Atarazanas de Sevilla: ¿el acuerdo definitivo?

Es probable que cuando Michael Ende escribió La historia interminable no pensase en que su novela juvenil de fantasía se quedase bastante corta al lado de todo lo que le ha sucedido a las Atarazanas en los últimos años. Un proceso más cercano al cuento de nunca acabar que al cinematográfico libro del alemán. Y es que la catedral civil de Sevilla, aquellos astilleros navales que mandara a construir Alfonso X en 1252, por el que matarían en el 99 por ciento de las ciudades del mundo, han sido durante muchos años un sapo que nadie estaba dispuesto a tragarse, un problema que no terminaba de encontrar una solución.


Las Reales Atarazanas, con una localización envidiable en pleno corazón de la capital hispalense, son unas auténticas desconocidas para muchos sevillanos pues llevan cerradas a cal y canto desde 2009. Solo se han abierto en contadas ocasiones desde entonces. Para alguna visita guiada por la semana de la arquitectura, cada Lunes Santo para que los nazarenos de la vecina hermandad de Las Aguas formen bajo sus históricas arcadas y como escenario de la exitosa serie Juego de Tronos –en el capítulo 2 de la séptima temporada se transformó en un sótano de Desembarco del Rey–.

El astillero medieval mejor conservado del mundo estuvo en funcionamiento entre los siglos XIII y XV. En él se construyeron las galeras utilizadas por la Corona de Castilla para el control marítimo del Estrecho de Gibraltar y también las empleadas en la Guerra de los Cien Años. Pero con el paso de los siglos y el devenir de la historia, las Atarazanas dejaron atrás su actividad original y se convirtieron en almacenes comerciales. Fueron pescaderías, aduana, casa de azogue y Maestranza de Artillería desde el siglo XVI, Hospital de la Santa Caridad en el XVII y por fin terminó siendo sede de Defensa con diversos usos, incluso acogió el almacén sanitario del Hospital Militar, hasta que en 1993 la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, en un intento por evitar que se convirtiera en oficinas, se hizo con la propiedad de este inmueble.

El edificio que adquirió el gobierno andaluz, declarado Monumento Histórico Artístico en 1969 y Bien de Interés Cultural (BIC) en 1985, es solo una parte del original. En concreto, se conservan siete –unos 60 arcos– de las 17 naves que lo compusieron. Pues el astillero primitivo abarcaba la aneja iglesia de San Jorge y hasta el edificio de Hacienda, que da a la calle Santander, más la muralla almohade que lo circunda. Además, la fisonomía del espacio distaba mucho de ser la de ese astillero medieval pues los diversos usos y dueños adaptaron el espacio a sus necesidades: el suelo se elevó, las paredes fueron revestidas de mortero de cemento... Por ello, durante más de 15 años la Junta de Andalucía invirtió en su conservación y realizó unas 22 intervenciones en las que gastó más de 9,8 millones. Consolidar y conservar lo que ha llegado a nuestros días fue siempre la clave.

Durante los primeros años en los que la Junta mantuvo el edificio éste fue todo un epicentro cultural. Se organizaron en él encuentros, convenciones, visitas guiadas para conocer su historia y relevancia, teatros, conciertos, exposiciones y hasta desfiles de moda. Ya en esos años había quien aseguraba que era necesario poner en marcha un proyecto específico para las Atarazanas. Hubo ideas de todo tipo. De hecho, inicialmente la Consejería de Cultura se planteaba traer aquí el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), que se terminó instalando en el Monasterio de Santa María de las Cuevas en la Cartuja. Las propuestas que más apoyos suscitaban fueron un museo naval o una casa de Iberoamérica, con las que conectar el pasado del espacio a sus usos futuros. Ya por 2007 se llenaban titulares con plazos, planes directores, concursos de ideas, presupuestos, acuerdos, y grandes declaraciones –de intenciones, claro–. También hubo voces críticas, ojo, que apuntaban que los 7.330 metros cuadrados de superficie tienen interés en sí mismos, como otros monumentos de la ciudad, y que no era necesario buscar nada más –con una rehabilitación integral mediante, eso sí–.

