Tiziano contra Tintoretto

Autorretratos de Tintoretto y Tiziano. "Es bueno, pero está claro que no es un Tiziano". Durante un tiempo eso fue todo lo que escuchó decir Tintoretto de sus cuadros. Y pese a que Tiziano, el Maestro, como él solía llamarlo, trató de alejarlo tanto como pudo de su taller (al parecer y como creyó el propio Tintoretto toda su vida, para que no le hiciera sombra), el hijo del tintorero jamás le odió. De hecho, hizo todo lo contrario: venerarlo. De pequeño, más que cualquier otra cosa, habría querido ser aceptado en su estudio (temblaba de emoción cuando traspasó el umbral), pero Tiziano debió de olerse su ambición y lo hizo a un lado. Corría el año 1533. Tiziano había cumplido los 56 años, Tintoretto apenas alcanzaba los 16.

"Ese hombre lo tenía todo, era el faro del siglo, y sin embargo no soportaba ni la sombra de una hoja". Melania G. Mazzucco pone en boca de Tintoretto una reflexión basada en años de estudio. La escritora italiana acaba de publicar 'La larga espera del ángel' (Anagrama), novela narrada por el mismísimo Tintoretto al final de sus días y que sirve de repaso a una vida marcada por la pobreza, la ambición y el amor desenfocado. Cuando tenía treinta y seis años se prometió a una niña de tres que apenas se llevaría ese tiempo con su propia hija (ilegítima), Marietta, la chica que vestiría como un chico y que se convertiría en el único orgullo del pintor.

Creía Tintoretto que Tiziano era inmenso. Y harto de escuchar una y otra vez que aquello que él pintaba parecía bueno pero que jamás sería un Tiziano, se dedicó a pintar Tizianos con sus propias manos. Alerta Mazzucco de que puede haber 'tizianos' dando vueltas por el mundo que sean en realidad 'tintorettos'. Mientras, el Maestro se dedicaba a despreciarle. Ponía en contra a sus protectores y los obligaba a renegar de él. Habló mal de él a los poetas y los escritores de la época, que lo tachaban de mero artesano del pincel. Decía que su obra era "fácil y negligente". Y cuando le preguntaban por la nueva generación, esa a la que había ensombrecido su gigantesca sombra, decía que "el arte en Venecia estaba en decadencia y que ninguno de los nuevos era digno de sus padres". En ocasiones se propuso para hacer el mismo cuadro que ya había sido encargado a Tintoretto, y si alguien le preguntaba por él, fingía no recordar su nombre. Lo llamaba 'Tintorello'.

De hecho, se cree que fue el propio Tiziano y su corte de admiradores y aprendices quienes decidieron que Jacomo Robusti jamás sería conocido por su propio nombre sino como el hijo del Tintorero. Por eso, Jacomo esperó con paciencia su muerte, porque creía que "la guerra la gana no el que gana una batlla sino el que vive una día más que su enemigo". Sólo con su muerte, Tintoretto consiguió entrar en el Palacio Ducal y dejar de pintar para la pequeña burguesía, aquella a la que había regalado sus cuadros pensando más en su fama (y en los futuros encargos) que en el dinero. Tintoretto nunca pensó en el dinero, Tiziano no podía pensar en otra cosa.

Reconocido entre sus contemporáneos como "el sol entre las estrellas", Tiziano, hijo de un distinguido concejal y militar, tuvo una vida fácil. Se trasladó a Venecia porque quería pintar, aunque en su familia nadie antes lo había hecho. Una vez allí ingresó en el taller de Sebastiano Zuccato, donde se formó la primera generación de la Escuela de Venecia, a las órdenes de Giovanni Bellini. Y Bellini fue la sombra que oscurecía el futuro del Maestro hasta que desapareció (en 1516). Entonces quedaban aún dos años para que naciera Tintoretto, que, al contrario que Tiziano, tuvo una vida bastante complicada. Para empezar, era el mayor de 21 hermanos. Vivió en la estrechez económica hasta el último de sus días (de hecho, dejó a su mujer, la niña a la que se había prometido, y a sus nueve hijos, en la ruina), fiel a sus principios, dio lo poco que tenía a quienes no eran tan afortunados como él, que se contentaba con pintar en una habitación sin ventanas y con dormir en un colchón en el suelo.

"A Tintoretto siempre le gustaron los desafíos, se crió como autodidacta cuando descubrió que no podía ser discípulo de Tiziano. Se formó con pintores menores y desde las altas esferas siempre se le reprochó esa parte artesanal", cuenta Mazzucco. "Le consideraban un plebeyo y nadie lo quería en palacio. Se limitaba a hacer cuadros para los pescadores, que le pagaban muy poco", asegura la escritora, y añade: "De hecho, cuando murió Tiziano y el Palacio Ducal le hizo su primer encargo, Tintoretto se lo pasó a su hijo, como una forma de desprecio". Cuando finalmente se le abrieron las puertas de la Gran Venecia "igualmente tuvo una relación ambigua con el poder" porque "él siempre prefería ayudar a los pobres que pintar para los ricos", concluye la escritora.

Laura Fernández | Barcelona: Tiziano contra Tintoretto, EL MUNDO, 14 de febrero de 2011