La desconocida esposa de Cézanne

'Madame Cézanne, con un vestido rojo' (1888-90), de Cézanne. / THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART
'Madame Cézanne, con un vestido rojo' (1888-90), de Cézanne.
THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART
Peinada con una rigurosa raya que divide el oscuro cabello en dos partes exactas, la mirada perdida y la boca apretada. Sentada o dormitando y vestida con rigurosos trajes abotonados hasta el final de la garganta. Las toscas manos enlazadas sobre el regazo o perdidas sobre el delantal. La mujer es Hortense Fiquet Cézanne (1850-1922) una de las grandes desconocidas del mundo del arte pese a ser la esposa de Paul Cézanne (Aix-en-Provence 1839-1906), el gran inspirador del arte moderno y el más cotizado en el mercado desde que en 2012 rompió todos los récords con sus Jugadores de Cartas. Nada que ver tiene la imagen de Hortense Fiquet con la de las mujeres que nos han legado los artistas impresionistas y posimpresionistas. Aquí no hay melenas al viento ni trajes vaporosos volando por las praderas. En Fiquet todo es misterio y lejanía. El Metropolitan de Nueva York la presenta en sociedad en una retrospectiva que se podrá ver hasta mediados de marzo y para la que ha conseguido reunir 26 de los 29 cuadros en los que posó de modelo para su marido. Junto a las pinturas se muestran medio centenar de acuarelas, dibujos y fotolitos en los que ella jamás pierde su compostura glacial.

Comisariada por Dita Amory, la exposición se centra en las dos últimas décadas del siglo XIX, cuando Cézanne experimentaba un estilo que le acabaría convirtiendo en el padre indiscutible del arte moderno, tal como Picasso o Matisse señalaron en diferentes momentos. Hasta ahora, poco se sabía de la mujer de Cézanne, y desvelar su personalidad a bases de imágenes es el principal objetivo de la exposición. Durante décadas, los historiadores del arte han prestado escasa atención a su figura. Muchas veces, la actitud de los expertos ha rayado la misoginia bromeando con su escaso atractivo femenino, su gordura y en suma, su escaso atractivo físico. Parece que el propio artista incubó ese desprecio refiriéndose a ella en términos poco cariñosos. John Rewald, uno de los más conocidos expertos en el artista, escribió en su biografía sobre Cézanne que Hortense influyó muy poco en su marido y que a ella, el arte no le interesaba en absoluto. Pero, ¿qué se sabe de la personalidad de la señora Cézanne?. Muy poco. La documentación es escasa, porque ella misma así lo quiso. No tenía un diario, parece que no era dada a escribir cartas y, además, a cada uno de los muchos enfados que tenía con su marido, se relajaba lanzando papeles a la chimenea.

En el recorrido por la exposición poco trasciende del interior de la mujer por más que se le mire a los ojos o a las manos, dos fuentes inagotables de información en el retrato convencional. Pero Cézanne no la utilizaba como modelo para ofrecer al mundo la historia de su esposa. El artista estaba inmerso en la búsqueda de las composiciones geométricas, de manera que lo que ella le inspiraba eran conos, cilindros y esferas. La nariz irregular, la abultada frente o el escaso pecho oculto por lazos y botones servían para crear los cimientos del protocubismo. Cézanne pintó estos retratos durante dos décadas, un tiempo que sirve para apreciar el paso del tiempo sobre la modelo. Siempre posa sentada, ausente y melancólica. El aspecto es el de una gobernanta con poca paciencia y siempre asexuada. Un ejemplo perfecto es la serie de cuatro retratos conocidos como Madame Cézanne en rojo, punto estelar de la exposición y reunidos por primera vez en una muestra.

Madame Cézanne en el invernadero' (1891). / THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART
Madame Cézanne en el invernadero' (1891). / THE METROPOLITAN MUSEUM OF ART
Las cartelas que acompañan cada grupo de composiciones cuentan que la pareja se había conocido en París, en 1869, cuando ella tenía 19 años y se buscaba la vida posando para diferentes artistas. Cézanne le llevaba 11 años y era hijo de una familia de banqueros. Pero no sólo les separaba la edad y la clase social. Él era un tipo taciturno y reservado al que se le complicaba cualquier relación por un extraño rechazo al contacto físico. Cuando se encuentran, él ya es conocido entre los medios artísticos, donde lleva casi una década entregado a una pintura oscura protagonizada por historias truculentas como asesinatos, violaciones, orgías y pesadillas de todo tipo.

Desde un primer momento, la familia Cézanne, especialmente el padre, se opuso frontalmente a la relación de la pareja. La poco atractiva y humilde Hortense no era digna de su hijo. Pero como ellos no estaban sobrados de medios, y para mantener la asignación familiar que les permitía vivir, el pintor ocultó la relación a sus padres durante 17 años, un secreto que no se rompió ni siquiera con el nacimiento de su único hijo, Paul. Decidieron sacar su amor de la clandestinidad sólo cuando murió el padre banquero. Pero ya había pasado mucho tiempo, y si desde el comienzo nadie del entorno apreciaba la menor pasión entre la pareja, ésta no renació con el matrimonio. Al contrario, las crisis fueron constantes, de manera que ella vivía habitualmente en París y él en el campo, en Aix-en-Provence.

Dita Amory mantiene en su discurso expositivo que el paso del tiempo ha sido más generoso con Hortense Cézanne de lo que debió de ser su vida. La imagen antipática que ha trascendido ha sido elaborada de quienes adoraban al artista. No queda ningún resto de su correspondencia y el gesto que ella luce en los cuadros no incita a la menor comprensión del personaje.


Cézanne murió en 1906, con 67 años, a consecuencia de una neumonía. Fue enterrado junto a la tumba de sus padres en Aix-en-Provence. Cuando se abrió el testamento, se destapó la última venganza conyugal del artista. Había desheredado a su esposa. El hijo de ambos, Paul, se ocupó de que a su madre nada le faltara hasta su muerte, en 1922. Fue enterrada en París, en el cementerio Père Lachaise.

Fuente: Ángeles García, Nueva York: La desconocida esposa de Cézanne, EL PAÍS, 30 de noviembre de 2014