Zurbarán, maestro del color y el volumen

San Serapio
San Serapio

Las pinturas con las que Francisco de Zurbarán decoró la Cartuja de Jerez, hoy dispersas por el mundo, están consideradas como la mejor serie de su producción junto con la que realizó para el monasterio extremeño de Guadalupe. Los cuatro lienzos del altar mayor jerezano pertenecen ahora al Museo de Grenoble (Francia), aunque hasta el 13 de septiembre el Thyssen-Bornemisza reúne uno de ellos, La adoración de los Magos, con la pareja formada por San Juan Bautista y San Lorenzo que decoraba la parte inferior de la predela y que custodia el Bellas Artes de Cádiz. Estas tres obras maestras marcan el espíritu que alienta Zurbarán, una nueva mirada, la muestra comisariada por Odile Delenda -autora del catálogo razonado del pintor- y Mar Borobia -jefa del departamento de pintura antigua del Thyssen- que reivindica la modernidad y maestría cromática del artista nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598. El colorido resplandeciente de las vestimentas de los reyes magos en el cuadro de Grenoble o la rica tela carmesí de la dalmática de San Lorenzo, con sus bordados en hilo de oro, adquieren aquí un carácter protagonista ante la mirada seducida del visitante contemporáneo. 

La muestra del Thyssen, que incluye 63 lienzos, de los cuales 47 son obras de Zurbarán (incluidas sus más recientes atribuciones, algunas inéditas en España), dedica también una especial atención al obrador del artista, a esos pintores que colaboraron con él en distintas etapas de su carrera, especialmente a partir de su traslado desde Llerena a Sevilla en 1629, donde trabajó para las órdenes religiosas más importantes. 

"Hemos planteado un recorrido cronológico y temático que, a través de siete salas, se detiene especialmente en los grandes encargos que recibió. Entre ellos destacan los que le abrieron las puertas de Sevilla y le permitieron estar en la cima durante 25 años: su primera serie para los dominicos del convento de San Pablo el Real (hoy desaparecido), que tuvo un éxito inmediato y de donde proceden Santo Domingo en Soriano, cedido por la iglesia de la Magdalena de Sevilla, y el expresivo San Ambrosioque presta el Bellas Artes de Sevilla, y los 22 cuadros sobre la vida de san Pedro Nolasco que conforman su segunda serie, para la Merced Calzada, donde aparecen ya plenamente las características de su pintura", explica Mar Borobia. 

Se refiere la comisaria a la sobriedad y sencillez con que interpretaba los tema religiosos, al dibujo firme, los expresivos contraluces y el admirable tratamiento de los objetos cotidianos, sobre todo de las telas y sus volúmenes, que Zurbarán consigue ya en sus años de juventud. Así lo prueba otra de las obras maestras reunidas: el San Serapio que ha cedido el Wadsworth Atheneum Museum of Art. Sólo se había visto una vez en España y hace ya más de 50 años. Está firmado y fechado en 1628 y en él Zurbarán, con la elegancia que le caracteriza, no muestra el atroz suplicio que sufrió el monje (se le arrancaron los intestinos estando vivo antes de cortarle el cuello) sino que cubre su cuerpo torturado con el hábito blanco concentrando en su rostro a punto de expirar toda la tensión del martirio. "San Serapio pudo ser la obra que los mercedarios sevillanos pidieron a Zurbarán como prueba de su capacidad para acometer el complejo encargo de la Merced Calzada", consideran las comisarias. Al lado de San Serapio, dialogando con los pliegues marfileños de su hábito, luce el Fray Pedro de Oña que pertenece a la colección del Ayuntamiento de Sevilla y restauró en 2010 la Fundación Focus-Abengoa, donde se conserva. Cerca también, otra de las piezas recién incorporadas por Odile Delenda al catálogo del autor: Aparición de la virgen a san Pedro Nolasco, fechado entre 1628 y 1630 y donde cuatro ángeles músicos rodean a María en una escena que Zurbarán creó sin que mediara precedente iconográfico alguno. Este cuadro pertenece a la galería Coatalem de París. 

La capacidad de Zurbarán para plasmar con naturalidad la irrupción de lo divino en la vida cotidiana de un santo, según los postulados de la Contrarreforma, descuella en los conjuntos que realizó entre 1630 y 1640, agrupados en las dos siguientes salas. "Es su década prodigiosa, cuando realiza las series de Jerez y Guadalupe, además de numerosos encargos de devoción privada. Incluimos aquí el San Pedro del Museu de Arte Antiga de Lisboa, ejemplo del único apostolado conocido de Zurbarán, y Hércules desvía el curso del río Alfeo, una de las telas que realizó para el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, el único conjunto de tema mitológico que produjo". Este lienzo lo aporta el Prado, que también cede El martirio de Santiago, recientemente restaurado. 

Dos pequeños pero asombrosos lienzos que por sí solos justifican la visita a esta muestra, y que en su día pertenecieron al colegio de San Alberto de los carmelitas descalzos de Sevilla, llegan por primera vez a Madrid: San Blas y San Francisco de pie contemplando una calaveraSan Blas, con su suntuosa y escultórica capa pluvial y su extrema verticalidad, pertenece hoy al Museo Nacional de Bucarest; el meditabundo San Francisco, cuyos pies descalzos asoman por debajo del hábito, al Museo de San Luis (Misuri, EEUU). "Ambos óleos son de una modernidad asombrosa, con esos planos de color que caen verticales y escuetos, y expresan muy bien el espíritu de esta muestra, que no pretende ser una antológica exhaustiva de Zurbarán sino una puesta al día de su producción", aprecia Borobia. 

