Mariano Fortuny, la pasión oriental de un catalán universal

Tras una década oculta en los almacenes del Prado por las obras del Casón del Buen Retiro, la pintura del XIX reivindicaba su espacio propio en el museo. Primero, con una exposición de sus obras maestras en las salas de la ampliación de Moneo; después, con su integración definitiva en las colecciones de la pinacoteca y, por último, con importantes monográficas de los principales artistas.
DESNUDO EN LA PLAYA DE PORTICI, de Mariano Fortuny. Óleo sobre tabla, 1874 (Museo del Prado)
DESNUDO EN LA PLAYA DE PORTICI, de Mariano Fortuny. Óleo sobre tabla, 1874 (Museo del Prado)
A Sorolla y Martín Rico se suma ahora Mariano Fortuny, el artista español del XIX con mayor éxito y proyección internacional. Pese a vivir tan solo 36 años, fue un artista total, una figura poliédrica, con muchas aristas, y en todas ellas fue un gran renovador, gracias a su originalidad, desbordante imaginación, virtuosismo técnico, refinamiento y maestría en el tratamiento de la luz, precisión en el dibujo y vibrante paleta. Así lo demostró en sus pinturas, pero también en sus aguafuertes (le sitúan como el mejor grabador español entre Goya y Picasso), en sus dibujos (pese a su prematura muerte, se han catalogado 3.300) y, muy especialmente, en sus acuarelas, donde crea con mayor libertad. Su genio en esta materia despertó admiración y envidia por igual entre sus colegas. Además, Fortuny tuvo un ojo estupendo como coleccionista, logrando atesorar una impresionante colección de antigüedades y artes decorativas en su estudio de Villa Martinori (Roma).

Todos estos Fortuny están presentes en la gran antológica que le dedica el Prado con 169 piezas (hasta el 18 de marzo de 2018). De ellas, 30 son de su colección, incluido un «Paisaje napolitano», adquirido recientemente. El resto procede de 40 prestigiosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo. Destacan los generosos préstamos del Museo Fortuny de Venecia y el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), que ya le dedicó una exposición en 2003. Buena prueba de lo irrepetible de la muestra, comisariada por Javier Barón y patrocinada por la Fundación AXA, es que 67 piezas no habían salido nunca de sus lugares de origen y una docena son inéditas.

Mariano Fortuny y Marsal (Reus, Tarragona, 1838-Roma, 1874) llevaba el arte en su ADN. Hijo y nieto de artesanos, su familia política es una de las sagas pictóricas más famosas de este país. En 1866 llega a Madrid para estudiar las obras del Prado y establece un fuerte vínculo con la familia Madrazo. Amigo de Ricardo y Raimundo, en 1867 se casa con la hermana de éstos, Cecilia. Con motivo de la boda su suegro, Federico de Madrazo, le hace un retrato. Se ha editado la correspondencia entre Fortuny y los Madrazo (unas 400 cartas) y la biografía de Cecilia Madrazo. Ambas se presentarán en unos días. Pero también el hijo de Fortuny, Mariano Fortuny y Madrazo, fue un artista todoterreno: pintor, grabador, fotógrafo, escenógrafo, diseñador, inventor… y creador del célebre vestido Delphos (de satén de seda y finamente plisado). En el Gran Canal veneciano adquirió el espléndido Palacio Orfei, hoy sede del Museo Fortuny.

CECILIA DE MADRAZO, de Mariano Fortuny. Acuarela sobre papel, 1874 (The British Museum)
CECILIA DE MADRAZO, de Mariano Fortuny.
Acuarela sobre papel, 1874 (The British Museum)
Era «una revisión moderna y al gusto francés del arte de Goya». Outsider, independiente, cosmopolita… Tan solo le bastaron 36 años para ser un genio. A través de un recorrido cronológico, la exposición arranca con algunos de sus primeros trabajos: desnudos clásicos realizados durante sus años de formación en Roma (1858-61). El joven Fortuny ya da muestras de sus conocimientos anatómicos. Pero, como explica Javier Barón, no fue hasta su viaje al norte de África, entre 1860-62, cuando aflora su genio artístico, con un cambio radical en su pintura. Mariano Fortuny acude a Marruecos por encargo de la Diputación de Barcelona para documentar pictóricamente la guerra hispanomarroquí en diez obras.

Cuelga en la exposición «La batalla de Wad-Ras» (la vivó en carne propia). Pero lo que realmente le atrajo no fue la guerra, sino los tipos y costumbres locales, unas fantasías árabes que permanecieron durante su breve pero intensa carrera. Se cuelan en sus obras las arquitecturas desnudas de la zona, la deslumbrante luz marroquí… No fue ni el primer ni el último artista fascinado por el orientalismo. Ahí están las hermosas odaliscas de Ingres, Delacroix, Matisse o Picasso. En el caso de Fortuny, a su pasión por lo árabe (la exposición está plagada de espléndidos ejemplos) se suma su pasión por el Lejano Oriente: en su colección tenía armas japonesas, biombos, abanicos... Al final de la muestra se exhibe una de sus obras más exquisitas: «Los hijos del pintor en el salón japonés», de la colección del Prado.

