Roma, moldeada por capas del pasado

Il Babuino, cabeza en mármol blanco de un patricio sobre el cuerpo de un Sileno decadente (Mihail Moldoveanu)

Hay lugares en el mundo –fascinantes– que dejan entrever una concentración vertiginosa de capas de épocas pasadas, en la que no hay ni jerarquía ni cronología. De las causas que generan tales compresiones, la necesidad inmediata es la más obvia. En Egipto por ejemplo, en menos de una década, necrópolis venerables se pueden transformar en barrios de viviendas, con sus escuelas, autobuses y funcionarios municipales.

La Roma de hoy es quizás la metrópolis en donde el fenómeno es más evidente: al llegar a unas dimensiones tremendas ya en el tiempo de la Antigüedad, decaer y luego volver a crecer muy lentamente, los romanos han vivido muchos siglos en unos trajes demasiado grandes. La ciudad ha vuelto a alcanzar el millón de habitantes que tenía en los tiempos de César solamente al empezar del siglo XX. El carácter inconfundible de Roma parece haber sido moldeado por un eterno proceso de readaptación, llevado a cabo con ingenuidad y un savoir-faire asombroso.

Pasado y presente en Campo Marzio (Mihail Moldoveanu)

Transformado en fortaleza en el Duecento –hacia 1250–, el mismo teatro constituyó luego la base para la construcción del palacio de la familia Savelli, que el arquitecto Baldassarre Peruzzi se ingenió implantar aquí en el Cinquecento. Otra poderosa familia sucedió a los Savelli: los Orsini. Desde entonces, la construcción –conocida hoy también como el Palazzo Orsini–sigue apareciendo de día esencialmente como ruina antigua, pero a la llegada del atardecer su carácter de morada señorial excéntrica se impone, con sus grandes ventanas iluminadas sobre las arcadas vacías.

Un buen ejemplo lo ofrece el antiguo Teatro di Marcello, ubicado cerca del río Tevere y de la colina del Campidoglio: sobreviviendo desde la Antigüedad, varias arcadas superpuestas, en travertino, completadas por otras modernas en una piedra más oscura –piperno– constituyen la base de un palacio circular que creció encima. El Teatro di Marcello, sus quince mil asientos y sus proporciones harmoniosas…: este anfiteatro fue una del las maravillas de la Roma Antigua, que inspiró la construcción del Colosseo.

El Pantheon de Agripa alberga desde el siglo VII d.C. la iglesia Santa Maria ad Martyres (Mihail Moldoveanu)

El célebre Pantheon de Agripa es también un gran ejercicio de adaptación. Con sus 43,3 m de diámetro, el Pantheon sigue teniendo la más grande cúpula del mundo, superior a la que realizó Miguel Ángel para San Pietro. El oculus –que aligera el peso de la estructura en su centro– proporciona unos cambios constantes de luz en esta rotonda, confiriéndole también una dimensión espiritual. Quedándose relativamente intacto casi veinte siglos, su ejemplo ha sido seguido en toda la cultura occidental.

El Pantheon se convirtió en el primer templo romano que se transformó en iglesia cristiana –Santa Maria ad Martyres– en 608 d.C., con el beneplácito del emperador Focas de Constantinopla. En el siglo XVIII un obelisco egipcio de mármol rosa –de los tiempos de Ramsés II, siglo XIII a.C., coronado por una cruz– apareció delante de la entrada. Por la misma época, el ático que soporta la cúpula recibió un importante tratamiento neoclásico en el interior, acorde con el gusto de aquel tiempo: el choque de estos dos vocabularios tan distintos se percibe de forma subliminal en la penumbra de la rotonda.

Via del Corso, que une la Piazza Venezia con la Piazza del Popolo (Mihail Moldoveanu)

Ciertos nombres de calles glorifican amalgamas insólitas engendradas con una particular ingenuidad, como el misterioso Babuino. La Via del Babuino une la Piazza di Spagna con la Piazza del Popolo. Es una calle importante en el dispositivo urbanístico de la Roma del Renacimiento. El nombre le viene de una escultura anónima que estaba ya instalada en su recorrido, al borde de una fuente: la cabeza en mármol blanco de un sabio patricio de la Roma Antigua se ve pegada al cuerpo de un Sileno decadente, esculpido en una piedra volcánica y ennegrecido por el tiempo, mucho más arcaico de aspecto. El sátiro y el filósofo están reunidos aquí bajo el aspecto de un solo personaje  –apodado con cariño Il Babuino–.

Es de suponer que en Roma la costumbre de adaptar e incluir vestigios del pasado en la vida cotidiana proporciona a los habitantes un anclaje afectivo subliminal, manteniendo varias capas del pasado siempre presentes. Un equivalente a lo que Gabriel García Márquez mencionaba en sus escritos: hablaba de pueblos enteros de Colombia que transportaron sus cementerios cuando tuvieron que migrar, intentando preservar una relación con su pasado. Los romanos no han tenido que llegar a tales extremos.

