Sigan a ese 'da vinci'

En las paredes del castillo de Drumlanrig, en Escocia, hubo durante los últimos cuatro años un espacio vacío que medía menos de 50 centímetros de alto y 40 de largo, pero que dolía al duque de Buccleuch como si se hubiese derrumbado el edificio entero. Hasta el mes de agosto de 2003, sobre aquel vacío estaba colgada La Madonna del huso, de Leonardo da Vinci. Dos hombres se la llevaron durante una visita guiada a la colección del duque, y huyeron en un Volkswagen.

El vacío se llenó el mes pasado, cuando la policía escocesa anunció la recuperación de la obra maestra, cuyo valor de mercado se estima entre 50 y 80 millones de euros. Cuatro personas fueron puestas a disposición judicial como presuntas responsables del robo.

'La Madonna del huso', de Leonardo da Vinci - AP

Caso cerrado. Sin embargo, hay un detalle que pasó inadvertido y que dice mucho sobre los robos de arte, un mercado que el FBI evalúa en 4.000 millones de euros al año. Cuando los policías irrumpieron en la habitación en la que se encontraba la Madonna de Leonardo no había cuatro personas, sino seis. Una de ellas era Mark Dalrymple, jefe de la agencia privada Tyler & Co.

"Todas fueron detenidas, pero sólo cuatro pasaron a disposición judicial la mañana siguiente", relata Dalrymple con una sonrisa socarrona mientras saborea un rioja tinto en un bar de la City de Londres. Es el tipo de hombre al que las grandes compañías aseguradoras llaman cuando uno de sus clientes vuelve a casa y encuentra un vacío donde antes colgaba un cuadro de Da Vinci o de Goya. Él fue tras La Madonna del huso igual que siguió la pista de El columpio, de Goya, robado de la mansión madrileña de Esther Koplowitz en 2001. Con lo que ha recuperado este hombre en 25 años de investigaciones se podría hacer un museo de primera división.

Dalrymple estaba allí. Este hombre agudo, en la cincuentena, es técnicamente un art loss adjuster, una figura propia del mundo anglosajón que ejerce a la vez de tasador y detective especializado en arte. Cuando recibe un encargo de una compañía de seguros visita a la víctima del robo, cuantifica el daño y, paralelamente, empieza a mover los hilos en la excelente red de contactos que tiene en el mundo (y submundo) del arte. Maniobra en la sombra para identificar quién tiene la obra que le interesa. "Tomar una taza de té con un ladrón no es un crimen", suele decir. Una vez que, tirando pacientemente del hilo, llega hasta quienes tienen en su poder la obra, se presenta como un potencial comprador. "Soy bastante bueno a la hora de negociar", bromea, con ojos chispeantes. Y la verdad es que en el sector se le considera una auténtica pesadilla para los ladrones. "Escucho, negocio y luego les trato como se merecen", resume. Ladrones e intermediarios no se enteran de quién es realmente y cuáles son sus intenciones hasta que llegan la policía, los carabinieri o la Guardia Civil.

El mérito se lo suelen llevar las fuerzas del orden, pero su actividad es importante, cuando no decisiva. Un detalle del caso Koplowitz lo ilustra. En esa ocasión fueron 19 las pinturas robadas. Quizá no fue casualidad el hecho de que las primeras en ser recuperadas fueran las que Dalrymple había sido encargado de rastrear. Las otras afloraron meses después, y no estaban aseguradas con la compañía que había fichado a Dalrymple, que prefiere no hablar del caso.

La prensa, como en muchas otras ocasiones, ni siquiera mencionó su nombre; pero en el mundo del arte, Dalrymple es conocido, y Lloyd's o Axa Arte Seguros no dudan en recurrir a sus servicios. Las prioridades de las policías de todo el mundo son terrorismo, droga y crímenes de sangre. Así que el trabajo de agencias como Tyler & Co. es precioso para las aseguradoras, que prefieren pagar sus tarifas antes que indemnizaciones a los clientes.

Dalrymple echa sus anzuelos. A veces los peces tardan años en picar. A veces no pican nunca. "La gente que se dedica a este tipo de robos no tiene nada de romántico. La idea del robo para disfrutar de la belleza de una obra está muy lejos de la realidad. Lo normal es toparse con criminales que sólo quieren sacar algo de dinero, a menudo para reinvertirlo en el tráfico de droga o de armas", relata Dalrymple. "Las obras dan muchas vueltas, se mueven por muchos países, pero antes o después afloran a la superficie".

