La rebelión del paisaje

Es uno de los debates del momento. Filósofos y arquitectos, políticos y estetas, artistas y geógrafos debaten y piensan sobre el paisaje. Un tema emergente que concierne a todos y que busca soluciones

Proyecto de Andrés Cochran para Walden Studios (2001-2005), en la exposición 'Reciprocities', de la Bienal Europea del Paisaje, en Barcelona. M. Brenner

Antes de la mirada, el paisaje era sólo territorio. La naturaleza en su estado más puro e ilimitado se convierte en paisaje a partir del momento en que es observada desde un determinado lugar y en la medida de lo visible. Por lo tanto, el paisaje es cultura y apreciación estética. Pero es también muchas cosas más. En las últimas décadas hemos asistido a un deterioro progresivo y a veces alarmante del paisaje, exacerbado por un crecimiento urbanístico descontrolado. La preocupación ha llegado a rebasar los foros especializados -como la 5ª Bienal Europea del Paisaje que se celebra la próxima semana en Barcelona- hasta convertirse en una demanda social. Joan Nogué, director del Observatori del Paisatge y autor de libros como La construcción social del paisaje, piensa que se ha llegado a un límite. "Toda esa urbanización sin sentido ha causado una pérdida de identidad territorial. La gente se pregunta qué está pasando. Tanto localmente como en el contexto de la globalización. Todo eso causa en las personas desorientación, desasosiego, la sensación de que aquí hay algo que no funciona".

En esta situación es cuando aparece el Convenio Europeo del Paisaje, ratificado por España en noviembre de 2007. "La preocupación por el paisaje per se no se entiende si no es en este nuevo contexto del territorio. Se han removido las consciencias y se ha convertido en bandera de muchos sectores de la población y, finalmente, de la política también. Ha llovido cuando tenía que llover. Más que un debate estético, se ha convertido en una cuestión territorial y cultural. Sobre todo, el paisaje es un tema de debate cultural. Cuanto más culta es una sociedad, más respeta sus paisajes, conservando los elementos que le dan sentido y mejorándolo cuando es necesario", opina Nogué.

Vista del puerto de Andratx desde Cala Llamp. Tolo Ramón

"El Convenio Europeo del Paisaje aporta una visión integral del paisaje y contribuye a su debate. De él se extrae que no sólo lo verde y lo natural es paisaje, sino que también lo es el paisaje metropolitano. También especifica que éste va más allá de lo estético y que su conservación implica una mejor calidad de vida, considerando el paisaje como objeto de derecho. Tenemos derecho a un paisaje bello y armonioso con el que nos sintamos identificados; no sólo el bucólico, sino también el creado por el hombre. En general, el convenio sienta algunas bases importantes y, sin ser los diez mandamientos, es un buen marco de actuación que ha sido ratificado por los Estados firmantes. Con ello se establece la necesidad de la participación de lo público y el establecimiento de unos instrumentos para la ordenación urbanística en respuesta al debate territorial", concluye Nogué.

Uno de los primeros pasos para pensar el paisaje en profundidad es conocerlo. A Rafael Mata Olmo y Concepción Sanz les llevó cinco años completar el Atlas de los paisajes de España, publicado en 2003 por el Ministerio de Medio Ambiente. Fue una de las primeras actuaciones a partir de la firma del Convenio Europeo. "Lo primero era hacer una valoración, una obra de síntesis", afirma Mata. "No partíamos de cero, contamos con experiencias y estudios de otros expertos, pero a ellos sumamos más de 250 jornadas de trabajo de campo con más de mil fotos realizadas por los autores en cada lugar. Las fotografías son un elemento importante de este libro", insiste. "Ahora, en las comunidades autónomas se ha disparado el interés por el tema y me parece muy buena idea. Hay que ir generando una cultura del paisaje".

