El realismo mágico de Magritte

Nada es lo que parece en su obra. Pintó una pipa y bajo ella escribió: «Esto no es una pipa». Años más tarde volvió a pintar otra con la inscripción: «Esto sigue sin ser una pipa». René Magritte creó un universo fantástico donde conviven hombres con bombín, manzanas con antifaz, aves que se transforman en hojas... Logró que fuera noche y día al mismo tiempo y dio forma de pájaros y mujeres al cielo, ese magnético cielo Magritte de un azul intenso, cubierto de nubes, que se ha convertido en su seña de identidad, pero que ayer no lucía en Bruselas.

«La magia negra», de Magritte, una de las obras maestras que alberga el nuevo museo

Su original y personalísimo mundo está plagado de imágenes tan bellas y sugerentes como extrañas. A René Magritte, el hombre del bombín, le gustaban las adivinanzas que no se podían resolver, los misterios inexplicables. «No hay respuestas en mis pinturas -decía-, sólo preguntas». Tanto él como su obra son un enigma. Para tratar de resolverlo, aunque se fracase en el intento, lo mejor será visitar el nuevo Museo Magritte, que el próximo 2 de junio abre sus puertas en un rehabilitado edificio del siglo XVIII, el palacio Altenloh, en pleno corazón de Bruselas. Se ha concebido a semejanza de los museos dedicados a Van Gogh y Klee en Amsterdam y Berna, respectivamente.

Magritte regresa a Bruselas, su ciudad más querida: estudió en su Academia de Bellas Artes, allí expuso en solitario por primera vez, se casó con Georgette, pasó sus últimos 37 años y murió en 1967. La Fundación Magritte y los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, con el apoyo del grupo franco-belga GDF Suez, que ha aportado 6,5 millones de euros, han logrado reunir la mejor colección del mundo del pintor surrealista, entre legados, donaciones, compras y depósitos de colecciones privadas. Se espera que supere los 650.000 visitantes anuales. Cuelgan algunas de sus pinturas más célebres, como «El imperio de las luces» (dos de las 16 versiones que hizo al óleo), «El retorno», «El juego secreto», «El dominio de Arnheim» o «La magia negra». Junto a ellas, dibujos, gouaches, collages, grabados, esculturas, fotografías, trabajos publicitarios, películas, cartas... El objetivo, dice el director del museo, Michel Draguet, es «reinventar el imaginario de Magritte».

A lo largo de 2.500 metros cuadrados, distribuidos en cinco plantas, emprendemos un viaje cronológico por la obra y el pensamiento de este hombre controvertido y subversivo, agudo e irónico, genial. A los 14 años, se suicidó su madre (según el guía que nos acompañaba ayer en la visita, por culpa del adolescente Magritte). CSI aparte, lo cierto es que se arrojó al río Sambre y hallaron su cadáver con la cabeza cubierta por su propio camisón. Esa imagen le obsesionó y la plasmó en «Los amantes».

La visita del museo arranca con una obra de 1918. A partir de ahí descubrimos sus trabajos publicitarios de los años 20 (art decó), sus primeras obras surrealistas, la influencia de Giorgio de Chirico, su paso fugaz por París y su regreso definitivo a Bruselas. La visita continúa y admiramos los cadáveres exquisitos, su pintura sombría de los años de la guerra, su coqueteo y posterior desencanto con el comunismo, así como un cambio radical en su estilo: él lo llama «surrealismo a plena luz». Hablamos de sus periodos Renoir (muy kitsch) y Vache (vaca, literalmente, por lo grosero y el mal gusto). Ambos fueron muy criticados en la época. Viendo lo visto, con razón. Pero no se entendieron como lo que fue: un acto surrealista más.

La primera planta del museo, donde acaba el recorrido, acoge su producción desde los años 50 hasta su muerte en 1967. Magritte retoma su estilo y sus temas recurrentes. Es el periodo de mayor éxito. Aparte de una curiosidad (se muestran botellas y esculturas de yeso que decoró), aquí cuelgan la mayoría de sus obras más conocidas y sus dos últimas creaciones: «La página blanca» y una sin título que quedó inacabada y que se muestra en un caballete. Apenas le dio tiempo a esbozar el torso de un hombre sentado y su mano sobre un libro en la mesa. El recorrido del museo es didáctico e interactivo: se podrá acceder al archivo del pintor y a documentos inéditos desde ordenadores.

El arquitecto y escenógrafo Winston Spriet firma un montaje de tono intimista. Quizá demasiada oscuridad para ver pintura. Todo se ha cuidado hasta el último detalle: en cinco ventanas de la fachada podemos ver el cielo Magritte y sus eternas nubes en movimiento.

Natividad Pulido, Bruselas, El realismo mágico de Magritte, ABC, 29 de mayo de 2009