Málaga, nueva milla del arte

Visitantes del Museo Picasso de Málaga, que acoge la colección de Christine y Bernard Ruiz-Picasso. / GIANFRANCO TRIPODO
Visitantes del Museo Picasso de Málaga, que acoge la colección de Christine y Bernard Ruiz-Picasso. /
GIANFRANCO TRIPODO
Una nube de polvo blanco en suspensión recibe al póquer de visitantes que esta mañana se acercan a ver cómo van las obras del nuevo Pompidou. Media febrero, las nubes se empeñan en hurtar a Málaga su luz y las máquinas que cortan metal chirrían, ahogando los ecos de ese suave chill out que suena por la megafonía del puerto. La primera sede extranjera del prestigioso Centro Pompidou, ubicada en el muelle uno, junto al punto en el que descansan los ferris que viajan a Benalmádena, está rodeada de tiendas, de modernos cubículos que acogen puestos de helados, de bollería, de alquiler de bicicletas. Estamos en la parte baja del flamante Cubo, icono de una urbe que intenta construir su identidad cultural y turística en torno a una decidida apuesta por los museos.

El alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, ayuda a la directora del Museo Carmen Thyssen, Lourdes Moreno, a ajustarse el casco de obra; la visita ha surgido de forma fortuita, improvisada. Los directores de los principales museos de la ciudad acaban de posar con el alcalde junto al Cubo –desarrollado por el estudio de arquitectura L35– para una de las fotos que ilustran este reportaje. Es la primera vez que todos coinciden para una instantánea. “Esto tiene un punto de expectación tipo Bienvenido, Mister Marshall”, dice en tono de broma José Lebrero, director del Museo Picasso, en alusión a la llegada de filiales de grandes museos extranjeros a la ciudad andaluza.

Málaga se ha implicado en un proyecto ambicioso. Se ha transformado en los últimos años, lucha por convertirse en polo turístico, y para ello se convierte en laboratorio de experimentación de los museos franquicia. Grandes marcas desembarcan: Pompidou, San Petersburgo; grandes firmas aterrizaron: Thyssen. Buena parte de su oferta museística se concentra en una milla cuadrada que mira al mar y que baña sus pies aquí, en el puerto; una milla en la que también late una efervescente escena alternativa.

Los directores de los museos, convenientemente ataviados con su casco blanco y su chaleco amarillo reflectante, se adentran en la nube de polvo. Paredes blancas, techos metálicos, enormes ventanales. Muros de hormigón traslúcido, material de última generación; butacas que se ocultan y apilan bajo el suelo; acabados de madera de bambú en el pavimento. En este espacio recalará pronto un cotizado autorretrato de la pintora mexicana Frida KahloEl marco (1938); junto a obras de Chagall, de Bacon, de Léger, de Picasso
Los directores de los principales museos de Málaga posan junto al alcalde frente al edificio que albergará al Centro Pompidou. De izquierda a derecha: José Lebrero, director artístico del Museo Picasso de Málaga; Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen; Francisco de la Torre, alcalde de Málaga; José María Luna, director de la agencia que gestiona el Pompidou; Fernando Francés, director del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. / GIANFRANCO TRIPODO
Los directores de los principales museos de Málaga posan junto al alcalde frente al edificio que albergará
al Centro Pompidou. De izquierda a derecha: José Lebrero, director artístico del Museo Picasso de
 Málaga; Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen; Francisco de la Torre, alcalde
 de Málaga; José María Luna, director de la agencia que gestiona el Pompidou; Fernando Francés, director
 del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. / GIANFRANCO TRIPODO
Visto desde el Oeste, el nuevo Pompidou se asemeja a un barco cuya proa fueran esas tarjetas perforadas que solían servir de llave en las habitaciones de hotel. Está ubicado en el extremo oriental de esta suerte de milla del arte de Málaga, ciudad de 600.000 habitantes al sur de España. En una superficie de forma rectangular de apenas 1,6 kilómetros cuadrados se agrupan el Centro Pompidou, la Casa Natal de Picasso (a 10 minutos andando desde el Cubo, 0,7 kilómetros), el Museo Carmen ­Thyssen y, en la esquina más occidental de esta área, el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga, junto al río. En el centro de la milla, el Museo Picasso, con 11 años de trayectoria a sus espaldas construyendo un público para el arte. Y cerca, a medio camino entre el Picasso y el Pompidou, en el imponente Palacio de la Aduana, se ubicará a finales del año, si no hay más retrasos, elMuseo de Málaga, depositario de las piezas del antiguo Museo de Bellas Artes y del Arqueológico.
El Pompidou promete una inmersión en el arte moderno y contemporáneo construida en torno a un concepto: el cuerpo humano. Autorretratos, el hombre sin rostro, la metamorfosis, el cuerpo político y el cuerpo en pedazos serán las cinco áreas temáticas que vertebren su recorrido. “El arte de los siglo XX y XXI no se mueve por regiones, sino por regiones de tipo conceptual”, asevera en la Casa Natal de Picasso José María Luna, de 51 años, hombre cultivado y de humor muy andaluz, director gerente de una agencia de la que dependerán tres museos bajo tutela municipal: Casa Natal, Museo Ruso y Pompidou.

