Viaje al hotel de los artistas

Sofía Ortiz (México DF, 1988) guardó sus pertenencias y los dibujos de zoología que constituyen la base de su trabajo en dos maletas. A finales de octubre abandonó a su novio, su familia y su departamento en México DF. Ya había realizado másteres en Londres y en Colombia, pero esta vez tocaba empezar una nueva vida en ­Shanghái como alumna becada del Arte Peace Hotel de Swatch, una residencia para artistas donde pasará seis meses desarrollando su obra junto a otros 17. Como el resto de los residentes, Sofía Ortiz canalizó su solicitud de admisión a través de Internet y fue seleccionada por un comité del que, además de ejecutivos de diversas empresas, forman parte George Clooney y François Henry Pinault. Su primera impresión nada más aterrizar en China fue que acababa de dejar una jungla para sumergirse en otra. Desde la ventanilla del taxi contempló un “atasco de grúas” como no había encontrado antes en ninguna otra urbe. ­“Shanghái me pareció una ciudad donde el violeta eléctrico y el blanco se combinan como metáfora de una ciudad donde no hay límites, ni en la construcción desaforada ni en el control del medio ambiente”, cuenta en su habitación de la capital económica de China.
Uno de los artistas del Art Peace Hotel, en una exhibición callejera. / JONATHAN FONG
Uno de los artistas del Art Peace Hotel, en una exhibición callejera. / JONATHAN FONG
Ya el primer día, tras un desayuno con los otros artistas, salió a pasear y en una de esas tiendas que pueblan la ciudad, donde lo mismo se encuentra un tornillo para una lavadora que una pieza para una bicicleta, se compró un microscopio con el que arrancar su obra asiática. Investiga con bayas, un grillo y una cochinilla que capturó en el muelle de esta megalópolis de 24 millones de habitantes. Sofía nunca diseña los cuadros a priori, eso sería como enfrentarse a la página en blanco. Se va autogenerando. Empieza por dibujos, como peces, esponjas, lagartijas y reptiles realizados a lápiz que cuelgan de las paredes, y de ahí se derivan después sus acuarelas. Sofía luce minifalda, botas de media caña y algo de rímel en las pestañas. Esta mañana de noviembre se celebra una jornada de puertas abiertas en la residencia.

Los actos relevantes en China suelen comenzar cortando la tradicional cinta. Un rito del que no prescindió la inauguración de la muestra Faces & Traces en la que se exhibe parte de la colección del centro y a la que El País Semanal acude como invitado de la firma. Las obras de 139 artistas de 34 países y de 18 disciplinas se exponen hasta finales de enero. Por norma, cada creador debe dejar “un rastro” de su trabajo en la residencia. En la muestra manda la pintura, seguida de esculturas, dibujos, fotografías, vídeos, piezas musicales, textos manuscritos, performances, baile y hasta teatro. Se trata, en muchos casos, de piezas decorativas y rompedoras, pero sin activismos marcados. La muestra se exhibe en una de las plantas del edificio, construido a principios del siglo pasado como un hotel y situado en Nanjins Road, una de la arterías que vertebra la vida de la capital, junto al imponente skyline del distrito de negocios que exhibe la pujanza China. El edificio permaneció abandonado durante los años de la revolución maoísta, aunque se salvó de la destrucción que acompañó todo lo que se consideraba burgués. Fue descubierto durante un paseo por la ciudad por el presidente del grupo Swatch, Nick Hayek: “El edificio me habló”, asegura. En aquellas paredes había espacio suficiente para crear un centro dedicado al arte contemporáneo en el que desarrollar ideas, el sitio perfecto para ejecutar el proyecto que llevaba tiempo madurando, basado en la idea de sacar el arte a la calle para acercarlo a la gente. Fue reconstruido manteniendo la estructura inicial. Combina las vidrieras originales de las ventanas y el ladrillo visto de las paredes con una decoración funcional a base de madera en la que quedan al descubierto vigas y tuberías.

