Arturo Berned: «Detrás de la belleza, hay siempre un número»
¿Creatividad y matemáticas? Parece imposible, pero la respuesta es Arturo Berned. Este artista materializa la belleza formal y también la espiritual. Se considera una persona racional, pero hay pasión en su labor. Como escuchar Hoppípolla, de Sigur Rós. Comienza suave, va in crescendo, hasta que algo explota y no puedes dejar de escucharla, como una cadencia. Es una obra que se instala en tu cabeza sin permiso; que, en algún momento, reniega de sus ángulos rectos para curvarse y atraparte. Sus obras se encuentran en colecciones privadas como las de Fierro o Satrústegui, y en fundaciones como Loewe. Ahora, y hasta el 30 de septiembre, se puede disfrutar de su trabajo más reciente en el edificio Leitner, en Madrid.
Construirse a sí mismo
Fue arquitecto durante 17 años, hasta 1989, año en que una burbuja –y no la inmobiliaria– explotó dentro de él y le hizo darse cuenta de que quería convertir la escultura en su amante exclusiva. «Con la escultura, a diferencia de con la arquitectura, consigues ver el efecto inmediato de tus decisiones», afirma Berned. Sus influencias como artista provienen de corrientes como el neoplasticismo holandés o el constructivismo ruso, que niegan el arte como copia de la naturaleza. Es decir, se caracterizan por eliminar los elementos reales y representar modelos, sensaciones. Algunas de las esculturas de Berned emulan bailarinas o soldados, otras son puro juego plástico con la intención de provocar impresiones placenteras en el espectador. ¿Cómo? Basándose en la proporción áurea (también conocida como número de oro, o número fi, nombre que da título a su actual exposición en Madrid). Se trata de una relación entre segmentos de rectas. Y es que, según Berned, la belleza se basa en esto: «Si algo no se acerca a la proporción, no es bello». Evidentemente, habla de la belleza formal, la objetiva. «La música, las pirámides o el caparazón de un caracol. Todo se basa en la proporción», añade. Luego está la belleza interior de la que hablan películas tan básicas como La Bella y la Bestia, de Walt Disney, o tan complejas y maravillosas como El hombre elefante, de David Lynch. Pero se trata de una belleza subjetiva.
Y no es todo. El crítico de arte y ex director del Reina Sofía, Juan Manuel Bonet (París, 1953), ha alabado el trabajo de Berned, del que ha dicho que «su estética contiene una mística de la belleza a la manera de Leonardo, Miguel Ángel u otros maestros». Y añade que el escultor ha conseguido sortear «el relativo desdén español hacia la geometría, liderando la lucha contra la alergia española hacia lo constructivo».
Racionalidad y pasión
Las obras de Arturo Berned han sufrido, sin duda, una evolución. Comenzó incorporando la peana a la pieza, hasta que se dio cuenta de que no le interesaba la base, sino la cabeza, la pieza en sí. «Quise profundizar en la actividad de escultor. Quitarle importancia a lo que no la tiene, y dársela a lo que sí», afirma el artista. De ahí surge la serie Cabezas, que no necesita soporte alguno.
En definitiva, se podría decir que Arturo Berned muestra una obra aparentemente racional, en la que solo hay cabida para la belleza formal, matemática, numérica. Sin embargo, su obra va mucho más allá. Hay literatura, amor, amistad, familia, historias. Porque, como Berned afirma, «el arte es el traje de la sociedad».