'Berruguetes' y 'dalís' en el sótano

Colocadas en estanterías, decenas de esculturas, algunas de los Leoni, artistas italianos que trabajaron para Carlos V, reproducciones romanas y piezas del siglo XIX, se guardan en sótanos impecables, bajo el edificio Moneo del Museo del Prado. En sus almacenes subterráneos, el Museo Reina Sofía, acumula obras de Dalí, Miró, Barceló, Gustavo Torner o Martín Chirino, lotes enteros de instalaciones, esculturas, pinturas y fotografías, embalados en cajas de madera. En los bajos del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), en el centro de la ciudad, hay diez veces más obras de arte de las que se exponen en sus salas.

Estanterías con fondos del Museo del Prado. LUIS MAGAN

Es la maldición de los museos. Obligados a acumular arte por encima de sus posibilidades de espacio. Obligados a atesorar belleza, a conservarla y exponerla... cuando es posible. El Prado, que existe desde 1819, y está considerado como la mejor pinacoteca del mundo, exhibe 800 cuadros, y esconde unos 3.500. Eso sin contar el millar largo de obras prestadas a museos provinciales por todo el país. El Reina Sofía, que heredó fondos del antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), y se creó en 1985, acaba de presentar una colección permanente de unas mil obras, mientras guarda en distintos almacenes hasta 17.295 piezas de arte. EL PAÍS ha recorrido algunos de los sótanos de los tres museos para ver cómo son y qué joyas atesoran.

Los sótanos del Prado son amplios y luminosos. Se respira orden y limpieza. En uno de los pasillos hay un cuadro de gran formato, apoyado sobre la línea de armarios empotrados, que representa a una familia. Quizá de la escuela de Goya. Un empleado tira de uno de los peines, una especie de delgados archivadores, y aparece de pronto un lienzo del renacentista Pedro de Berruguete. "Este berruguete es parte de las obras que se van a incorporar a las salas", dice Miguel Zugaza, su director desde hace siete años y medio. La penuria de espacio ha sido una constante del Prado, pero desde hace dos años dispone de un magnífico edificio nuevo que permitirá mostrar unas 500 obras más. Muchas quedarán donde están ahora: en los sótanos. "Se habla del Prado oculto, pero es casi una leyenda literaria. La verdad es que, dada la excelencia de este museo, muchas veces lo que no se exhibe es porque no está a la altura requerida", dice Zugaza.

Otra cosa es la colección de dibujos (casi 7.000), con más de 500 obras de Goya, y diseños de Durero, Rubens, Rembrandt y Miguel Ángel, y los más de 8.000 grabados o estampas de Goya y otros artistas célebres, que se guardan en el gabinete de dibujo y grabado. "La obra sobre papel no se puede tener expuesta, es muy frágil, la luz la mata", explica el director, "pero los estudiosos y las personas interesadas en esos fondos pueden verlos". Entre este material, que incluye epistolario y dibujos de Goya y de sus discípulos, y dibujos de las escuelas boloñesa y flamenca, se identificaron hace cinco años dos bocetos de Miguel Ángel. Un legado que queda sólo para los archivos. "Ocurre en todos los museos. Si en nuestros almacenes las obras se cuentan por miles, en el Louvre, o en el Arqueológico Nacional, se cuentan por millones", dice Zugaza.

Y si éste es el caso del Prado, un museo "intenso más que extenso", como decía el fallecido Antonio Saura, un museo con una colección muy hecha, parece lógico que la proporción de lo que se expone sobre lo que se posee sea menor en el Reina Sofía y en el Macba. Manuel Borja-Villel, que dirigió este último durante diez años y lleva desde enero de 2008 al frente del Reina Sofía, se siente cómodo con esta situación. "No está mal que no se pueda exhibir todo. Sería como si una persona pretendiera contarnos de golpe todo lo que sabe. Debe exponerse lo mejor y lo más relevante". Lo demás, bien guardado.

¿No son relevantes esas 40 obras de Dalí que se guardan en los almacenes, según denunció CiU, en 2004? "Lo fundamental de Dalí está expuesto en la colección. Yo comparecí hace unos días en el Congreso y nadie me reclamó nada. Las obras sobre papel tienen que descansar. No se pueden mantener expuestas mucho tiempo", dice Borja-Villel.

Las mismas razones justifican que no se expongan dibujos de Miró. Pero en los sótanos hay muchas obras más, de Miquel Barceló, de Martín Chirino, de Gustavo Torner, por ejemplo. Estas últimas, en los bajos del edificio nuevo de Jean Nouvel. Los sótanos del edificio Sabatini no se pueden visitar, y menos con una cámara de fotos. Tampoco la media docena de almacenes alquilados en Madrid. De uno de ellos desapareció en los años noventa la famosa y gigantesca escultura de Richard Serra, de 38 toneladas, felizmente reproducida de nuevo por el artista.

