Sorolla entre telas y pinturas

La exposición con doble sede en el museo Thyssen-Bosnemisza y el museo Sorolla de Madrid que relaciona la obra del pintor con trajes, vestidos y todo tipo de accesorios del momento ilustra de forma espléndida no sólo un aspecto de la producción del pintor, sino también sus relaciones familiares a través de la numerosa correspondencia con su esposa sobre la compra de vestuario y también la evolución del recién nacido sector a partir de la alta costura de Charles Frederick Worth, el modisto de origen británico que desde su atelier de París fue el primero en considerar sus creaciones como obras de arte y en consecuencia firmarlas.

Exposición en el museo thyssen de SOROLLA y la moda (Emilia Gutiérrez)

Worth, Jeanne Paquin, Paul Poiret, Jeanne Lanvin o Jacques Doucet formaron la primera generación de creadores reconocidos, superando ampliamente el que había sido tradicional papel del o la modista. Abrieron establecimientos lujosos en los que maniquíes y pronto modelos de carne y hueso mostraban el repertorio a una clientela acaudalada. En torno a la parisina Rue de la Paix no tardaron en darse cita la mayoría de talleres de alta costura y consecuentemente tiendas de tejidos, sombreros y todo lo que se movía alrededor de la creciente preocupación por el aspecto físico. Por esas calles paseaba Sorolla, testigo de la afirmación de la moda en la primera década del siglo XX. Allí observaba y a veces compraba, cuando el éxito alcanzado por sus retratos, sobre todo en Estados Unidos, le proporcionaron el ascenso social que requería una mayor atención a las normas del vestir, especialmente a las mujeres de su familia, y los medios para satisfacerla.

Como retratista, el pintor valenciano estaba y necesitaba estar en contacto con las novedades. Pronto se convirtió en un especialista no sólo en estética, sino en tejidos, formas y colores, todo ello recogido en sus cuadernos, notas y cartas. De Gran Bretaña llegaban a su vez tendencias como el higienismo, que postulaba las bondades del contacto con la naturaleza o los paseos al aire libre, y no tardarían en popularizarse los veraneos en el campo o, mejor aún, a orillas del mar. La sociedad se trasladaba a Biarritz San Sebastián y todo ello requería guardarropas amplios y apropiados, con tejidos más frescos y colores claros para afrontar los calores. Las damas elegantes debían cambiar de ropa varias veces al día, para estar a tono con las diversas actividades y con el horario: trajes de día, de mañana, vestidos de noche, abrigos y capas, para lucir en las carreras de caballos, las meriendas, las regatas o los picnics. Todo ello aparece en los cuadros de Sorolla, y los vestidos, trajes y conjuntos con que los acompañan en esta deliciosa exposición dan fe de cómo las pinturas del artista constituyen un catálogo de vestidos y de atuendos, de sombreros y sombrillas, guantes, zapatos y botines, procedentes de colecciones particulares y museos como el del Traje de MadridArts Décoratifs de ParísDisseny de BarcelonaVictoria and Albert de Londres y el Centre de Documentació Tèxtil de Terrassa.

Los cuadros hablan por si solos, pero también las cartas que escribió Sorolla a Clotilde resultan ilustrativas del interés por la moda del artista y su incesante ir y venir cargado de todo tipo de prendas. Numerosa es la correspondencia en la que solicita las medidas de su esposa o hijas para encargar piezas, o en las que comenta sus recorridos por numerosos establecimientos y lo que ve en ellos, como un adelantado buscador de tendencias o influencer: “Nada nuevo veo en París, todo es lo mismo que vimos en América, levitas como las que tú y María comprasteis allí. Sombreros iguales al año pasado, morisones de piel, con plumero o con escarpelas, lo mismo que compramos, rien de nouveau” (octubre de 1909). En otra ocasión, dice de Barcelona: “Empiezo a ver gabanes de terciopelo con pieles pegadas o cosidas, parece ser esto la última moda, y en los trajes igual casi de forma” (1915). Y de nuevo París: “Fuimos también al Louvre, después de comprar camisas a Benigno, y finalmente a mirar escaparates. He visto centenares de blusas preciosas, de sombreros muy raros, trajes buenos y millones de chucherías”. Muchos de esos trajes y chucherías acabarían en el ropero familiar: “Esta tarde me he reventado buscando un traje para ti, lo he comprado; es bonito, pero tendrán que reducirlo, es la talla 42, he pagado 250 francos, pero estoy contento” (1909). De París llegaría el modelo Delphos el emblemático vestido creado por Fortuny, y que Elena, la hija menor del pintor, lució en varias obras pintadas por su padre. Como Clotilde posó también con algunos de los mejores vestidos. Musa y también modelo.

Isabel Gómez Melenchón: Sorolla entre telas y pinturas, LA VANGUARDIA, 3 de abril de 2018