Las raíces de toda esta apuesta por vertebrar un proyecto museístico, por dotar de una identidad en torno al arte a esta localidad, son bien profundas y se encuentran en este edificio desde el que habla Luna. Tienen que ver con ese señor que en las fotos aparecía no se sabe muy bien si en bañador o en calzoncillos, frente a grandes telas. El pintor más relevante del siglo XX, a decir de muchos. Nació el 25 de octubre de 1881 en una casa de la plaza de la Merced convertida en museo. La Casa Natal abre hoy sus puertas porque ha llegado un crucero cargado de turistas –Málaga recibió en 2014 a 3,5 millones de visitantes–. Buscan a Picasso.

La colección del Pompidou, explica Luna, no iba a contar en un primer momento con esos desnudos industriales tubulares deMujeres en un interior (1922), de Fernand Léger, o con el colorido y evocador cara a cara de Domingo (1952), de Marc Chagall. “Nos enviaron una primera propuesta”, aclara, “y pedimos un esfuerzo en piezas que nos interesaban”.
Fachada del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. / GIANFRANCO TRIPODO
Fachada del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. / GIANFRANCO TRIPODO
La violación (1945), de René Magritte, retrato de una mujer rubia cuyos rasgos son un cuerpo femenino; el Autorretrato que en 1971 firmó Francis Bacon, o la estilizada Mujer desnuda de pie (1945), de Giacometti, son algunas de las gemas de la colección permanente, que contará con cerca de 90 obras procedentes de París. El Pompidou recala de modo provisional, por cinco años. El precio por la cesión de la marca y de las obras le costará al Ayuntamiento un millón de euros al año. Se inaugura el próximo 28 de marzo. El Ayuntamiento estima un impacto directo en la economía local de más de cuatro millones de euros al año.

“Nadie de mi promoción podía soñar que llegaríamos a tener algo como esto en la ciudad”, asegura Luna, que estudió Filología y Bellas Artes en la Facultad que se encuentra a apenas 50 metros del Museo Picasso, en el centro de la milla. Luna desecha las críticas que apuntan a una apuesta con fecha de caducidad basada en grandes marcas. “Mejor que se haga espectáculo de la cultura a que se haga de la violencia, ¿no? Algo quedará”.

La apuesta por construir en Málaga una atractiva oferta museística corresponde al alcalde, Francisco de la Torre. Lo dice Luna, lo sostienen los expertos y lo refrenda Fernando Francés, director del CAC, ubicado en el extremo occidental de la milla, junto al río.