Entre 1863 y 1868 Fortuny permaneció entre España e Italia. Apenas se centró en el género del retrato, y no por falta de recursos. Como demuestra el espléndido retrato de Mirope Savati, presente en la muestra. Propiedad del Metropolitan de Nueva York, viaja por vez primera a Europa. Esta italiana estaba casada con José Gaye, secretario del duque de Riánsares. Precisamente, Fortuny pintó para la residencia parisina del marqués y su esposa, María Cristina de Borbón, un gran lienzo, que decoraba el techo de una de las salas: «La Reina María Cristina pasando revista a las tropas». El Prado lo adquirió en 1894 y ahora lo muestra por vez primera en su posición original. Es posible que se mantenga así tras la exposición. Si Fortuny fue un maestro de la acuarela (hay en la exposición obras excepcionales como «El fumador de opio», del Hermitage, que se presta por primera vez), no lo fue menos en el grabado, donde demostró una prodigiosa habilidad. Se exhiben la lámina de cobre, varias pruebas de estado y el aguafuerte final de «El anacoreta», una de sus obras maestras.

Son muchos los pintores a los que Mariano Fortuny admiraba: Velázquez, Ribera, El Greco, Van Dyck y, sobre todo, Goya. No se limitó a estudiarlos, sino también a copiar algunas de sus obras más célebres, la mayoría en la colección del Prado. Una selección cuelga en la muestra. De Velázquez recrea, total o parcialmente, «Marte», «Menipo», «Inocencio X», «Las Lanzas»… De Ribera, su «San Andrés». De Goya, «Pedro Mocarte», «La Familia de Carlos IV» y algunos de sus dibujos… Los mantuvo con él en su estudio toda su vida. Tras su muerte salieron a la venta y alcanzaron precios muy elevados en el mercado.

Mariano Fortuny vivió poco, pero lo suficiente para saborear el éxito, de la mano de su marchante, Adolphe Goupil, e importantes coleccionistas. El principal, William H. Stewart. En la exposición están presentes muchos de sus grandes trabajos, como «La vicaría», del MNAC; «La elección de la modelo», de la National Gallery de Washington; o «Pórtico de la Iglesia de San Ginés de Madrid», de la Hispanic Society de Nueva York. Si Marruecos fue el despertar de su pasión oriental, con Granada mantuvo un intenso idilio. Allí vivió dos años, de 1870 a 1872. Se enamoró de esta ciudad cuyo pasado islámico se respira en todos sus rincones, de sus palacios nazaríes, sus calles, jardines y gentes… De su etapa granadina destaca «Carrera del Darro», una preciosa obra que el British Museum presta por primera vez. Solo se había exhibido en sus salas en una ocasión. Pese a ser casi desconocida, es una de sus más importantes acuarelas.

También hay obras inéditas de esta etapa: «Sombra de una farola en una calle empedrada», «Vendedora de verduras»… En «Carrera del Darro» aparece la antigua Cancillería árabe, donde el artista compró en 1871 una de las joyas más preciadas de su colección, atesorada en su estudio romano: el conocido como «Azulejo Fortuny» (1408-17), cedido por el Instituto Valencia de Don Juan (Madrid). Su faceta como coleccionista es uno de los atractivos de la exposición, cuyo punto fuerte es el arte hispanomusulmán e islámico. 

Ha venido al Prado una exquisita selección: junto al citado azulejo, un tapiz, un espejo veneciano, un arcón de bodas, tejidos turcos, un escudo y un casco persas, una máscara funeraria de Beethoven, músico que adoraba y al que estaba dibujando poco antes de morir… Como curiosidad, una espada realizada por el propio Fortuny imitando modelos antiguos. Su viuda se deshizo de algunas piezas, que fueron adquiridas por prestigiosos museos de todo el mundo, lo que da idea del grado de excelencia de su colección.

En 1874 se instaló en Portici, cerca de Nápoles, donde pinta del natural niños desnudos en la playa, años antes que Sargent y Sorolla. Hay cuatro expuestos, dos inéditos. El recorrido concluye con su máscara funeraria y el vaciado de su mano, realizados por Jerónimo Suñol, y una foto de Mariano Fortuny en su lecho de muerte. Théophile Gautier, uno de sus más fieles seguidores, decía que Fortuny era «una revisión moderna y al gusto francés del arte de Goya». Outsider, independiente, cosmopolita… Tan solo le bastaron 36 años para ser un genio.