Del hueco de la escalera que da acceso al edificio cuelgan ahora letras chinas que transmiten prosperidad, paz, felicidad y fortuna. Una combinación de todo lo que buscaba Chiara Luzzana (Roma, 1980), compositora de música urbana, cuando llegó hace seis meses al centro. Lleva una de las sienes rapadas, se adorna con muchos tatuajes y presume de ser capaz de escuchar el sonido de una lágrima. Tras seis meses en la residencia, se despide del centro con un vídeo sobre la ciudad y una banda sonora que ameniza la fiesta de inauguración de la muestra. Su jornada laboral arrancaba con las primeras luces del día, cuando se lanzaba a la calle cargada con auricu­lares, micrófono y grabadora. “Mucha gente me mira como si fuera un alienígena, pero estoy acostumbrada”, cuenta. En ocasiones pasa horas sentada junto a un río o bajo un frondoso árbol, pero aguanta estoica rastreando el sonido de los objetos. Con el material recogido vuelve al estudio y comienza otro proceso. “Ningún sonido se escucha igual que como ha sido antes. Cada día pongo un nuevo ladrillo en la construcción de mi obra”, añade. Compagina la composición con el vídeo y a veces recurre a la imagen para explicar mejor los sonidos. Los primeros días de estancia apenas podía conciliar el sueño, se despertaba sobresaltada. Como artista, quería distanciarse de su trabajo anterior en Italia y empezar otra etapa. Posee estudios de música, toca el piano y el violín, y cuando lo necesita crea sus propios instrumentos. Sus composiciones suenan a electrónico avanzado. Necesita el silencio tanto como el ruido. Ahora que ha concluido este proyecto, que nació “con fecha de caducidad”, se siente feliz, aunque reconoce que se marcha de la capital china sin encontrar la paz que buscaba.

La inauguración de Faces & Traces incluye muestras callejeras donde los artistas realizan su trabajo a la vista del público en el Bund, nombre del barrio colonial y del paseo a lo largo del río Pudong. Una escultura del camarada Mao preside el malecón, pero los miles de asiáticos que, teléfono móvil en mano, pasean por la zona apenas reparan en su presencia. Para ilustrar los millones de selfies buscan como fondo la torre de comunicación de la ciudad, con sus neones de colores y los cargueros navegando casi al alcance de la mano del turista. Desde su origen, la compañía relojera suiza ha estado vinculada al mundo del arte: “El lienzo más pequeño se lleva en la muñeca”, suele decir su presidente. Su tarea como mecenas artístico y su filosofía de convertir el lujo en el arte de la vida se compaginan con la apertura de tiendas (en el último año se han inaugurado más de un centenar) en uno de los mercados más pujantes de Asia. Los principales consumidores de lujo son los países emergentes; muchos de los flamantes millonarios chinos no conocieron la Revolución Cultural, pero la nueva cultura asiática no se entiende sin consumo.

Ahora, las firmas del sector copan los principales escaparates y en la calle, atestada de gente casi a cualquier hora, vendedores asaltan al visitante con muestrarios, falsos pero muy bien conseguidos, de los últimos diseños de bolsos Vuitton. Bajo el capitalismo tutelado actual emergen también nuevas galerías donde los artistas más innovadores muestran sus obras para un mercado controlado por los coleccionistas. La recuperación del pasado artístico, antaño prohibido por el régimen comunista, surge también tímidamente en un palacete casi abandonado, con goteras y sin apenas luz, en el que se exhiben delicadas piezas de bronce que representan escenas cotidianas y que durante años permanecieron ocultas para evitar su destrucción

