Tan poco diferente, tan poco atractivo
Es
costumbre que al terminar el año, como si de una larga y agotadora
jornada se tratara, tendamos a recapitular sobre lo provechoso y lo
superfluo. Pero ¿es obligatorio? En cierto sentido no. En estos tiempos
de confusión, falta de compromiso y sensación de persecución de lo
banal que infecta el mundo del arte y la cultura en general, resulta
conmovedor comprobar que todavía hay autores y emprendedores para
quienes daría igual vivir en cualquier época, tal es su entusiasmo.
Para el resto, el arte no es más que una oportunidad periodística, el
hallazgo de un alfiler entre los restos de un yacimiento expoliado, de
una utopía fracasada.
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¿Qué es lo que hace que las casas de hoy sean tan diferentes, tan atractivas?', 1956, de Richard Hamilton. |
Si
hubiera que situar en dos polos lo que ha dado de sí este interminable
2014, la línea empezaría con el Año
Greco y
acabaría en el inenarrable retrato de la familia real, ejecutado
después de una eternidad por el pincel de Antonio
López. En medio, y con muy pocas excepciones, el taconeo tosco y
exangüe de la mayoría de centros de arte como síntoma de la nula
autoexigencia de la farandulera y farolera política española. Mientras,
nos autoconsolamos con la donación del legado de la galerista Soledad
Lorenzo al Estado
español, un regalo que tiene más de valeroso que de valioso. También
estamos muy contentos con el nombramiento de José Miguel Cortés como
nuevo director del IVAM,
sin exigir de manera firme que se depuren responsabilidades por la
pésima gestión y supuesta malversación de caudales públicos durante el
largo periodo de Consuelo
Ciscar, lo más lamentable y repugnante que le ha ocurrido
culturalmente a este país en los últimos 10 años. Nos satisface la
obstinada renuncia al premio nacional del músico Jordi
Savall y la
fotógrafa Colita,
mientras criticamos con la boca pequeña a dos artistas más felinos, Jaume
Plensa y Esther
Ferrer, por no haber hecho parecido desaire al ministro Wert.
Culturalmente somos un país muy parasitario, preferimos los gestos de
protesta en el escenario antes que en la calle.
Manuel
Borja Villel continúa
siendo uno de los pocos “maestros antiguos” de este país, y eso que le
sobran detractores. Sus ambiciones, casi wagnerianas, le sitúan como el
gran catalizador de la escena artística española. El director del Reina
Sofía piensa en términos de grandes ciclos, de un proyecto total que
incluya la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza
y el cine. Su idea es la de un romántico que escapa de los vestigios de
una edad dorada perdida. Su programa, diseñado con el portugués João
Fernandes, subdirector del MNCARS, revela sus esfuerzos por dar sentido
y ampliar las colecciones a las culturas latinoamericanas.
La
exposición de Juan
Luis Moraza, todavía en cartel, es un delicadoimpasse entre las posibilidades
inimaginables de la escultura. En otra línea, Playgrounds mostraba algo tan necesario
hoy: la capacidad del juego como resistencia política. El tiempo y las cosas.
La casa estudio de Hanne Darboven fue un maravilloso gabinete
de curiosidades a escala humana reconstruido para ser contemplado como
el color de las nubes o la hierba en otoño. La enésima reinvención del
retrato a cargo del afroamericano Kerry James Marshall y la
arquitectura emocional de Mathias Goeritz todavía despiertan ecos del
poder emancipador de las artes visuales. La retrospectiva de Richard
Hamilton, en colaboración con la Tate Modern de Londres, aportó al
público una nueva visión del pionero del pop británico. Hamilton fue el
Edison del mundo del arte durante décadas hasta su muerte, en 2011.
Cada obra suya es una patente. Su trabajo estaba pensado para cotejar
la posibilidad de convertir una imagen en una construcción cultural a
la manera como lo haría un comisario.
En
el Centro José Guerrero de Granada, la muestra The Presence of Black,
que celebra los cien años del nacimiento del pintor granadino con obras
de su etapa americana, marca la línea de flotación de las colecciones
dedicadas a un solo creador o a una corriente artística —el Museo
Esteban Vicente, el Vostell Malpartida—, habitualmente menospreciadas
por las Administraciones públicas.
Las
exposiciones Josef
Albers: medios mínimos, efecto máximo yDepero Futurista,
en la Fundación Juan March, fueron sobresalientes, como la de la
italiana Carol Rama en el Macba, artista radical y estridente cuya
pintura es todo un acto de exorcismo real.El Greco y la pintura
moderna (El Prado)
y Georges Braque(Guggenheim
Bilbao) nos recuerdan cuántas revisiones del arte quedan pendientes. La
última estación de este recorrido nos lleva a Toledo y al proyecto Tres aguas firmado por Cristina
Iglesias. Recorrer los tres enclaves de su obra a lo largo del río
Tajo es comparable a visitar la sala de máquinas de la escultura, donde
el proceso supera la forma final.
Y
este ha sido un resumen, entre los muchos posibles, de lo que ha dado
de sí 2014. Menos aburridas prometen ser las nuevas franquicias
museísticas que muy pronto se implantarán en España como dogma de fe de
la recuperación económica.
Ángela Molina: Tan poco diferente, tan poco atractivo, EL PAÍS-Babelia, 23 de diciembre de 2014