MNAC: luces y sombras de la colección de Arte Moderno

En estos días de ocio invernal darse un paseo por las salas del Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) es una oportunidad para sumergirse en la colección de Arte Moderno que ha sido recientemente remodelada. Conviene ir con tiempo y sin prisas para contemplar las 1.350 obras de 260 artistas allí expuestas. Remodelar la colección permanente para darle un nuevo enfoque y ofrecer una lectura diferente constituye la tarea esencial de un museo, cuya misión es difundir de la mejor manera posible su patrimonio.
Vista de la sala dedicada a los modernistas en París, en el Museu Nacional d'Art de Catalunya.
Vista de la sala dedicada a los modernistas en París, en el Museu Nacional d'Art de Catalunya
Desde la reapertura del MNAC el año 2004, la presentación de la colección del siglo XIX y primer tercio del XX prácticamente no había sido modificada. Se trata de un periodo particularmente brillante, protagonizado por grandes figuras del arte catalán. Sin embargo los directores que han estado al frente de este museo le han prestado escasa atención. Apenas se han preocupado por explorar los importantes fondos de dibujos, grabados y carteles conservados en el almacén del MNAC para darlos a conocer en exposiciones temporales, como corresponde al buen funcionamiento de un museo.Tan sólo recordamos una muestra dedicada a Apel·les Mestres y otra a los dibujos de Santiago Rusiñol y poco más.

Ahora parece que se ha querido recuperar el tiempo perdido, ya que según informa el museo «casi un 60% de las obras expuestas sale a la luz por primera vez». Sin lugar a dudas resulta interesante rescatar las obras de artistas menos conocidos para confrontarlas con piezas de creadores de primera fila, siempre y cuando se trate de trabajos significativos y correctamente contextualizados en el recorrido de la muestra. El problema es que en esta remodelación se exponen junto a las grandes obras de la colección demasiadas pinturas de segundo orden, lo que acaba creando una visión confusa en la que el impacto de lo más valioso de esta selección queda a menudo diluido por la excesiva densidad del montaje.

Realizada por Pepe Serra, director del MNAC, y Juan José Lahuerta, jefe de las colecciones del museo, esta presentación ofrece, en palabras de sus responsables, «un nuevo relato crítico y complejo que evita la mera sucesión de nombres, a la par que incluye todas las disciplinas del periodo». Más concretamente la pintura, la escultura, el dibujo, la fotografía, el cine, el cartelismo, la ilustración, la arquitectura y las artes decorativas. Vista en su conjunto, la exposición presenta la creación artística desde mediados del siglo XIX hasta llegar a los años cuarenta, es decir desde Fortuny a Dau al Set. Sin embargo, el recorrido no sigue una cronología estricta y se articula en cuatro ámbitos temáticos: La ascensión del artista moderno, Modernismo(s), Noucentisme(s) y Arte y Guerra Civil.

Este planteamiento es sin duda una propuesta razonable para intentar explicar la evolución del arte en Cataluña durante este periodo. Lo que no parece tan razonable es la multiplicidad de subdivisiones temáticas en el interior de dichos ámbitos, porque acaba creando algunas reiteraciones y configurando una visión muy fragmentada de la colección. En la primera parte se evoca la relación del artista y su taller a través de cinco secciones que bien podrían simplificarse, evitando además que se cuelen algunas obras que no siempre hacen justicia a determinados autores. Por poner un ejemplo el desnudo monumental de Ramón Martí Alsina de 1920-30 es de una calidad pictórica muy inferior al cuadro La siesta (1884) del mismo artista, uno de los grandes representantes del realismo en Cataluña.

Otra característica de esta remodelación es la insistente superposición de cuadros, unos sobre otros, a la manera de las antiguas pinacotecas. Si en algunos casos resulta interesante recrear una atmósfera decimonónica para contextualizar los cuadros más pequeños del siglo XIX, o incluso para presentar las magníficas secuencias de carteles del Modernismo o los del periodo de la Guerra Civil, aplicar este tipo de montaje de forma sistemática al conjunto de la colección, crea no sólo confusión sino que llega a producir efectos perversos. En la sala de los retratos burgueses sobran algunos cuadros, que distorsionan la contemplación de los impactantes retratos de Monserrat Carbó por Ramón Casas, de María Llimona por Joaquim Sunyer, el de la escritora francesa Colette por Jacques Émile Blanche y el de Thor Lütken de Edvard Munch.