Skaters y ciclistas se deslizan por el cemento que rodea a este edificio racionalista, austero, construido en los años cuarenta y que fue mercado para mayoristas. Al fondo, en dirección al mar, se erigen dos enormes grafitis de más de 40 metros de altura creados en 2003, en el marco de una operación para relanzar el antiguo Ensanche de Heredia –rebautizándolo como el Soho de Málaga–. El de la izquierda, firmado por el grafitero británico D’Face, es una suerte de primer plano de una viñeta de cómic con la cara de un piloto de avión en apuros. En el de la derecha, el afamado grafitero norteamericano Obey dejó plasmada la imagen de una mujer que entrelaza sus manos con un mensaje: “Paz y libertad”.

Fernando Francés recorre el interior de este museo que ha conseguido atraer a algunos de los artistas con más tirón de los últimos tiempos. Desenfunda su móvil y enseña las fotos de las colas –más de 2.200 personas a las seis de la tarde– que se formaron el 23 de mayo del año pasado en la inauguración de la muestra de Marina Abramovic. La creadora serbia acababa de freír las redes con su colaboración con Lady Gaga; todo cuenta.

Francés, de 54 años, relata que cenó en casa de Abramovic por primera vez en 2003 para pedirle que realizara una exposición en Málaga. Aquello no cuajó. Acudió al estreno mundial de la óperaVida y muerte de Marina Abramovic en Manchester, en 2011, y desayunó con ella para cerrar un acuerdo, pero el proyecto de realizar unas esculturas invisibles también se frustró. Su tenacidad obtuvo premio, al fin, en mayo del año pasado.

Las salas del CAC han visto pasar la mayor exposición de lacontrovertida artista británica Tracey Emin, defiende Francés; la primera exposición en España del cotizado Gerhard ­Richter, en enero de 2004. La primera individual de Luc Tuymans, la primera de Neo Rauch. “En Málaga, el público para el arte contemporáneo casi se ha multiplicado por cinco en 12 años”, dice el director del CAC en su despacho, frente a un ordenador en el que ha colocado una pegatina del grafitero Obey. Considera que el laboratorio de ideas de modernidad que incorporará el Pompidou, que pretende ser algo más que un museo, abre grandes oportunidades. “Hay que pensar en lo que influirá eso en la ciudad, aunque al final esté aquí solo cinco años. Un millón de euros, teniendo en cuenta lo que puede aportar, y no hablo del turismo, es baratísimo. Sobre todo si se compara con lo que cuesta, por ejemplo, un futbolista”.

Francés dice que el indicador de I+D+i cultural sitúa hoy día a Málaga como la cuarta ciudad de España. “Pero nuestra ambición nos va a hacer comernos a Bilbao en breve”.
José Luis Valverde, uno de los artistas residentes en La Térmica, centro cultural que recibe durante cuatro meses a jóvenes creadores para que desarrollen sus proyectos. / GIANFRANCO TRIPODO
José Luis Valverde, uno de los artistas residentes en La Térmica, centro cultural que recibe durante cuatro meses a jóvenes creadores para que desarrollen sus proyectos. / GIANFRANCO TRIPODO
La rehabilitación del edificio del CAC, para ceder posteriormente su explotación a una empresa privada, fue una de las primeras apuestas del alcalde. Justo en las fechas en que se inauguraba este centro, en febrero de 2003, se producían los primeros acercamientos a la familia Picasso por parte del Ayuntamiento, que de algún modo buscaba añadir su granito de arena a la colección del Museo Picasso, configurada a partir de los fondos de Christine y Bernard Ruiz-Picasso, que desembarcó en el mes de octubre de ese año.

Carmen Giménez, que fue directora del Museo Picasso, y el exdirector del Prado y crítico de arte Francisco Calvo Serraller guiaron a De la Torre en este camino y le pusieron sobre la pista de unos cuadernos de dibujos que el genio malagueño utilizó a principios del siglo pasado para preparar una de sus obras más significativas, Las señoritas de Aviñón (1907).

