Pesadilla infantil de Bruno Schulz
Todos los vecinos de Drohobycz (hoy Ucrania) la conocían como Villa Landau. Era la vivienda de Félix Landau, un sargento mayor de las SS que residía allí junto a su amante y sus dos hijos, naturales de Viena. En esa casa, detrás de unas estanterías y de latas de comida, reposaron durante décadas varios frescos cargados de simbolismo y de misivas ocultas. Son obra de Bruno Schulz, escritor y pintor polaco judío (1892-1942) que trabajaba meses antes de su muerte para Landau con la esperanza de poder evadir la macabra suerte que corrieron centenares de judíos del pueblo. Esas pinturas y algunos dibujos del artista, en los que resulta imposible no percibir el influjo de Francisco de Goya, se exponen ahora en Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén.
La princesa (izquierda) fresco pintado entre 1941 y 1942 por Bruno Schulz
Schulz pereció cuando Karl Günther -un oficial nazi rival de Landau- le descerrajó un tiro en la cabeza. Schulz era un protegido de Landau, pero éste, que en 1941 caminaba por las calles del pueblo pistola y látigo en mano sembrando el terror, mató a un dentista amparado por Günther. Y Günther replicó a su contrincante: "Tú matas a mi judío, yo mato al tuyo".
Se quebraba así la trayectoria artística de un hombre enfermizo desde la niñez, procedente de una familia judía asimilada a la cultura europea dominante en su entorno; un tipo que idolatraba a las mujeres, como atestiguan sus pinturas y la correspondencia que mantuvo con varias de ellas y que recopiló en dos libros publicados en 1934.
Yehudit Shendar, comisaria de la exposición, conoce al dedillo la historia de Schulz, nacido en Drohobycz, un pueblo de la región de Galitzia ubicado en el Imperio Austro-Húngaro y convertido tras la I Guerra Mundial en territorio polaco, ocupado por el régimen nazi, y hoy en día bajo soberanía de Ucrania. "En sus escritos, Schulz", explica Shendar, "fragmentaba la realidad en diferentes visiones, algo parecido al cubismo".
Los restos de los frescos, ejecutados sobre tres paredes de la vivienda de Drohobycz por orden de Landau, revelan el personal estilo de Schulz: una mezcla de sus atormentadas vivencias personales con los cuentos de hadas. Pero, claro está, nunca falta el mensaje. El primer fresco muestra la figura de un jinete a lomos de un caballo. A su vera, una mujer, aparentemente Cenicienta, y al fondo los restos de un bosque. Un vecino superviviente del pueblo ucranio aseguró que la mujer era Gertrud, amante del sargento mayor nazi. El hombre, el propio Landau, gran amante de la equitación. Y los árboles simbolizan el cercano bosque de Bronica, tumba de miles de judíos en los aciagos días de las matanzas de 1941 y 1942. "La realidad no es lo que parece a quien la contempla, ni siquiera en los cuentos de hadas. Landau no comprendía lo que Bruno pintaba", explica Shendar.
Los rostros de Blancanieves, con falda corta y seductora, y de uno de los enanos -"los enanos la adoraban, otra vez la metáfora de la idolatría del género femenino", apunta la curadora- que figuran en la segunda de las pinturas corresponden a la criada de la familia Schulz y al padre de Bruno.
En el tercero de los frescos, que tampoco ha resistido íntegramente el paso del tiempo, un hombre -el propio Schulz- con cabeza erguida tira de las riendas de un carro que traslada a varias mujeres. A diferencia del resto de sus cuadros, el varón no aparece en posturas contorsionadas, con gestos de horror en el semblante. "El hombre lleva casco, como si fuera a su último combate, que es la huida de Drohobycz", comenta Shendar ante la pintura.
Es una constante en la obra literaria y pictórica de Bruno Schulz: su veneración por las mujeres. Se aprecia, por ejemplo, en ese dibujo anterior a la II Guerra Mundial, que inmediatamente trae a la memoria la Maja de Goya. En esta obra, el hombre aparece bajo los pies de la maja. "El hombre es el sirviente, las mujeres aparecen coronadas. Esto es muy provocador para los años veinte del siglo pasado", sonríe Shendar.
La exposición será duradera. Muy duradera. La polémica rodeó la llegada de las obras del pintor polaco a Israel. En 2001, un documentalista alemán descubrió los frescos. Expertos polacos se hicieron cargo de la restauración y en mayo de ese año representantes de Yad Vashem examinaron el mural. Las obras de Schulz acabaron en el Museo del Holocausto. Mientras esta institución asegura que las adquirieron legalmente, las autoridades ucranias afirmaron que habían salido de contrabando, sin licencia de exportación.
La furia se desató en Polonia y Ucrania. Y finalmente, Kiev y Yad Vashem forjaron un pacto. "Los cuadros pertenecen al Gobierno ucranio pero hemos firmado un acuerdo para que permanezcan aquí durante 20 años", zanja Shendar. "Por lo menos", agrega la responsable de las relaciones con los medios de comunicación extranjeros, Estee Yaari.
Juan Manuel Muñoz, Jerusalén: Pesadilla infantil de Bruno Schulz, El País, 20 de marzo de 2009