Con demasiada frecuencia se han seguido aquí criterios museográficos un tanto discutibles. En la sala dedicada a «la Bohemia y al miserabilismo», ¿cómo pueden presentarse los seis magníficos cuadros de gitanas de Isidre Nonell apiñados unos encima de otros y además colocar justo delante de estas telas tres peanas con esculturas que impiden tener una visión de conjunto? Y por si fuera poco ¿por qué se han colgado en esta misma sala y en la pared contigua el cuadro de Ignacio Zuloaga y el de José Gutiérrez Solana, dos obras, que, aunque comparten temática con las de Nonell, tienen una factura muy diferente y excesivamente densa para ser expuestas en un espacio tan reducido? ¿No hubiera sido mejor presentar allí únicamente los exquisitos dibujos de Nonell y de Casagemas?

Otro tanto ocurre con una de las obras más emblemáticas y de mayor dimensión del MNAC, La Batalla de Tetuán de Mariano Fortuny. Cuando el visitante entra en esta sala, la perspectiva del cuadro se ve mermada por una larga vitrina situada justo enfrente del inmenso lienzo. Pero es que además, si gira su mirada hacia la izquierda se topa con dos enormes cuadros de Anglada Camarassa, expuestos en la sala siguiente, dedicada a la influencia del japonismo con los grabados de Hokusai, que no tienen nada que ver con la pintura de historia de Fortuny.

Resulta fundamental que haya una continuidad entre una sala y otra y que se establezcan sutiles relaciones entre las obras, de manera que el hilo conductor y su significado profundo resulte inteligible al espectador. Algo que aparentemente debería ser fácil en la presentación de la pintura de paisaje que tanta importancia tuvo en el siglo XIX, con la introducción del impresionismo francés. En este ámbito se repite también la acumulación excesiva de obras que impide apreciar la verdadera aportación de pintores como Santiago Rusiñol y Ramón Casas especialmente durante su etapa parisina. Obras maestras como Plein Air e Interior del Moulin de la Galette de Casas o En Campaña de Rusiñol quedan absolutamente ahogadas por un montaje demasiado denso.

Experimentamos la misma sensación de agobio en el capítulo dedicado a las vanguardias con obras muy desiguales entre sí. Lamise en scène de esta sala, que debería ser otro hito de la colección, no potencia lo suficiente la modernidad de las obras de Julio González y de Pablo Gargallo; falta la escultura de Picasso realizada en 1913 por Manolo Hugué, que curiosamente se expone al inicio del recorrido; las dos pinturas de Josep de Togores no corresponden a su etapa cubista, es decir, la más vanguardista; y el mejor cuadro de Joaquín Torres García Uruguay del año 1939 ha quedado totalmente arrinconado.

Las salas más logradas son las monográficas: como las dedicadas a los carteles firmados por maestros como Toulouse-Lautrec, Steinlen, Ramón Casas, Mucha y Cappiello, entre otros; el ámbito de las artes decorativas y la casa modernista y el de las Galerías Laietanas con las pinturas murales del extraordinario Xavier Nogués. A lo largo del recorrido se insiste con frecuencia en la irrupción de los medios de comunicación de masas. En este apartado además de los carteles, de las fotografías y de la proyección de una película de Georges Méliès, esperábamos una atención muy especial al dibujo de humor y a la ilustración, dos géneros que en Cataluña constituyeron un capítulo esencial de la prensa de finales del siglo XIX y de principios del XX. Tan sólo descubrimos algunos dibujos dispersos de Ismael Smith, Xavier Gosé, Ricardo Opisso, Feliu Elías Apa y un par de chistes gráficos de Juan Gris. En el último ámbito destacan la sala de los carteles de la Guerra Civil firmados por Josep Renau, Arturo Ballester, Carlos Fontserré y Helios Gómez, las fotografías de Agustí Centelles, tan conocidas ya por el público, y las impactantes litografías del dibujante Ramón Puyol. En esta presentación, algunas de las piezas rescatadas de la reserva, tienen un valor meramente testimonial. Hay que recordar que la colección permanente no es una muestra documental, sino una exposición de ARTE y como tal, debería prevalecer por encima de todo la excelencia de las obras.

Marie Claire Uberquoi: MNAC: luces y sombras de la colección de Arte Moderno, EL MUNDO, 14 de enero de 2015