La Guerra Civil española en el espejo británico
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Cartel de Joan Miró que puede verse en la exposición |
El verano
de 1936 la artista británica Felicia Browne emprendió un viaje en coche
del que nunca regresaría. Atravesó Europa con su amiga Edith Bone para
asistir a la Olimpiada Popular que no llegó a celebrarse en Barcelona.
Allí les sorprendió el alzamiento militar que dio origen a la Guerra
Civil. El
3 de agosto, cuando tenía 32 años, Felicia Browne se alistó en la
columna Carlos Marx que salió de Barcelona en dirección al frente de
Aragón. “Dices que me evado de las cosas al no pintar ni hacer
escultura”, escribió Browne a una amiga. “Pero solo puedo hacer lo que
es válido y urgente para mí. Si la pintura y la escultura lo fueran más
que el terremoto que está sucediendo en la revolución, o si las
demandas de las unas no entraran en conflicto con las del otro,
pintaría y haría escultura”. En
Tardienta (Huesca), preparando un sabotaje en la línea de ferrocarril,
fueron atacados por fuerzas fascistas en agosto de 1936. Un miliciano
italiano resultó herido. Felicia Browne acudió a su rescate y los dos
murieron bajo el fuego de una ametralladora. La artista fue la primera,
de los cerca de 2.500 milicianos británicos que lucharon en el bando
republicano, que cayó en el campo de batalla. La lluvia de plomo
impidió a sus camaradas recuperar el cuerpo de la artista. Pero alguien
rescató su mochila, donde guardaba el cuaderno en el que retrató por el
camino a milicianos y paisanos. Aquellos dibujos acabaron expuestos en
Londres en octubre de ese mismo año y su historia conmovió los artistas
de un país que, junto con otros 26 Estados europeos, firmó el pacto de
no intervención en la contienda.
La
española fue una “guerra de poetas”, en palabras de uno de ellos,
Stephen Spender. “El ensayo general para la inevitable guerra europea”,
como la definió Ernest Hemingway, fue narrado desde el terreno por
decenas de célebres escritores, muchos de ellos británicos, de George
Orwell a W. H. Auden. Pero la lucha de sus compatriotas artistas, desde
el frente o desde sus estudios, es menos conocida. Por eso resulta tan
relevante la exposición Conciencia
y conflicto: los artistas británicos y la guerra civil española, en
la Pallant House de Chichester, al sur de Inglaterra. “Todo
el mundo conoce el Guernica de Picasso, pero si
preguntas por la influencia del conflicto en los artistas británicos
nadie sabe nada”, admite Simon Martin, director artístico del museo,
que acoge una importante colección de arte británico el siglo XX. “Y el
hecho es que sí marcó a toda una generación que se implicó, política y
humanitariamente, en lo que pasaba en España y en lo que aquello
significaba para Europa”.
Ahí
está colgado el retrato a lápiz que hizo Felicia Browne de una
campesina española, rescatado de la mochila sujeta a su cuerpo ya
muerto. Desprovisto de todo sentimentalismo o ambición propagandística,
como destacaría la reseña del New Statesman sobre la
exposición donde se mostró el año de su muerte en Londres. Aquella
muestra la organizó la Artists International Association, y la
siguieron numerosas exposiciones y campañas para recaudar ayuda
humanitaria. En un intento de llegar a un público menos elitista que el
de las galerías, muchos artistas británicos diseñaron carteles,
pancartas y murales. Su naturaleza efímera, a diferencia de las
duraderas obras de los escritores, es una de las razones de la
comparativamente menor trascendencia de ese legado artístico. Pero
algunos de esos documentos han sido rescatados para la exposición.
Cuando
partía en dirección a España para conducir ambulancias en el bando
republicano, el poeta W. H. Auden expresó un temor: "Solo espero que no
haya demasiados surrealistas allí". No consta que los encontrara, pero
sí los hubo. El lenguaje surrealista se reveló como un eficaz
instrumento artístico para responder a los horrores de la guerra. De
ello dan fe El prisionero español y El
casco, un cuadro y una escultura de Henry Moore, o el Paisaje
antropófago, de S. W. Hayter, que recurre a la destrucción de Numancia
como parábola de la guerra moderna.
La
muestra también rinde homenaje a la labor de agitación de los
surrealistas en Reino Unido, documentando con fotografías y una máscara
original la performance protagonizada en la
manifestación del 1 de mayo de 1938 en Londres por los artistas FE
McWilliam, Roland Penrose y Julian Trevelyan, que marcharon disfrazados
del primer ministro Chamberlain realizando el saludo nazi. El propio
Penrose, que viajó a Cataluña a finales de 1936, jugó un papel clave al
ayudar a traer el Guernica a Londres, donde se
exhibió a principios de 1939. Él mismo adquirió el cuadro Mujer
que llora, del artista malagueño, una respuesta visceral a
los horrores de la guerra que, cedida por la Tate, constituye otra de
las joyas de la exposición.
Lo
que trata de desmontar la exposición es el tópico del aislamiento de
los artistas británicos en la primera mitad del siglo XX. Es el único
ejercicio hasta la fecha de abordar con ambición el papel de los
artistas de las islas en un conflicto que enseñó a una generación que
el orgullo puede convivir con la derrota. Como resumió Albert Camus,
“fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y
ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a
veces el coraje no obtiene recompensa”.
Pablo Guimon, Londres: La Guerra Civil española en el espejo británico, EL PAÍS, 1 de diciembre de 2014