Pié di Marmo, fragmento de una estatua antigua, en un modesto callejón (Mihail Moldoveanu)

Basta con observar un poco las dos fuentes que custodian la entrada en la Piazza del Popolo: son dos bellos sarcófagos etruscos con grifos en la parte superior, donde la gente se apresura todo el día para calmar su sed. Por cierto, la plaza está presidida por un gran obelisco egipcio mucho más antiguo que los sarcófagos, el primero trasplantado a Roma por el emperador Augusto para decorar su propio templo.

O el gran pie de mármol, fragmento de una estatua antigua de dimensiones colosales que por muchos siglos tenía su propia calle, la Via del Pié’ di Marmo. Cuando el Pantheon –que estaba al lado– se convirtió en mausoleo nacional, a finales del siglo XIX, el pie fue trasladado a un callejón cerca, para dejar paso a los cortejos fúnebres. En su nueva y modesta morada, el pie participa aun más en la vida de los vecinos.

Detalle de la Iglesia de Sant’Angelo in Pescheria, sobre el antiguo Tempio di Giunone Regina (Mihail Moldoveanu)

Columnas venerables, sarcófagos, obeliscos egipcios –son muchos los vestigios de tiempos muy remotos que forman parte de la vida cotidiana de los romanos, en vez de estar en museos–. Sixtus V, el papa urbanista, distribuyó con generosidad obeliscos en toda Roma al final del Cinquecento, de acuerdo con unas ideas de urbanismo inspiradas por Rafaello: la ciudad concebida como una sucesión de episodios monumentales –grandi episodi monumentali– conectados por un sistema radial de calles. Cada monumento radia a través de las calles que conducen a él; el obelisco cumple perfectamente esta función. Como lo demuestran los de San Giovanni in Laterano, de Piazza del Popolo, de Piazza di Spagna….

En un cierto momento de la Antigüedad, los emperadores desarrollaron y difundieron una gran pasión por la religión egipcia: el culto de Isis sobre todo se convirtió en muy popular en Roma. Cuando esta boga llegó a extinguirse, muchos de los obeliscos diseminados en la ciudad se recogieron en un Iseo, el Iseum Campense; sepultado por muchos siglos, justamente se había descubierto en los tiempos de Sixtus V.

Un elefante que lleva en su espalda un bello obelisco egipcio; un proyecto de Bernini ejecutado por Ercole Ferrara en 1667 (Mihail Moldoveanu)

Alguna duda sobre la base teológica de esta práctica parece que el Papa tenía. Sobre el pedestal del obelisco que hizo instalar delante de la nueva Basílica di San Pietro, pidió a su arquitecto, Domenico Fontana, que pusiera bien a la vista una inscripción   –fugite parte adversae (huid partes adversas)–: así, un hermoso “objeto adverso”, coronado por una cruz, tiene que mantener los otros objetos y pensamientos adversos alejados de nosotros.

Justo al lado del Pantheon, ocupando el centro de una pequeña plaza, se encuentra una escultura extraña: un elefante que lleva en su espalda un bello obelisco egipcio. Es un proyecto de Bernini, ejecutado por Ercole Ferrara en 1667; el obelisco se había encontrado antes en el convento que bordea la plaza, Santa Maria sopra Minerva, construido sobre un antiguo templo de Minerva.

Detalle del Pantheon de Agripa (Mihail Moldoveanu)

El papa Alejandro III –que tenía veleidades literarias– proporcionó una explicación que se lee sobre la base de la escultura: el elefante es un símbolo de la solidez del espíritu necesaria para sostener la sabiduría divina venida del cielo. Metáfora en la que la sabiduría divina está representada por el obelisco de mármol rosa, seis metros de alto, coronado como es debido por una cruz y moldeado en el siglo VI a.C. para el faraón Apries.

Qué decir de un extraño frontón de templo romano que tiene fragmentos de columnas dispuestas horizontalmente, en vez de las esculturas o los ­bajorrelieves habituales; parecen encastradas allí desde siempre. La ubicación es la del antiguo Tempio de Giunone Regina, cerca del Teatro di Marcello; resulta que –después de tremen­dos terremotos e incendios– no había dinero para rehacer la decoración escultórica del templo. Es así que apareció este extravagante collage en el tímpano, voluntad del emperador Septimio Severo: allí arriba se han colocado los frag­mentos de columnas que estaban en el suelo. Además, todo el templo pasó luego, hacia 770, a dar cobijo a una de las primeras iglesias cristianas, Sant’An­gelo in Pescheria, que sigue funcionando y sigue teniendo en la entrada el tímpano imaginado por Septimio Severo.

Columna en Campo Marzio, céntrico barrio romano (Mihail Moldoveanu)

Estas acumulaciones –desordenadas, así como se presentan– hacen pensar en algunas observaciones del poeta Joseph Brodsky: “Más que todo, la memoria parece una biblioteca en desorden alfabético”. Nuestro conocimiento sobre el pasado está a menudo en una situación similar: una suma de detalles que no permite una cronología rigurosa o una imagen general. Solamente la imaginación logra completar la visión que podemos hacernos de ciertos lugares y tiempos remotos, a partir de los vestigios que se dejan ver. En Roma, estos vestigios de la Antigüedad –aislados o agrupados en conjuntos, incrustados en todas las épocas– tienen una presencia abrumadora.

MOLDOVEANU, Mihail (texto y fotos): Roma, moldeada por capas del pasado, La Vanguardia, 17 de agosto de 2024