Lloyd Wright, la vida por la arquitectura

Resulta casi improbable encontrar a un solo arquitecto que no mencione a Frank Lloyd Wright como una de las figuras cuya obra ha constituido a lo largo del tiempo una perdurable referencia. Transcurridos cincuenta años desde su fallecimiento, el día 9 de abril de 1959, a sólo seis meses de la apertura del que sería su último edificio, el Museo Solomon R. Guggenheim en Nueva York, la trascendencia de la visión arquitectónica que Wright desarrolló a lo largo de su vida sigue manteniendo su fuerza y carácter de energía precursora.

Casa Kaufmann o Casa de la Cascada (1939)

En el Guggenheim, una vez más, Wright quiso ir adelante, a la búsqueda y afirmación de lo que él denominó una «arquitectura orgánica», un término que aludía a numerosos conceptos pero en la que se sintetizaba una predisposición sensorial e intelectual hacia los elementos e impulsos vitales emanados por la naturaleza y mediante la que se trataba de imbuir a la arquitectura de una trascendencia cuasi espiritual que la hiciera no sólo símbolo sino cauce de vínculo con éstos.

Esta concepción que se gestaría en él casi desde el mismo momento de su nacimiento, el 8 de junio de 1869, bajo la premonición materna de que llegaría a ser un arquitecto; y, por otro lado, la intensidad del contacto con la naturaleza que experimentó, que alentaría en él el fantaseo de figuras y formas abstractas y desarrollarían una sensibilidad romántica que no halló conflictos con el espíritu de la revolución industrial, que, entendía, iba a poder proporcionarle los medios con los que materializar las ideas de su imaginación.

Su arquitectura partía de las condiciones materiales y culturales del Medio Oeste de fines del XIX y la herencia de la Escuela de Chicago, pero la intensidad de su visión y su trayectoria desde sus tempranos proyectos, con la Casa Winslow (1894) o su propia Vivienda en Oak Park, que hibridaban los ideales de la emergente burguesía suburbana con la imagen del hogar tradicional norteamericano han hecho que en la historia de la arquitectura, Wright represente el enlace armónico no sólo entre dos tiempos, el final del siglo XIX y la primera mitad del XX, sino también de las concepciones y tradiciones arquitectónicas de Occidente y Oriente, un aspecto que cristaliza en sus conceptos para viviendas y se magnifica en el Templo Unitario (1907).

Intuitivo, concibiendo que todas las cosas oscilan en un flujo continuo, en una constante evolución, Wright formuló una arquitectura basada en la esencialidad del espacio como zona vital, comprendido como una realización plástica y surgido a partir de las cualidades primordiales de los materiales y la relación indisoluble con el entorno. Sus edificios asimilaban imágenes e ideas de diversas fuentes, generando un sistema formal basado en sus propias reglas internas.

Museo Solomon R. Guggenheim en Nueva York


Referente para la modernidad europea, en una Europa de posguerra Giulio Carlo Argan elogiaba cómo su postura arquitectónica inspiraba una conciencia de valor para la realidad, la obra de Wright persistió en una evolución permanente hasta el final. Edificios como el Hotel Imperial (Tokio, 1922), la Casa Hollyhock y la Casa Alice Millard (California, 1920 y 1924), los proyectos para rascacielos basándose en la idea del árbol con su tronco central y ramas extendidas que definió también la Torre Price (1956), las casas usonianas de bajo costo en la década de los 30, la Sede de Johnson Wax (Wisconsin, 1939) son hitos cruciales en una trayectoria cuya esencialidad se cobija en las Casas Taliesin en Wisconsin y Arizona, construidos como lugares de retiro y exaltación de la vida ideal en un entorno natural. En la primera, laboratorio y lugar de trabajo sujeto a sucesivas reconstrucciones y ampliaciones, tuvo lugar alguno de los episodios más trágicos que marcaron su vida.

Fuerza arrolladora

Con seguridad, la fuerza arrolladora de su arquitectura estuvo ligada estrechamente a un carácter duro y la posibilidad de resurgir en una vida que estuvo salpicada de decisiones radicales y abruptas, controversias y sucesos traumáticos, han impedido ver más allá de la fascinación que se siente hacia la figura de este genial maestro, lo que ha propiciado una lectura tal vez demasiado literal de su arquitectura por parte de las generaciones que le han seguido. A menudo, la herencia de su genio creativo ha sido adoptada desde un punto de vista superficial, impidiendo comprender su obra propuesta específicamente como una respuesta de su tiempo y poniendo distancia para generar un punto de vista crítico. Valgan como ejemplo dos de sus obras más célebres: el Museo Guggenheim, un valioso objeto urbano de espacialidad serena, pero que fue antes concebida como una obra de arte contenedora en sí misma de obras de arte y no como un lugar de exhibición; o la Casa Kaufmann o Casa de la Cascada (1939), un manifiesto sobre sus conceptos acerca de la compenetración entre arquitectura y paisaje, pero que no es esencialmente una casa.

Museo Solomon R. Guggenheim en Nueva York


Una forma de concebir la arquitectura que hoy se encuentra en un punto muerto tras tanto exceso objetualización y mitificación del edificio, que hoy se hace necesario cuestionar para desandar una parte de ese camino abierto por Wright, pero sin que eso sea renunciar a seguir indagando en la intensidad conceptual subyacente en su arquitectura.

Fredy Massad: Lloyd Wright, la vida por la arquitectura, ABC, 9 de abril de 2009