Dalrymple no es el único que se dedica a observar de cerca esa superficie y sus meandros. A no mucha distancia de su despacho en la City están las oficinas de otro de su especie. Es Julian Radcliffe, director del Art Loss Register (ALR). Él y sus colaboradores han recuperado en 15 años obras de Cézanne, Picasso, Gauguin, Manet, Warhol o Delacroix valoradas en más de 140 millones.

ALR es una compañía privada y cuenta con una de las bases de datos de obras robadas más amplias del mundo. Incluye 180.000 objetos. Antes de dedicarse al arte, Radcliffe había fundado una compañía que negociaba con secuestradores. Es un profesional de la negociación.

Radcliffe comparte la visión de Dalrymple sobre los robos. "Sólo en tres ocasiones nos hemos topado con ladrones que aparentemente no querían sacar dinero", afirma. Pero sus técnicas son diferentes. Mientras Dalrymple tiene toda la pinta de un detective tradicional -no quiso dejarse fotografiar para no ser reconocible en sus investigaciones sobre ladrones que conocen bien su nombre, pero no su cara-, Radcliffe tiene montado un sistema más científico, basado sobre su base de datos.

Radcliffe y los suyos escanean constantemente los catálogos de subastas de medio mundo. Si ven algo que se asemeja a obras que tienen en su base, intervienen. Así han logrado un 60% de sus recuperaciones. Otro 10% procede de controles en ferias de arte y antigüedades o en tiendas de marchantes.

El resto de recuperaciones -sobre todo grandes obras universalmente conocidas- es el fruto de investigaciones, gargantas profundas, etcétera. Para una obra maestra, la tasa de recuperación está alrededor del 15%; para las piezas menores, menos. Lo interesante es que, en la pista de obras robadas, ALR está destapando cada vez más casos de falsificación, sea porque dos personas inscriben en el registro la misma obra o porque los investigadores la detectan en dos sitios diferentes. "Es un mercado al alza", dice Radcliffe.

Cuando recupera un objeto, ALR cobra un porcentaje que varía según el valor de la obra. La compañía también cobra para anotar en su registro la denuncia de la desaparición de una obra y para responder a las preguntas de casas de subastas y coleccionistas acerca de objetos sobre los que tienen dudas. "La actitud de las casas de subastas ha mejorado mucho en los últimos años", observa Radcliffe, "pero el mercado del arte sigue siendo el comercio menos transparente que existe". "En cierto sentido", añade, "el robo de arte es la actividad delictiva con la mejor relación entre riesgo y recompensa". Un criminal involucrado en un tráfico de drogas de 10 millones de euros se enfrenta a muchos años de cárcel. Quien roba arte por un valor equivalente, difícilmente sufrirá la misma condena.

Así, el registro de Radcliffe y los suyos sigue hinchándose. En las oficinas londinenses de ALR, que también tiene sedes en Nueva York, Amsterdam y Colonia, se le muestra al reportero. Es una mina de información. Tres artistas españoles resultan entre los cuatro más robados. El primero, con diferencia, es Picasso. En el registro figuran como robadas o perdidas 671 obras suyas (pinturas, diseños, etcétera). Siguen Miró, con 384; Chagall, con 350, y Dalí, con 292.

Sin embargo, esos grandes nombres son sólo la punta de un iceberg cuyo cuerpo está hecho de robos de pequeño y mediano valor. Objetos que ninguna policía del mundo tiene recursos para buscar seriamente. Y por los que las compañías de seguros no se molestan en contratar a un investigador privado. Ahí está el verdadero negocio. Más fáciles de robar, más fáciles de vender, escasas posibilidades de ser activamente perseguidos por la policía...

-¿Por qué, entonces, meterse en líos robando un leonardo o un goya?

-Usted está viendo el tema desde una perspectiva racional -responde Dalrymple-. Pero esta gente normalmente sólo es buena en robar, no tiene mucha cabeza. No piensa mucho. Roban grandes piezas porque no saben que es casi imposible venderlas. O por acrecentar su prestigio en el gremio. Incluso porque no saben muy bien lo que se están llevando.

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