Ronda nocturna con Javier Sierra por el Museo del Prado (1)

1. El Jardín de las Delicias (El Bosco)


«A las ocho, por la entrada de los Jerónimos». La invitación para pasar una noche a solas con El maestro del Prado en las tripas de la pinacoteca llega con sigilo, enigmática, en un sobre -¡zas, la bicha!-, pero sin machacantes en su interior. Madrid a esas horas es capital sin dolor, algo fría y siempre acogedora. Ni un alma por las calles, ni un caballero con jubón. Ladra algún perro descarriado. Aparcamos en la plaza de Colón. Caminata hasta la Iglesia de los Jerónimos, bajamos las escalinatas y oteamos un ejército de cámaras, periodistas y reporteros de radio. Aún no ha llegado nuestro misterioso convocante. ¿Diez, quince, veinte, treinta negritos? ¿Habrá cena con deguelle de postre? Nos piden el carné para que nos identifiquemos por si al alguien le da por descuidar un velázquez. Pasamos el fortín y llega nuestro anfitrión: el escritor Javier Sierra, que presenta su libro «El maestro del Prado». Ni un japonés a la redonda. Carretera y manta por las tripas de la pinacoteca. Primera parada de la ronda nocturna: «El jardín de las delicias», de El Bosco.
El Jardín de las Delicias. El Bosco
El Jardín de las Delicias. El Bosco
En 1990, Javier Sierra se encuentra por primera vez con el maestro del Prado, personaje a quien dedica su libro. Se lo tropezó sin él buscarlo, delante de «La perla», de Rafael. Mientras el joven Sierra curioseaba, ese misterioso personaje se ofreció a guiarle durante una serie de días por las obras menos «populares», pero más inquietantes del Prado. Con “El maestro del Prado” Javier Sierra explica a los lectores para qué se inventó el arte, qué función tenía el arte desde sus orígenes: «Y para comprender eso tenemos que viajar a sus orígenes, a hace cuarenta mil años cuando nuestros antepasados, los primeros sapiens, comenzaron a pintar los primeros trazos bidimensionales sobre lo más profundo de las cavernas. Esa función trascendente del arte se fue perdiendo, pero no todos fueron ajenos a esa función sobrenatural del arte. Arrancamos este viaje delante de El jardín de las Delicias, una obra que admite múltiples interpretaciones, es una de las más complejas que alberga este Museo. Frente a esta obra, en septiembre de 1598 murió Felipe II, esperando encontrar el camino para que su alma ingresara en el más allá. Felipe II se convirtió en un voraz coleccionista. La manera de leer este cuadro es que muestra el momento de la creación, cuando Dios presenta a Eva a Adán, y en el panel central tenemos la corrupción de la especie humana, la corrupción de la carne. Finalmente, el último panel sería como una advertencia: si esa corrupción llega a sus niveles máximos, llegaremos al infierno, a la destrucción. Pero Jerónimo Bosco pintó una secta, los adamitas -o los hermanos del espíritu libre- que perseguían la regeneración del ser humano. Su objetivo era volver a ingresar en el paraíso del que habíamos sido expulsados. Esa secta de adamitas oficiaba sus ritos completamente desnudos y en cavernas. Si las tesis que apuntan a Jerónimo Bosco era una adamita entonces la interpretación de este tríptico es justo a la inversa de lo que nos han explicado. El panel del infierno representaría el momento histórico en el que nos encontramos, de la máxima corrupción, de la ausencia de la naturaleza. El famoso hombre árbol está reseco, muerto. El panel central sería el esfuerzo que harían los adamitas por regenerar ese ser humano que está en fase de disolución. Y su objetivo sería integrarse en el paraíso, convertirse en los hombres perfectos. Es el único cuadro de El Bosco que no está firmado. Pero justo en la esquina inferior derecha del panel central, asomando de una cueva aparece el único hombre vestido de este panel central, lo hace señalando a una mujer, como si fuera la nueva Eva que se hubiera creado recientemente. Y lo hace con un gesto que es con el que será retratado años más tarde por un grabador muy famoso. El Jardín de las delicias era una obra de arte con una función espiritual y de meditación para los adamitas. Los adamitas espiritualizaron la erótica. Los Hermanos del Espíritu Libre, el culto por el cuerpo, atletas que no veían el sexo como una incitación a la lujuria».