Galeristas: relevo generacional

Soledad Lorenzo: «Me retiro pronto; hacerlo a tiempo será una victoria»

Es una de las referencias indiscutibles del mercado del arte en España en el último cuarto de siglo. Su galería, una de las más respetadas, cumple 25 años. Durante este tiempo ha representado a nuestros mejores artistas y los ha promocionado por medio mundo. Es una de las grandes damas, con mayúsculas, del arte español. Hablar de Soledad Lorenzo es hablar de una mujer que se ha hecho a sí misma en este mundo tan duro y competitivo, es hablar de una señora que lleva sus ya casi 74 años (los cumple en septiembre) con un poderío y un estilo que ya los quisiera para sí cualquier treintañera. Pese a que confiesa ser muy poco de celebraciones, quiere festejar sus 25 años de profesión con una cena «entre amigos» en noviembre y una serie de exposiciones especiales de sus artistas en duetos. Pero también llegan rumores de que se retira. Se está yendo poco a poco, de puntillas, sin hacer ruido, como hacen los grandes, con la elegancia que le caracteriza.

Para hablar de todo ello quedamos con Soledad Lorenzo. Va vestida de pies a cabeza de azul Klein. Lo de su retirada, dice, se debe a un malentendido: «Hablo demasiado o con demasiada naturalidad. Siempre he dicho que quiero retirarme con la mente lúcida, no estando gagá. Retirarme a tiempo será una victoria. Este año he decidido que me retiraré pronto. No sé si en un año, año y medio… Soy muy inteligente para la vida, sabiendo siempre lo que hago y previendo las cosas. Me queda poco tiempo en la galería, quiero retirarme a tiempo, bien. Tengo 73 años, en septiembre cumplo 74. A mi edad, el proyecto ya está hecho. Que vaya a una feria o a otra no va a cambiar nada. Le dije a Oliva Arauna (una galerista amiga suya) y al contable común que tenemos las dos: “Cuando veáis que empiezo a flaquear me lo tenéis que decir”. A los 75 lo normal es que ya lo deje, pero de forma natural, nada dramática». ¿Continuará la galería sin Soledad Lorenzo? «No, no quiero». Tenía claro que debía hablar con sus artistas y así lo ha hecho: «Lo han entendido perfectamente. Me han dicho que están conmigo. Si se quieren ir, pueden hacerlo, lo entendería. En esta profesión el trabajo es recíproco: sin artistas no existiríamos y los artistas nos necesitan».

La historia de amor con el arte de esta santanderina fue tardía y casual. Pese a que su padre —un empresario liberal, que estuvo cinco años en la cárcel y fue el único alcalde republicano que se libró de la pena de muerte— era coleccionista, nunca pensó dedicarse al mundo del arte. Creció en un ambiente intelectual —su padre era amigo de Alberti, Gerardo Diego, Solana, Sunyer, que la pintó tres veces…— y cuentan que Luis Rosales se quedó prendado de ella. Se casó a los 21 años y se fue a vivir a Londres por el trabajo de su marido. A los 40 años se quedó viuda. «Mi marido amaba la vida, yo le ponía muchas pegas. No era rebelde, sí inconformista». A través de Paloma Altolaguirre («sin ella yo no estaría hoy aquí») comenzó a trabajar con Fernando Guereta en su galería, después aterrizó en Théo (la galería de Elvira González) como recepcionista. «Mi hermano Ricardo me dijo: “no trabajes para nadie”. Pero yo necesitaba un tiempo para entenderme. Hasta que un día me di cuenta de que mi hermano tenía razón y que debía hacer algo por mí misma». Y así, en 1986 abrió su propia galería en la calle Orfila de Madrid. Aún permanece allí. Su primera exposición, recuerda, fue de Alfonso Fraile.

«Soy un chollo»

¿Cómo han sido estos 25 años? «No ha habido dramas, ni peligros de cierre. Vivo sola, no tengo gastos caros. Me gusta la moda y vestir bien, pero de Zara. Soy un chollo… Aunque siempre he trabajado mucho, necesito trabajar». Recuerda cómo comenzó su colaboración con Tàpies: «Schnabel quería conocerlo y le acompañé a su estudio. Julian le preguntó: “¿con qué galería trabaja en España?” “Con ninguna, porque a Soledad no le intereso”, respondió. Aquello me quitó el sueño. Pensé que mi galería no le podía interesar a alguien como él. “Me gusta estar con los jóvenes”, me dijo». Y también recuerda perfectamente el día que conoció a Louise Bourgeois: «La vida me juntó con ella. Vi una exposición de sus dibujos en el Pompidou y me dejó enamorada. Fui a Nueva York y quedé con Robert Miller, que la llevaba entonces. Fuimos a su casa en Chelsea. Allí estaba sentada con otras mujeres cosiendo, con sus pantalones azules de raso. Una imagen fantástica. “Me gustas mucho”, me dijo».

«A mí me nutren mis artistas, soy egoísta —comenta Soledad Lorenzo—. Esto es un clan. Decimos: “Es mi galerista, es mi artista”. Hay algo de posesión. Pero son tus artistas, no tus amigos, ni tus niños». ¿Qué legado le gustaría dejar? «Que la gente me respete y me quiera. Soy una afortunada. Samuel Keller (exdirector de Art Basel) me preguntó un día: “¿y qué pasará cuando Juana, Elvira, Helga y tú no estéis? Representáis el tesón, la actitud de una época…” Le respondí: “Pues que vendrán otros”». Cierto, pero Keller se refería a si será una generación tan increíble como la de estas cuatro grandes mujeres, que han seguido amando el arte en presente, nunca en pasado. «Pese a mi escepticismo radical, creo en todo», concluye Soledad Lorenzo.

Natividad Pulido: Galeristas: relevo generacional, ABC, 27 de julio de 2011