Bernardo Paz: 'El arte es más poderoso que la tecnología'

Dos coleccionistas atípicos y algo utópicos. El brasileño Bernardo Paz ha construido un paraíso botánico y artístico. Han Nefkens dona cuanto compra a los museos. Formas distintas de compartir, educar y comprender el arte contemporáneo

El coleccionista de arte Bernardo Paz.- CAROL REISNinguna colección puede presentarse de forma completa, pero sí puede actuar como fragmento convincente de una totalidad absolutamente singular. La colección de Bernardo Paz (Belo Horizonte, 1951) ostenta el sello inconfundible de su envoltorio, un jardín botánico conocido por el nombre de Inhotim (Tim se llamaba el dueño original de las tierras, "Señor Nhô o Inhô"). En 2002, este industrial brasileño inauguró en Brumaldinho, al norte del Estado de Minas Gerais, una fundación sin precedentes en América Latina, y desde allí emprendió un proyecto social que lleva un proceso semejante al acometido por la burguesía del siglo XVIII, con la cual comenzó la creación de estructuras educativas, como las bibliotecas, las escuelas, los museos. En aquel momento, lo importante era entender el mundo. Y si una obra de arte es la expresión de lo que acontece, Paz crea desde este enclave de la selva atlántica -donde trabajan 600 personas, desde comisarios hasta jardineros- las condiciones para que los artistas las realicen.

"Construir un concepto. Practicar una idea. Vivir una experiencia" es el lema de este complejo museológico cuyo mayor atractivo es su extraordinaria reserva botánica de 70 hectáreas diseñada por el arquitecto paisajista Roberto Burle Marx a la manera de un laboratorio científico que ha permitido a los estudiosos recuperar especies en peligro de extinción. Desde hace cuatro años, el Instituto de Arte Contemporáneo atrae a miles de personas que comparten de manera activa el espíritu de una colección muy esculpida, estrechamente vinculada a la exuberancia del espacio. Rodeados de lagos artificiales y rarísimas especies botánicas, una veintena de pabellones acoge los trabajos de artistas de la escena brasileña e internacional -Cildo Meireles, Tunga, Hélio Oiticica, Adriana Varejâo, Janet Cardiff & George Bures Miller, Matthew Barney, Doug Aitken- e intervenciones específicas en el entorno -Chris Burden, Dan Graham, Jorge Macchi, González-Foerster, Rirkrit Tiravanija, Olafur Eliasson, Simon Starling-. "Empecé adquiriendo obra de los años sesenta, un momento que supuso el fin del paradigma de la idea de vanguardia. Seguí con la obra de creadores brasileños de los ochenta y noventa. Ahora tenemos 450 obras, que se van rotando en cada muestra", explica Paz. El próximo mes de septiembre la revolucionaria obra de Hélio Oiticica y Neville d'Almeida, Cosmococas 1-5 (1973), inaugurará un nuevo pabellón. Le seguirán las de Pipilotti Rist y Cristina Iglesias.

PREGUNTA. El coleccionismo siempre ha guardado una estrecha relación con razones personales. ¿Cuáles fueron las suyas?

RESPUESTA. Me marcó mucho la educación de mis padres. Mi padre era un arquitecto patriota, me cantaba himnos nacionales para que me durmiera. Mi madre era pintora y escritora, tenía una gran sensibilidad. De ellos aprendí la disciplina, y a perseverar. Ya de joven, me dediqué a viajar por todo el mundo. En 1970, en Acapulco, descubrí por casualidad un jardín extraordinario, con una orquesta que tocaba mientras la gente bailaba. Parecían felices. Me dije: "Yo quiero algo así". Aquella experiencia orientó el resto de mi vida. De regreso, trabajé como industrial en la siderurgia y la minería. Enseguida me di cuenta de que no estaba preparado para afrontar ese mundo de disputas ridículas, donde todo está controlado por personas muy inteligentes y especuladoras. Puse mis empresas en manos de los administradores, abandoné todo. A mediados de los noventa, con mi amigo Burle Marx, empezamos a idear Inhotim.