Lo que se guarda bajo las salas del edificio Nouvel no es tampoco pequeño. Un par de vigilantes del museo precede en la visita a la pequeña comitiva. El director y los periodistas recorremos pasillos silenciosos, que dan acceso a habitaciones amplias de techos altos, con puertas grandes forradas de material ignífugo, cerradas con llave. Los sótanos, climatizados, son testimonio mudo de las vueltas que da el arte. Las modas que lo rigen. En las piezas embaladas, con su identificación bien visible, se lee el nombre de cada autor, Pedro Mora, Mikel Eubo, Antoni Muntadas, y de las obras, muchas de ellas, enormes instalaciones. La nueva colección prescinde bastante de ellas. En otros casos, el sótano refleja la superabundancia de otros géneros. Como la caja con fotografías de Francesc Catalá Roca, del que se expone obra en el museo, que ha hecho de este arte una parte sustancial de su colección.

El arte de arriba y el arte de abajo, el que se exhibe y el que se guarda, es, a menudo, intercambiable. Existe un constante trasiego de obras cada vez que un nuevo director, o una exposición, reclaman cambios en el equilibrio delicado del arte. Estudios para Hologramas (a-e). Cinco serigrafías sobre papel, obra del estadounidense Bruce Nauman, gran pope del arte actual, fue una de las estrellas del catálogo del Macba en 2003. Hoy se guarda en un peine del sótano. Almacenadas bajo las salas del edificio de Richard Meyer hay más de 1.500 piezas de la colección del museo. Y aún faltan muchas más, hasta las 3.500 que constituyen los fondos de una institución que se creó en 1995 con aportaciones del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña.

"Tenemos cuatro almacenes más diseminados por la ciudad, incluida la zona franca", admite Bartomeu Marí, director del museo desde abril de 2008. Este superávit de arte contemporáneo no impide que el Macba haya seguido comprando. Más de 200 obras en el último año y medio. "España tiene un déficit terrible de arte contemporáneo. Y el arte del siglo XX está todavía peor representado en nuestros museos", alega Marí. Por eso hay que comprar y comprar, aunque acaban de firmar acuerdos con otros dos museos europeos para compartir adquisiciones. Y si esto ocurre en el Macba, la situación se agrava en el Reina Sofía.

Sólo el año pasado, el museo gastó 16 millones de euros en obras. Algunas se exponen ahora en la colección permanente, recién revisada y seleccionada por Borja-Villel, que ha admitido, por primera vez, varias películas en las salas. Acumular, exhibir, guardar, son los verbos más conjugados. "Hay una visión del museo como algo patrimonial, una enciclopedia del arte que tenemos, que no comparto. Yo lo veo como un lugar donde los objetos son patrimonio público y tú los custodias", dice Borja-Villel. Unas veces arriba y otras abajo. Pero los almacenes "están abiertos a los investigadores que quieran venir a ver determinados fondos. Eso sí, con cita previa", dice.

Tener es importante, porque los gustos cambian y las modas con ellos. Y si cambia la valoración de los artistas clásicos, como ha ocurrido con Murillo o El Greco, mucho más la de los contemporáneos, dictada, a veces, por intereses mercantiles. "Los criterios sobre la calidad de las obras no son infalibles, es cierto", señala Bartomeu Marí. Por eso y porque "tampoco se puede prescindir de lo que ha comprado tu antecesor, aunque no te guste", los almacenes están repletos. Marí es partidario de asumir riesgos y de mantener una coherencia estética en un museo, el Macba, que caso de tener que elegir "prefiere ser contemporáneo a museo", aclara.

En estos momentos, el Macba da espacio, sobre todo, a unas 250 nuevas adquisiciones. El Reina Sofía incluye también obra comprada o cedida en su colección remodelada, además de piezas rescatadas de los sótanos, para dar vida a las distintas micronarraciones en torno a las que se ordena. Aunque esto signifique mandar al sótano varios antoniolópez, laffon y palazuelos. Sin renunciar al arte que atrae más público. El Reina Sofía ha recibido en préstamo 16 grabados de Goya, cedidos por el Prado, que es uno de los puntos fuertes de su colección.

Como Marí, Borja-Villell tiene que convivir con compras de antecesores que no necesariamente le gustan. "Los fondos del museo no están mal, pero no se puede exhibir todo. Tenemos unas 200 obras que no se han expuesto nunca porque proceden de las colecciones de premios estatales y, en la mayoría de los casos, tienen poco interés", dice Borja-Villell.

Pese a la necesidad de renovación permanente, el Reina Sofía ha incorporado a su colección 16 grabados de Goya, prestados por el Prado. Un material que podría sumarse al de las obras irrenunciables, esas que nunca bajan a los sótanos de los museos. En el caso del Macba, una veintena más o menos, según Marí. ¿Cuáles? "Nosotros no tenemos El Guernica ni Las Meninas", responde, algo evasivo. El Reina Sofía cuenta con sus picassos, sus mirós, sus dalís y la obra de Juan Gris. Son las joyas que buscan todos los visitantes. Los mismos que en el Prado se dirigen invariablemente a las salas de Velázquez. Lo malo es que hay muchas otras joyas eclipsadas por el brillo de las grandes. "Tenemos la mejor colección de Rubens", dice Zugaza, "y ese es el verdadero Prado oculto, porque está expuesta pero casi nadie la mira".

Lola Galán, 'Berruguetes' y 'dalís' en el sótano, El País / 'Domingo', 26 de julio de 2009