'El bosque italiano' (2008), de José Manuel Ballester

Como catedrático de Geografía, Mata considera que la sociedad de hoy "reclama que se vele por el paisaje percibido, por una percepción del territorio como parte de su identidad". "El territorio sufre enfermedades que se perciben a través de los paisajes. Hasta ahora no hemos querido prestar atención a los grandes paisajes, sino sólo a los más próximos, a los pequeños. En España hay una gran diversidad: 1.262 tipos de paisajes. Lo que se busca es una armonía entre la historia y la naturaleza". Su diagnóstico, sin embargo, no es pesimista. "El nivel medio de conservación de los paisajes en España es aceptable. Se sitúa en el límite del desarrollo sostenible. Lo importante es que los cambios no hagan que los paisajes pierdan su carácter. El paisaje no se entiende sin la acción humana. Vivimos en una naturaleza humanizada".

La 5ª Bienal Europea del Paisaje, que empieza el jueves, ha invitado en esta ocasión a filósofos como Gilles Lipovetsky o analistas políticos como Josep Ramoneda, junto a arquitectos, teóricos, proyectistas y profesionales de otras disciplinas. Jordi Bellmunt, uno de los organizadores, lleva una década dedicado a este tema. "En los países nórdicos se avanzaba en estos asuntos, pero consideramos que el paisajismo mediterráneo tenía características muy distintas. Los problemas de agua, turismo, litoral o la recuperación de espacios públicos requerían otras respuestas. Ahora se ha convertido en un tema emergente", dice. "Ya en la pasada bienal empezamos a notar que la sociedad reclamaba soluciones a esta crisis del paisaje. Una crisis que parte de los cambios de uso de las ciudades, que han desembocado en una crisis social, urbanística, ambiental y también arquitectónica. De manera que en esta edición hemos convocado mesas redondas multidisciplinares para evaluar dónde se encuentra el paisaje contemporáneo".

Fragmento del jardín vertical en el Museo Quai Branly, de París, diseñado por Patrick Blanc

Tres días de conferencias y mesas redondas, cinco exposiciones y el resultado del premio europeo Rosa Barba pretenden contribuir a buscar soluciones viables. Una iniciativa que parte de un colectivo, el de los arquitectos, al que se ha achacado parte de los problemas. "Parecía que en arquitectura sólo importaban el negocio y una construcción que repetía los modelos más conservadores. La crisis del sector que vivimos ahora tendrá un lado positivo. Será para el bien del paisaje y de la sociedad. Este parón permitirá planificar con calma los futuros crecimientos", sentencia Bellmunt.

No son los únicos en alimentar el intercambio de ideas. En octubre, del 16 al 19, se desarrollará en Alcalá de Henares otro encuentro internacional titulado Paisajes culturales: herencia y conservación, organizado por la Asociación Europea para el Estudio de la Literatura, Cultura y Medioambiente (EASLCE). Pero en España, el debate sobre el paisaje se desarrolla desde hace tiempo también en otros foros, como el de la estética. La Fundación César Manrique, en Lanzarote, lleva desarrollando una serie de actividades en torno a la relación del arte con el paisaje desde 1990. El artista canario, fallecido en 1992, fue un precursor en el compromiso con el entorno natural, y éste se ha mantenido a través de su legado y una política de actuaciones en defensa del entorno de las islas, así como el de exposiciones con artistas interesados o vinculados al paisaje y el territorio. En Vejer de la Frontera, Cádiz, la Fundación Montenmedio de Arte Contemporáneo (NMAC) sigue ese ejemplo y ha ido encargando esculturas a artistas como Marina Abramovic, Sol Lewitt, Maurizio Cattelan, Pilar Albarracín o Susana Solano instaladas en un parque protegido.

'Descampados. Rotterdam' (2003-2013), de Lara Almarcegui

Por otro lado, el Centro de Arte y Naturaleza (CDAN) de Huesca desarrolla desde 2006 encuentros anuales bajo el lema Pensar el paisaje. También desarrolla un programa de invitación a artistas internacionales para que hagan intervenciones o esculturas situadas en la provincia de Huesca. Hasta ahora han desarrollado seis proyectos en distintos lugares elegidos por los propios artistas. En este momento, Per Kirkeby tiene en marcha el séptimo plan. El arte transforma, señala, interroga y enriquece la naturaleza. Según su directora, Teresa Luesma, "todo paisaje es una construcción cultural sobre el concepto de lugar". Y explica: "El portugués Alberto Carneiro, por ejemplo, ha hecho una pieza en Belsué, un lugar alejado de las rutas habituales. Allí ha construido un cuadrado, una especie de arquitectura poética, que queda rodeado por vegetación y montañas, creando una especie de mandala, un centro del mundo. Con eso quiero decir que al incorporar el patrimonio contemporáneo es posible atravesar diferentes paisajes. En total serán entre 10 y 12 obras. La idea no es llenar el territorio de obras de arte, sino estudiar el territorio y también la escultura contemporánea".