Inmensa (2002), escultura de Cildo Meireles, en Inhotim.- BRUNO MAGALHAESP. Su colección no intenta rastrear y documentar la trayectoria de un artista determinado, sino que una sola pieza, y de grandes dimensiones, sea representativa del artista y del espíritu que anima su obra.

R. No me siento ni coleccionista ni mecenas. Soy una persona normal que ha querido hacer un "lugar" para que la gente lo pudiera atravessar. Por eso es importante que sean obras grandes, que contengan una renovación del lenguaje, que sean un experimento y una vivencia para el espectador. Comencé a construir pabellones con arquitectos amigos, el primero fue el de Tunga, (True Rouge, 1997), después llegó Cildo Meirles y todos los brasileños... y ya no paré. Al principio no pensaba que a la gente le interesara el arte contemporáneo, pero me dediqué a observar la reacción de los niños. Les encantaba. Descubrí que el arte se anticipa a todo, y que es más poderoso que la tecnología.

P. ¿Quién le aconsejaba?

R. La galerista neoyorquina Marian Goodman visitó Inhotim en 2001. Se quedó impresionada y me dijo que no me podía equivocar, que debía contratar a personas que me asesoraran. También me aconsejó que nunca dejase de escuchar la voz de mi intuición. Me habló del historiador Allan Schwartzman. Le invité a Inhotim y entendió el proyecto. Hoy es el comisario jefe, con base en Nueva York. También trabajo con el alemán Jochen Volz y con Rodrigo Moura. Siempre tengo información precisa y rápida de lo que ocurre.

P. ¿Tuvo apoyos de particulares o del Gobierno de Minas?

R. Empecé solo y sigo solo. Minas Gerais es el Estado más conservador y abandonado de Brasil. Todavía mucha gente desconoce nuestro proyecto educativo. Yo no soy un multimillonario, simplemente vivo con los recursos que surgen de los movimientos del mercado gracias a mis empresas. He llegado a tener serios problemas económicos. Pero nunca he tenido miedo. Descubrí que la inteligencia no es nada sin la vehemencia. Tuve que vender piezas de arte moderno para continuar mi proyecto, contraté a personas de Brumaldinho (el pueblo cercano) y su entorno para abaratar costes. Creé una constructora. Y siempre en contra de la opinión de familiares y amigos. Cada vez que ganaba dinero, lo gastaba para la producción de una obra y para sentar las bases de la fundación. Inhotim es un lugar único en el mundo, es un retrato de lo mejor de Brasil. Los que lo han visto dicen que es maravilloso, pero que su dueño es muy peligroso. En Brasil ser diferente se paga muy caro. Pero cuanto más me critican, más me fortalecen. Hacen que me vuelque más en la sociedad. Todo el mundo debería conocer este lugar.

P. Usted ha prestado obras a algunas colecciones públicas internacionales, como la Tate, el Reina Sofía, el Macba. ¿Qué opinión le merecen los museos, cuando los centros que gozan de mayor respeto tienen que ver con el consumo más que con la educación?

R. El museo ha de tener una función educativa. Debemos visitarlos para conocer nuestra historia. Egipto, Grecia, Roma... Su orgullo empezó con el arte. Y con el arte contemporáneo pasa lo mismo. Nos ayuda a conocernos. El problema son algunos directores de museo, tienen mucha vanidad. La vanidad es un veneno que mata poco a poco.

P. ¿Cómo huye un coleccionista del apremio del mercado?

R. Hay coleccionistas que compran obra por estatus. Yo soy simplemente un emprendedor. Mi único interés es la educación. Soy racional y no me muevo por las pasiones. En este mundo, como en otros, hay demasiados especuladores y gente deshonesta. También hay buenos profesionales que gestionan de forma transparente. Lo importante es saber escoger a las personas correctas. Muchos artistas son solo producto de críticos interesados, o de algunos comisarios, y ¡qué peligrosos son! Pero, créame, estos no duran mucho.

Ángela Molina, 'El arte es más poderoso que la tecnología', EL PAÍS / Babelia, 14 de agosto de 2010