La filosofía del Art Peace Hotel no persigue descubrir nuevos valores, sino facilitar el trabajo de los creadores. Algunos de los artistas disponen de agentes o galerías en las que han empezado a exponer su obra, pero otros apenas comienzan su andadura. Alojados de tres a seis meses conviven 18 artistas de diferentes disciplinas procedentes de todo el mundo, incluida China, durante cada etapa. La convivencia facilita el intercambio de ideas y, en ocasiones, el amor. Además de ligues puntuales y con frecuencia multiculturales, se cuenta el caso de dos artistas europeos, como Victoria Knights y Josep Sobel, que emprendieron una vida en común al abandonar China y cuya obra se expone ahora en la muestra de manera conjunta. Entre los becados no todo es armonía. Las diferencias surgen en el modo de enfocar el trabajo. Están los partidarios de aprovechar la experiencia sacando todo el partido posible a la beca, pero también los que optan por centrarse a tope en la vida nocturna. Cuestión de gustos. Cada mañana, los artistas desayunan juntos en el comedor, compran su propia comida y disponen del resto de la jornada para trabajar sobre sus proyectos, vinculados por norma a la ciudad de Shanghái. En la pizarra del comedor alguien ha escrito “me siento muy solo”. La huella de los creadores se percibe a cada paso, como la seda pintada a mano que tapiza la pared de una habitación; las flores de croché de colores, protegidas en vitrinas de cristal que parecen crecer al lado de la ventana, obra del australianoThomas C. Chung, y el laberinto que el artista de 80 años Ted Scapadibujó en 2011 cuando se inauguró el centro.
Paolo Cavinato ha exhibido en medio mundo. Optó a la beca artística porque necesitaba alejarse de Italia y concentrarse en su trabajo. / JONATHAN FONG
Paolo Cavinato ha exhibido en medio mundo. Optó a la beca artística porque necesitaba alejarse de Italia y concentrarse en su trabajo. / JONATHAN FONG
Además de las luminosas habitaciones, los residentes disponen de talleres si lo precisan. Fue el caso de Paolo Cavinato (Mantua, 1975), que esta mañana mira nervioso a los visitantes que admiran su obra, una escultura de dimensiones considerables marcada por la proporción y la simetría. La madera para inmortalizar su creación, una especie de habitación construida a base de ventanas que van disminuyendo a medida que se avanza hacia el interior y que ha esculpido con un cúter, la adquirió en las calles de Shanghái. El reciclaje forma parte de una obra que simboliza su visión de una ciudad llena de barreras y en la que a primera vista todo parece muy moderno y sin embargo, al adentrarse en ella, descubre graves problemas de comunicación. Llegó hace seis meses, al poco de enterrar a su madre y con un estado anímico muy marcado por la tristeza. Huía también de la “deprimente” situación política de Italia. “Me he refugiado en este espacio íntimo del exterior de la ciudad, aunque en mis emociones han influido muchos elementos de la arquitectura y el diseño que he ido encontrando a medida que avanzaban los días”. Para trabajar prefiere la música de Radiohead, pero en Shanghái ha descubierto el guquin, un instrumento de 12 cuerdas que se usa para la meditación y que ha incorporado a su obra.

Licenciado en arquitectura, Cavinato empezó a trabajar a los 11 años en la factoría que posee su padre en Mantua, ciudad a la que regresa ahora cargado de inspiración y con la mente más abierta. Su vida volverá a transcurrir entre Italia y Copenhague, donde vive su novia, también artista. Se define como especialista en el espacio y en la perspectiva: “Me gusta trabajar lo abstracto, que es la frontera entre el espacio finito y el infinito”. Su currículo expositivo abarca las ciudades más importantes del mundo del arte. Cavinato ha encontrado un galerista chino y el año próximo regresará con nuevas piezas a la capital. No cree que resulte fácil el regreso a Italia: “Siento que he estado seis meses en una sala de espera y que ahora vuelvo a la realidad”.

Yi Ling (Singapur, 1983) encontró en los muros del viejo Shanghái los mismos números y grafía que su abuelo pintaba por las paredes tras abandonar China. / JONATHAN FONG
Yi Ling (Singapur, 1983) encontró en los muros
del viejo Shanghái los mismos números y grafía
que su abuelo pintaba por las paredes tras
abandonar China. / JONATHAN FONG
Tímido e introvertido, Cavinato ha construido su mundo en la residencia en torno a la colonia italiana. Sus recetas de pasta han hecho las delicias de Yi Ling Juliana Ong (Singapur, 1983), una dibujante de origen chino que se alojaba en la misma planta. “Con ellos he encontrado a mi familia italiana”, señala Yi Ling. Su estancia en la residencia ha trastocado su vida. Considera insuficiente el tiempo transcurrido en el centro y ha pedido una moratoria de 10 semanas porque, dice, no ha podido concluir su trabajo. Mantiene abiertos tres proyectos y los tres están representados en las paredes de su cuarto: el primero, sobre los grafitis que ha encontrado en lugares perdidos de la ciudad y que representan nombres y cálculos matemáticos. El descubrimiento de esas notas ha funcionado como el nexo de unión con sus antepasados chinos. Cuando su abuelo materno se trasladó a Singapur, donde su familia poseía un negocio, tenía por costumbre pintar en las paredes esas mismas notas que ahora ha fotografiado en las afueras de Shanghái, donde todavía quedan algunas casas bajas y gente que vive del campo. El segundo de sus proyectos y por el que fue seleccionada como artista se basa en las caras del arte chino que ya ha dibujado en jarras, caballos y figuras cotidianas; y el tercero, sus dibujos abstractos, una especie de laberintos que realiza de forma instintiva con lápiz o rotulador en papel antes de plasmarlos sobre tela.

Yi Ling, como los más de doscientos artistas que han pasado a lo largo de tres años por este centro de creación, seguramente han enriquecido su visión artística y contribuido a acercar el arte a la calle.

Amelia Castilla: Viaje al hotel de los artistas, EL PAÍS SEMANAL, 8 de enero de 2015