La del Thyssen-Bornemisza es la última mirada a Zurbarán tras las recientes antológicas de Ferrara y Bruselas que sellaron el interés europeo por su obra. Una versión de esta muestra podrá verse en octubre en el Museum Kunstpalast de Düsseldorf, que colabora en el proyecto, aunque con diferencias: no dará tanto relieve al obrador del artista pero incluirá otras obras de su catálogo, como por ejemplo la Inmaculada que el Ayuntamiento de Sevilla tiene depositada en la Fundación Focus-Abengoa y cuya restauración ha sufragado el museo alemán a cambio del préstamo temporal. 

Es sorprendente la elevada presencia de obras en manos privadas entre las alrededor de 300 en que Odile Delenda ha fijado el corpus zurbaranesco. "Es cierto que salió de España mucha pintura de Zurbarán por el expolio napoleónico y la Desamortización. Por eso en esta muestra hemos querido recalcar que muchos coleccionistas privados españoles han ido a buscar fuera esas piezas para recuperarlas para el patrimonio". Así ocurre, continúa Borobia, con La familia de la Virgen, una de las joyas de la Colección Abelló, que se exhibió recientemente en el Convento de Santa Clara de Sevilla. Arango, dueño del impresionante retrato de P. Bustos de Lara (que hace pareja al inicio de la sala 4 con el de Gonzalo Bustos de Lara de la colección de Patricia Phelps de Cisneros), Villar Mir, Pedro Masaveu… son otros ejemplos de ese coleccionismo privado español interesado por Zurbarán. 

El encanto y refinamiento que el extremeño logra entre 1628 y 1650, cuando deja su singular legado de las Santas -de las que aquí hay cinco espléndidas muestras, incluida la Santa Águedadel Museo Fabre de Montpellier y la Santa Apolonia que el Louvre presta en contadas ocasiones-, brinda a las comisarias la posibilidad de encadenar varias obras capitales, entre ellas algunas de reciente atribución. Es el caso de La huida a Egipto (1630-1635) del Seattle Art Museum, aparecida en Bélgica hace 30 años pero que Odile Delenda cree que estuvo en Perú en el siglo XVIII. San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres y el Retrato de don Juan Bazo de Moreda del Detroit Institute of Arts ilustran con su solemnidad la participación de los grandes museos internacionales en este proyecto. 

Del Metropolitan de Nueva York procede La Virgen niña en éxtasis (1640-1645), una obra de devoción privada que inaugura, según la experta Almudena Ros de Barbero, una serie de imágenes sobre la infancia de María a la que pertenecen otras obras aquí mostradas, como La casa de Nazaret de la colección Villar Mir. O como la delicada Virgen Niña rezando (1660) que, procedente del Hermitage de San Petersburgo, se exhibe en la última sala dedicada al legado de madurez del artista, muy cerca de La Virgen niña dormida, propiedad de la galería Canesso de París. Estas obras finales de Zurbarán, datadas entre 1650 y 1662, muestran una pincelada mucho más suave y formas más dulcificadas que las de sus escultóricas imágenes iniciales. Son también de formato más reducido por tratarse en su mayoría de encargos para la devoción privada de nobles y aristócratas. 

Para el final del recorrido las comisarias reservan la última pintura incorporada al catálogo, Los desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría (1660-1662), que reapareció en 2001 en una colección privada suiza. "Es una pintura excepcional y el único cuadro que se le conoce con este motivo. Por suerte, en el inventario que se hizo a la muerte del autor aparecía un lienzo con este tema y estas medidas", contextualiza Borobia. También de reciente atribución son San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del Museo de Arte de San Diego (EEUU) y Cristo crucificado con san Juan, la Magdalena y la Virgen (1655), descubierto por José Milicua en 1998 y que presta la colección Ivor Braka. 

Antes de despedir Zurbarán, una nueva mirada, el visitante puede recrearse en sus naturaleza muertas, género al que dotó de una intensa espiritualidad. El célebre Bodegón con cacharros que cede el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), donde los recipientes tienen todo el protagonismo, Agnus Dei y Carnero con las patas atadas, junto a dos de sus características santas faces, invitan al recogimiento en la sala 5. Allí dialogan con las piezas de su hijo Juan de Zurbarán, fallecido a los 29 años a consecuencia de la epidemia de peste que asoló Sevilla: se reúnen siete de los doce bodegones que pintó y que lo confirman como uno de los mejores representantes del género en la España del siglo XVII. 

Por primera vez, además, el Thyssen dedica toda una sala, la sexta, a los más sobresalientes colaboradores de Zurbarán, como el Maestro de Besançon. En ese homenaje al taller destacan obras como La muerte de san Pedro Nolasco del cordobés Juan Luis Zambrano, que procede de la Catedral de Sevilla y ha sido restaurada por el Thyssen para la muestra; Jacob y el ángel y Santa Teresa guiada por los ángeles, de los hermanos Francisco y Miguel Polanco, obras mayores prestadas por la iglesia del Santo Ángel de Sevilla; o los lienzos San Roque y Santa Lucía de Bernabé de Ayala, uno de los mejores oficiales del obrador de Zurbarán, que cede el Bellas Artes de Sevilla. La inclusión del Ángel músico del pintor de origen flamenco Ignacio de Ríes, hasta ahora inédito, es otra de las sorpresas de esta selección que nunca deja de subrayar, mediante el color albero elegido para las paredes, la importancia que el sur tuvo siempre en la vida y obra del artista, fallecido en Madrid el 27 de agosto de 1664.

Charo Ramos Madrid: Zurbarán, maestro del color y el volumen, Diario de Sevilla, 21 de junio de 2015