"Las señoritas de Aviñón' cumple 100 años

Cuando al nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, se le preguntó en la reciente campaña electoral por sus preferencias artísticas, respondió que para él 'Les Demoiselles d'Avignon' de Pablo Picasso era la obra de arte más francesa del siglo XX. Claro que el cuadro, que el pintor español terminó en su estudio parisino de Montmartre hace exactamente 100 años, en el verano de 1907, y que ahora se exhibe en un lugar destacado en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, pertenece a toda la humanidad. Con este motivo se ha organizado una exposición lberga en homenaje a las "Demoiselles" (señoritas) con una docena de estudios preliminares que permanecerá abierta hasta el 27 de agosto de 2007.

"Horrible", "chocante", "monstruosa". fueron algunas de las reacciones de horror que no faltaron cuando Pablo Picasso presentó esta pintura. "Mi primer cuadro exorcista", describió Picasso más adelante su obra, que no sólo abrió las puertas para el cubismo sino también para todo el arte por venir, desde el expresionismo y el 'Cuadrado negro' de Malevich hasta el arte conceptual de hoy en día. La representación de cinco prostitutas, dos de ellas con el rostro cubierto de máscaras africanas, ya no genera escándalo, pero sigue siendo una impresión visual, "incluso después de un siglo de arte donde la única ambición fue sobrepasar la obra de Picasso", escribe el crítico del New York Times, Michael Kimmelman.

En un acto creativo superior, Picasso dinamitó con su obra maestra casi todo lo que distinguía al arte occidental hasta entonces y le entregó así su expresión artística al mundo, que vivía un espectacular cambio tecnológico, científico-cultural, político y económico. En la escena de burdel, que recibió su título una década después de una calle de Barcelona en la que había prostíbulos (Avinyó), Picasso renunció a la imitación del mundo objetivo, habitual durante décadas, que él mismo ejercitaba hasta poco antes con sus motivos circenses en el "periodo rosa". Rompió con las leyes de la perspectiva, expulsó la "belleza" del arte e hizo una clara referencia a la sutil rusticidad de las máscaras africanas e ibéricas antiguas, que había visto en los museos de la capital francesa. Las cinco mujeres desnudas, cubiertas sofisticadamente con paños, se convierten en superficies geométricas fragmentadas. Ninguna luz modela los cuerpos desprovistos de toda individualidad e incluso todo el espacio del cuadro parece también unido en una sola superficie. El experto en Picasso Werner Spies considera que la obra es una "barricada" ante el anticuado academicismo. Ocultos permanecen, sin embargo, también en este punto de giro de la historia del arte rastros de la tradición en la que el joven Picasso se basa conscientemente: ya sean los desnudos de Ingres, los bañistas de Cézanne o la liberación del color en la tradición de Van Gogh o Gauguin.

Sin embargo, en aquella época Picasso no recibió recompensa alguna, y debió confrontarse a la incomprensión y el rechazo, incluido de parte de sus colegas y amigos. "Sus cuadros son una ofensa a la naturaleza, a las tradiciones, a la decencia. Son abominables", se leía en 1910 en la revista neoyorquina "The Architectural Record". Intensa fue la reacción de los pocos amigos a los que Picasso mostró el cuadro, largamente oculto entre paños en su taller y cuya forma casi cuadrada de aproximadamente 2,40 metros de largo ya era extraña. Georges Braque opinó que alguien había bebido petróleo para escupir fuego. André Derain estaba seguro de que pronto se encontraría al español colgado junto a su cuadro. Las "Demoiselles" permanecieron durante años lejos del ojo público, algo que se sumó al misticismo generado por ese rechazo general. Finalmente, el escritor surrealista André Breton convence en 1924 al coleccionista francés Jacquet Doucet de invertir en una obra que según él "trasciende la pintura, y es un teatro de todo lo que pasó en estos últimos 50 años". Por ella se pagó entonces 30.000 francos. El MoMA la adquirió en 1939. Más adelante, distintas obras enriquecieron las colecciones del museo, uno de los mejores dotados. Pero "no puedo encontrar otra que genere la misma atención", dijo Swinbourne. "Siempre enigmática, difícil de leer, misteriosa, es la llave de su magia".

Testigos del largo recorrido del artista español, los dibujos preparatorios, de los cuales existen unos 700, cuentan su intenso trabajo durante seis meses en su atelier parisino de Bateau-Lavoir. Simples croquis en lápiz o telas completas, la docena de piezas mostradas por el MoMA, provenientes principalmente del Museo Picasso de París, muestran la amplitud del emprendimiento, que estuvo lejos de aquella reputación de obra "espontánea": cada personaje fue varias veces dibujado, individualmente y en el conjunto, intentos con siete personajes (entre ellos un marino y un estudiante), luego seis, luego cinco, la influencia del arte africano o la escultura ibérica antigua (rostros asimétricos, párpados pesados, orejas sobredimensionadas). Estos detalles demostraron que Picasso de ninguna manera estaba trabajando en un éxtasis creativo ciego. Para ello están demasiado equilibrados los pálidos tonos de la piel desnuda y acertadamente calculadas las claras simetrías y asimetrías del lienzo, que convierten al observador en un voyeurista visitante de un burdel. "Vemos todos los caminos que eligió no tomar, no sabía adónde lo llevaría este viaje", señaló Anna Swinbourne, conservadora del MoMA. "Abrió la ruta al cubismo, a la presencia de más de dos dimensiones, a una multitud de estilos en una tela. Abrió posibilidades para casi todo".

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