Quizá porque el arte, de alguna manera, ofreció un punto de partida para la definición y popularización del paisaje, son los artistas los que aportan visiones a veces críticas, a veces renovadoras, de esa visión sobre lo que nos rodea. Lara Almarcegui viene trabajando desde hace cinco años en series sobre solares abandonados. "Mi trabajo sobre los descampados está claramente en contra de la arquitectura", manifiesta esta artista zaragozana residente en Rotterdam. "Hay demasiadas construcciones, todo está racionalizado en las ciudades; por eso veo los descampados como lugares para respirar. Son lugares neutros, amorales, abiertos a cualquier cosa. Hay quien puede percibirlos como sitios de abandono y de peligro, pero no lo son. Son los espacios que la ciudad no quiere, los lugares que los políticos y constructores desechan. Llevo años haciendo guías por los descampados de diferentes ciudades, rutas que llevan de uno a otro desde 2003. También he puesto en marcha propuestas para que estos descampados se preserven como están. Acabamos de conseguirlo en Rotterdam, donde se conservarán tal como están durante 15 años".

'Estructuras invisibles Nº9', de Xavier Ribas

También Xavier Ribas trabaja con lo que se oculta. Su serie Estructuras invisibles recoge lugares en la selva de Guatemala que ocultan las ruinas de antiguas construcciones precolombinas. La naturaleza vence al urbanismo. "En Estructuras invisibles quise poner énfasis en esta dimensión histórica del paisaje a partir de unas imágenes que parecen tener más que ver con una naturaleza inmemorial. Estructuras invisibles quiere cuestionar la contraposición de conceptos como naturaleza y cultura, ciudad y campo, centro y periferia. También es una especie de alegato en contra de la dictadura de la ruina y del monumento como expresión única de lo histórico", afirma Ribas. "Me interesa el paisaje, sobre todo como expresión de las relaciones sociales que lo han hecho posible. Diríamos que el aspecto geológico del paisaje me interesa poco, o casi nada, en comparación con su dimensión histórica o biográfica. Para mí, el paisaje es un contenedor de residuos de acciones y acontecimientos presentes y pasados que subsisten como ruinas visibles o como rastros imperceptibles. La fotografía se nos presenta como una herramienta idónea para reflexionar en torno al sentido político y social de estos residuos".

En un juego entre el pasado y el presente de la pintura, José Manuel Ballester ha despojado de personajes una serie de cuadros del Museo del Prado, quedándose sólo con los fondos. Expone sus fotos en la galería Distrito 4, de Madrid, bajo el título de Espacios ocultos. "Todo depende de la mirada, lo que antes quedaba detrás cobra una nueva dimensión. Lo narrativo ha dominado demasiado tiempo el espacio del cuadro. En el romanticismo había un diálogo con el paisaje que daba pistas sobre las emociones que producía. En cierta medida, eran también paisajes interiores con elementos traídos de la naturaleza", afirma. Al desnudar los clásicos, se encuentra Ballester con juegos estilísticos interesantes. "Los cuadros de Botticelli parecen pintados por El Aduanero Rousseau, los del Bosco parecen de Walt Disney. Lo que se ocultaba queda en evidencia".

Ballester ha trabajado temas en relación con el paisaje desde hace tiempo. "Los paisajes antiguos estaban llenos de códigos muy complejos. Parecían paisajes naturalistas, pero ocultaban una serie de símbolos de gran carga alegórica. Ofrecían una forma de ver el mundo con los ojos de la sociedad a la que pertenecían. Su forma de ver el paisaje es su forma de ver la realidad".

Feitta Jarque, La rebelión del paisaje, El País, 20 de septiembre de 2008