De la Torre recorre la planta baja de la Casa Natal de Picasso. Se detiene frente a uno de esos bocetos. “Pero aquí no veo todas las piezas”, dice con ese hablar rápido que tiene. Adquirir por 2,7 millones de euros el álbum número 7 para Las señoritas de Aviñónen 2006, cuando se cumplía el 125º aniversario del nacimiento del pintor, fue un modo de empezar a construir un proyecto amarrado al más universal de los malagueños. “No tenemos la Alhambra, ni la Mezquita; tenemos un centro histórico, pero no puedo fabricarme un patrimonio histórico”, explica De la Torre, de 72 años, alcalde del Partido Popular.

El éxito del Guggenheim de Bilbao resultó inspirador. Los grandes museos del mundo empezaban a descentralizarse. Pero había que buscar operaciones que no fueran onerosas. El 7 de febrero de 2008, en un partido de fútbol de la selección española contra Francia en el malagueño estadio de La Rosaleda, De la Torre le espeta al embajador francés, Bruno Delaye: “¡Estás en una ciudad que aspira a ser sede del Louvre o del Pompidou!”.

La operación se concretó cinco años más tarde, el 26 de abril de 2013, en el hotel Ra­disson Blu de Madrid. Acordó con el presidente del Pompidou, Alain Seban, que las obras recalarán por espacio de cinco años. En total, generará cuatro millones anuales de euros en gastos al Ayuntamiento. El sobrecoste final de las obras se incrementó en un 48%. El alcalde se defiende: dice que ese dinero extra fue para llevar a cabo más cosas, como el proyecto museográfico. “No recuerdo una operación cultural de semejante ambición con un coste tan reducido”, añade.

De la Torre apuntó al Louvre y consiguió el Pompidou. Apuntó al Hermitage y se acabó trayendo el Museo Estatal Ruso, que se inaugura el próximo miércoles 25. Por el camino se fraguó el desembarco de otra marca: el Museo Carmen Thyssen.

“El alcalde tiene una gran capacidad de seducción cultural”, asevera Lourdes Moreno, directora de este museo que acoge la colección de arte español del siglo XIX y principios del XX de la baronesa, mientras pasa junto a Corrida de toros en Éibar, obra de Zuloaga. Las 250 piezas cedidas de forma gratuita por un periodo de 15 años se exhiben en el palacio de Villalón, edificio del siglo XVI situado en la esquina noroccidental de la milla del arte, cerca de la plaza de la Constitución.

Ascendiendo por la bulliciosa calle de Granada, a mitad de camino entre el Thyssen y el Museo Picasso, auténtico corazón de la milla, se llega a uno de esos espacios alternativos del arte que laten en esta ciudad. Es La Casa Amarilla, el lugar en el que trabaja el colectivo El Nombre Es Lo De Menos, uno de los que despuntaron en la reciente feria de arte emergente Art & Breakfast. Su instalación The Cool Room, una habitación con fotografías que colgaban del techo atrapadas en bloques de hielo que se iban fundiendo poco a poco, causó impacto.

David Burbano, alma mater de esta casa-taller, abre la puerta de este apartamento que funciona como espacio expositivo, vivienda (con capacidad para dos artistas) y taller (con hueco para siete). “Málaga está ahora en auge”, dice encaramado al sofá, “está viviendo una explosión brutal”. La ausencia durante años de espacios expositivos para el arte emergente en esta ciudad ha hecho que los artistas conviertan su casa en vivienda-taller-galería. “La llegada de los grandes museos es un acierto, posiciona a Málaga en una liga cultural internacional muy potente”, manifiesta Burbano. “Pero que no se nos olvide que hay un tejido cultural local que hay que cuidar, los artistas que se iban de Málaga están volviendo”.

