

Jesús Miguel Marcos, Madrid: Los enemigos invisibles de la cueva de Altamira, Público, 26 de abril de 2010