Sea como fuere, la Junta no terminó nunca de concretar el proyecto y en diciembre de 2008 la entonces consejera Rosa Torres selló el primer acuerdo de muchos para dar contenido cultural al espacio. En concreto, por un acuerdo de concesión demanial –los que regulan el uso temporal de un bien público– por el que cede a La Caixa el inmueble por 75 años para que la entidad bancaria levantara un Caixaforum. Entonces se planteó un concurso entre 10 estudios de arquitectura de renombre para que hicieran el proyecto para convertir el antiguo astillero en el centro cultural y de exposiciones, en el que La Caixa preveía invertir unos 20 millones. En octubre de ese año se eligió la propuesta ganadora, que fue la de Guillermo Vázquez Consuegra.


Y llegó la primera fecha de apertura: 2015. Para entonces, los más de 7.000 metros cuadrados de naves estarían convertidos en salas de exposiciones, una gran plaza pública gracias a la apertura de media docena de arcos cegados en la intersección de Dos de Mayo y Temprado, que se barajó incluso que fueran peatonales. Habría también intervenciones en los niveles superiores, que corresponden con ampliaciones hechas en el siglo XVIII por Carlos III, donde iría el auditorio y, en la terraza, una zona de cafetería y mirador.

Llegamos a 2012 sin novedades. El proyecto consiguió el visto bueno de Patrimonio después de hacer varias modificaciones. Y empezó otra polémica que terminó trayendo cola: la necesidad o no de hacer un plan especial. Mientras, la propuesta de Vázquez Consuegra ya está en 30 millones de inversión. Finalmente, y dos años después de que La Caixa solicitase la licencia de obras, Urbanismo, con Juan Ignacio Zoido en la Alcaldía, frena el inicio de los trabajos y pide el plan especial.

Dos meses más tarde, la entidad se lleva el Caixaforum a la –entonces futura– Torre Sevilla. Y se inicia un enfrentamiento entre la Junta y La Caixa –con amago de solicitud de indemnización por parte del gobierno andaluz incluido– que terminó con un nuevo pacto en 2013, que se firmaría en 2014. Esta vez se mantenía el planteamiento de Vázquez Consuegra y estaría financiado por el banco, la Junta y el Ayuntamiento. El nuevo convenio, esta vez por 20 años –prorrogables–, marca una nueva fecha de apertura: 2017. Los antiguos astilleros serían un museo dedicado a América, una de las ideas primigenias antes de que se produjera la cesión a la entidad, y se invertirían unos 10 millones. La Junta aportaría los medios materiales y personales en una segunda fase.

En 2016 con los parabienes de Patrimonio y Urbanismo sobre la mesa, la Asociación de Defensa del Patrimonio de Andalucía (Adepa) decide presentar un recurso que consigue paralizar el arranque de las obras. En su opinión la intervención es «un atentado patrimonial» y exigen un plan especial y que se recupere la cota original. Arranca entonces un periodo en el que la Consejería negocia con la asociación un principio de acuerdo para desbloquear el proyecto.

Finalmente, y tras un año de conversaciones, el pasado 29 de diciembre rubricaron Junta, Caixa y Adepa un acuerdo por el que la asociación renuncia a proseguir con su denuncia, algo que permite que el proyecto pueda seguir su curso. A cambio se tramitará un proyecto nuevo en el que la escalera que iba en el centro del edificio se mueve de sitio, se excava la medianera del edificio así como las naves 6 y 7 hasta su cota original, se mantienen dos puertas de acceso por la calle Dos de Mayo y la terraza superior. Tendrá un uso cultural, como se marcó en 2014, pero aún está por definir. Y sobre todo, cuenta con otra fecha de inicio de obras: 2019, y de apertura: 2021.

Después de tanto proyecto, anuncio, fecha y presupuesto, solo queda por saber si esta vez sí será la hora de las Atarazanas y por fin se dará un uso y se pondrá en valor este inmueble que lleva abandonado desde 2009.

Nieves G. Grosso: Atarazanas: ¿el acuerdo definitivo?, EL CORREO DE ANDALUCÍA, 14 de enero de 2018.