Esta eclosión no se ciñe, ni mucho menos, a los límites de la milla. Uno de los viveros de jóvenes artistas se sitúa camino de Torremolinos. Es La Térmica, centro de creación y producción cultural, ubicado en un antiguo orfanato, en el que se programan exposiciones y se acoge a artistas, por espacio de cuatro meses, para que desarrollen un proyecto personal y otro para el centro. “Hace cinco años las instituciones no hacían caso”, cuenta Emmanuel Lafont, dibujante argentino de 34 años, uno de los residentes. “Málaga siempre andaba a la sombra de Sevilla y Granada. La gente con inquietudes empezó a abrir pequeños espacios, hubo que afinar el ingenio”.

Tiendas que rodean al Museo Picasso. / GIANFRANCO TRIPODO
Tiendas que rodean al Museo Picasso. / GIANFRANCO TRIPODO
No muy lejos de este luminoso centro con vistas a la playa, también en Málaga Oeste, tendrá su sede el Museo Estatal de Arte Ruso de San Petersburgo, cerca del paseo marítimo de Huelin. Ubicado en la antigua sede de un proyecto frustrado, el del Museo de las Gemas, albergará en su colección 100 obras procedentes del museo madre –cuenta con más de 400.000 referencias– que se renovarán anualmente. Exhibirá piezas de arte ruso del periodo que va del siglo XV al XX. El espejo (1915), de Marc Chagall, o La boda de Nicolás y Alejandra, de Ilya Repin, reposarán en sus blancas paredes.

“Los grandes museos ayudan a esta efervescencia cultural”, asegura Javier Hirschfeld, fotógrafo cuya casa-taller-galería se encuentra en el corazón de la milla, a espaldas del Museo Picasso. La transformación de las viviendas en galerías ha convertido a los artistas en gestores culturales, en promotores de exposiciones. Casa SostoaEspacio CienfuegosVilla Puchero. Han proliferado este tipo de espacios.

Hirschfeld es parte del colectivo Los Interventores, que en 2012 puso en marcha en La Casa Invisible, centro ocupado que ha sido un pulmón cultural para la escena emergenteMás grotesco, sonada muestra que reunió a más de 50 artistas y colectivos. Se trataba de una exposición derivada de una realizada por el Museo Picasso, Factor grotesco, comisariada por su director, José Lebrero. “El Museo Picasso ha sido un gran reactivador de la ciudad”, sostiene Hirschfeld, “supuso un giro de 180 grados. Trajo turismo y actividad al centro”.

En una sala de reuniones del museo que acogió en 2003 la colección de Christine y Bernard Ruiz-Picasso, bajo la mirada severa del genio malagueño, que la domina desde un póster de la exposición fotográfica Picasso visto por Otero, Lebrero dice que todavía hay mucho trabajo cultural por delante en esta ciudad. “Hay mucho por hacer en cuanto a asociacionismo cultural, teatros, librerías, cines”. Defiende que estos espacios, hoy, deben dejar de ser mausoleos, aparcamientos del arte, para desbordar su condición y ser museos de civilización. Y reivindica el papel ­desempeñado por el Museo Picasso en Málaga. “Esta ciudad no tenía una identidad y Picasso se la dio. Picasso fue la llave”.

Aunque desde otras latitudes culturales del país la eclosión malagueña encuentre sus críticas, y la apuesta por los museos-franquicia que no dejan un devengo patrimonial se observe con escepticismo, Carmen Giménez, que realizó la primera gran exposición sobre Picasso en 1992, tendió el puente con la familia del pintor para que la colección recalara en Málaga y facilitó el desembarco del Guggenheim en Bilbao, dice que el mundo del arte, más allá de las fronteras de España, está hablando de este lugar. “Que venga el Pompidou es algo que hay que valorar positivamente. Todo lo que sea cultura de alto nivel es lo que cambiará el país”.

Ese cubo traslúcido, compuesto de vidrio y metal, que llega con esa estela que da su apellido francés, ha colocado a Málaga en estado efervescente. De día será una gigantesca vitrina, escaparate de arte. Se transformará en linterna portuaria al caer la noche.

Joseba Elola: Málaga, nueva milla del arte, EL PAÍS, 19 de marzo de 2015