Delacroix, el último romántico

CaixaForum Madrid, en colaboración con el Louvre, acoge la mayor retrospectiva del pintor francés en el último medio siglo

Una joven admira «Las mujeres de Argel en su aposento», de Delacroix. EFE

En uno de los poemas de «Las flores del mal», Baudelaire habla de Goya: «Goya, una pesadilla de cosas ignoradas,/de fetos que se cuecen en un gran aquelarre,/de viejas ante espejos y muchachas desnudas,/tentando a los demonios al ponerse las medias». Pero también de Delacroix: «Delacroix, rojo lago donde acuden los diablos,/al que un bosque de abetos siempre verdes sombrea,/donde extrañas charangas, bajo lúgubres cielos,/pasan como un suspiro sofocado de Weber». Eugène Delacroix (1798-1863), viajero romántico francés, siempre soñó con España. Siendo muy joven, se encaprichó con los «Caprichos» de Goya. Después viajaría a Algeciras, Cádiz, Sevilla... Resulta paradójico que el «pintor del color», como se le conoce, se sumergiera en el negro de Goya. «Todo Goya palpitaba a mi alrededor», escribió a un amigo. De esa pasión surgieron obras como «Estudio de trajes suliotas y de figuras goyescas».

También admiraba a Velázquez y, en general, todo lo español, que deja una profunda huella en su trabajo. Hoy tiene Delacroix la oportunidad de saldar su deuda con España, de rendir un homenaje póstumo a nuestro país, con esta gran retrospectiva en CaixaForum Madrid, organizada en colaboración con el Louvre. Fruto del acuerdo que mantienen desde 2009 el museo francés y la Obra Social «la Caixa», es la mayor monográfica del maestro francés tras la que conmemoró en el Louvre el centenario de su muerte en 1963: reúne 130 obras de todas sus etapas, lo que permite conocer la evolución pictórica en su carrera. Además, recoge los descubrimientos de las últimas investigaciones en torno al pintor, tras la reedición de sus diarios en 2009. Está siendo éste un otoño artístico impresionante: en tan solo unos días se han inaugurado en España grandes exposiciones de Miró (Barcelona), Giacometti (Málaga), Brancusi-Serra (Bilbao) y ahora Delacroix (Madrid). ¿Quién da más?

Hay muchos Delacroix en Delacroix, como refleja a la perfección esta muestra. El hombre moderno, burgués, liberal conservador, que pintó una de las obras maestras de la Historia del Arte, «La Libertad guiando al pueblo» —uno de los tesoros del Louvre—, fue también un orientalista, como explica el comisario de la exposición, Sébastian Allard, pero «no un colonizador. Fue más allá de su país a buscar su propia esencia. Y esa fue una lección de humanismo». En una sala, presidida por «Las mujeres de Argel en su aposento», se ha logrado reunir todas sus grandes escenas orientalizantes. En 1832 Delacroix participó en una misión diplomática francesa en el norte de África. Fue para él una inspiración inagotable.

El pintor y sus obsesiones

Gracias a sus diarios, comenta el comisario, «sabemos que Delacroix se pone en duda constantemente y eso se ve en su pintura. Cree no tener la solución para ella y por eso a veces deja sus creaciones en bocetos». Uno de los mejores, «La muerte de Sardanápalo», está presente en la exposición. Su maestría en el retrato queda patente en obras como «Louis-Auguste Schwiter», retrato que compró Degas. Además, cuelgan los tres únicos autorretratos que salieron enteramente de su mano, lo que da una idea de lo ambicioso del proyecto. Dos de ellos, en los que se retrata con mirada desafiante, abren la exposición.

Entre las obsesiones de Delacroix, la literatura. Ilustra el «Fausto» de Goethe. Éste, tras ver las litografías, reconoció: «Delacroix ha superado mi propia visión». Lee y recrea obras de Dante, Milton, Cervantes, Walter Scott y, sobre todo, Lord Byron, que fue para él una figura tutelar. Gracias a él, el pintor tomó partido a favor de la independencia de Grecia en su lucha contra el imperio otomano. Otra de las joyas de la exposición es la obra «Grecia expirando sobre las ruinas de Missolonghi», préstamo del Museo de Bellas Artes de Burdeos y su particular homenaje a Lord Byron, que murió en aquella ciudad griega. La imagen central del cuadro —una mujer que acepta su sacrificio, pero se mantiene en pie— semeja una estatua griega, pero, al mismo tiempo, es una Piedad renacentista. No faltan sus paisajes, sus pinturas de animales (leones, tigres...), desnudos femeninos y masculinos —una sala confronta, en monumentales cuadros, a Medea furiosa con un conmovedor San Sebastián—. Pintó grandes decorados (se exhiben sus estudios para el techo de la galería de Apolo del Louvre) y también fue un pintor religioso (sus crucifixiones se centran en «La soledad de Cristo»).

«Me tratis como solamente se trata a los grandes muertos». Con esta solemne frase que le dijo Delacroix a Baudelaire, impresa en la pared, se cierra este apasionante viaje al fascinante universo de Eugène Delacroix.

Natividad Pulido, Madrid: Delacroix, el último romántico, ABC, 19 de octubre de 2011