Kandinsky, insaciable sed de pintura

Desde el 8 de abril y hasta el 10 de agosto de 2009 podrán verse en el Pompidou de París un centenar de piezas de este gran artista que, para muchos, creó la primera obra abstracta de la historia del arte

ABC Kandinsky, pintando en su taller de Neuilly-sur-Seine en 1936

Majestuosa retrospectiva consagrada a Vassily Kandinsky (1866-1944). Más de un centenar de obras, siguiendo cronológicamente los sucesivos destierros y épocas del artista -Moscú, Múnich, Berlín, Weimar, Dessau y París-, permiten reconstruir otro de los caminos que culminaron con la desaparición de la figura en el cuadro, cambiando de rumbo la historia de la pintura de nuestra civilización. Una aventura estética excepcional, cuando comienzan a proliferar los intentos de «reescritura» de la historia del arte contemporáneo, que tiene muchas filiaciones.

Conocemos con razonable precisión los orígenes de la abstracción, que echan sus raíces en Velázquez, Goya, Turner, para culminar con los impresionismos, que una importancia tan capital tienen en Kandinsky, precisamente, a través de una obra legendaria, un «Almiar de heno», de Monet.

La influencia de los románticos alemanes tiene sus especialistas fervorosos. Y, desde Picasso, si no mucho antes, se ha seguido las pistas iberas, africanas y de las más distintas civilizaciones. La obra de Kandinsky, uno de los patriarcas de la abstracción absoluta, permite explorar otras pistas no menos sugestivas: los primitivos rusos, los artistas creadores de iconos religiosos, los lubki de la imaginería popular rusa.

A través de sus escritos íntimos, Kandinsky dejó todas las pistas esenciales que conducen a esa matriz original. Hacia 1910, cuando el joven de la alta burguesía rusa lanza, con otros amigos, en Múnich, el mítico Almanaque del Blaue Reiter, Kandinsky ya está de vuelta de todos los impresionismos, fauvismos, cezanismos, expresionismos y otros ismos. La revelación de la pintura moderna, a través de un «Almiar» de Monet, cambió su vida, obligándolo a abandonar su carrera, para convertirse en pintor.

Su insaciable sed de pintura no encuentra acomodo entre los modernos y aspira a una «síntesis espiritual» de toda la pintura del pasado y de distintas civilizaciones, de Giotto al arte africano y los lubki. Caído en el tiempo de la historia, Kandinsky cuenta cómo una noche de 1908, en Murnau, tuvo esta revelación: «Todo se volvía claro... la descripción de los objetos perdía todo sentido... en el cuadro sólo quedaban los colores: un abismo se abría a mis pies». Estaba floreciendo una de las fuentes de la abstracción absoluta. Dos años más tarde pintaba su legendaria «Acuarela», que muchos consideran la primera obra abstracta de la historia de la pintura.

Lo «espiritual absoluto»

Seguirá una fabulosa historia errante, a caballo entre la búsqueda de lo «espiritual absoluto» descrito en su obra capital, «Lo espiritual en el arte», y una vida condenada al exilio, interior, en Moscú, amenazado, en Alemania y Francia, donde Kandinsky terminó instalándose y nacionalizándose francés, apoyado por Marcel Duchamp, tras haber contado con la amistad de Gropius y el grupo de la Bauhaus, en Alemania, donde trabajó durante años muy fecundos, dialogando, con su alma mater musical, el compositor Arnold Schönberg.

A su muerte, en Neuilly-sur-Seine, en las afueras de un París ocupado, la última de sus mujeres heredó un material imprescindible para comprender la magna aventura de Kandinsky. A su muerte, Nina Kandinsky legó buena parte de ese material al Estado francés, que hoy lo pone en escena en una retrospectiva excepcional.

Juan Pedro Quiñonero, París: Kandinsky, insaciable sed de pintura, ABC, 6 de de abril de 2009