Lo absurdo de la coherencia. Una humilde opinión sobre la cúpula de Barceló

No soy un especialista en pintura. Es un arte que se rige por sus propias leyes autónomas y autorrefenciales que, a diferencia de la arquitectura, no necesita hacer malabarismos dirigidos a hacer concordar su estructura interna con la exigencia social que la obliga. Esa libertad, contra lo que parece opinarse en forma generalizada (lo digo por la facilidad pasmosa con que cualquiera emite juicios vehementes, basados exclusivamente en su supuesto 'gusto' personal), restringe de manera drástica las valoraciones auténticamente provechosas. Por lo tanto, con mucha humildad y como simple 'aficionao', daré mi opinión telegráfica con respecto a la cúpula de Barceló:

Así se hizo la cúpula de Barceló, en La 2.


  • No soy en general un fan demasiado devoto del mallorquín.
  • En los tiempos que corren, percibo un cierto anacronismo en la expresión 'pintar una cúpula'. Casi un oximoron temporal. No sé si estamos ya para acometer algunas empresas que en su propia definición parecen pertenecer a otra época histórica.
  • Por otra parte, liberarse de la constricción de plano del cuadro, proporcionándole volumen y textura, constituye, en la pintura sobre un soporte tradicional, un lienzo o una tabla, una transgresión innovadora y provocadora de la contemporaneidad. Sin embargo, aplicada sobre lo arquitectónico, sobre una cúpula, se acerca mucho más a la escultura ornamental (en el mejor de los casos) o a la decoración falsa de cartón-piedra (en el peor). Ambas operaciones no son precisamente novedosas ni en arte ni en arquitectura.
  • El espectáculo del proceso de ejecución de la obra que emitió la 2 [sobre estas líneas] fue fascinante. Ver al mito del artista solitario, atormentado e introspectivo, rodeado de un ejército de vulgares especialistas de las más diferentes áreas, armado con su pistola de paint-ball, disparando compulsivamente a su lienzo de 1.000 m2 para señalar la posición exacta de cada una de sus estalactitas es una de las imágenes más contradictorias que he visto. Llevar a su límite escalar máximo las técnicas de la pintura tradicional ha provocado situaciones que podrían ser descritas indistintamente como chiste o como insuperable acción artística contemporánea: investigación alquimista, pero a lo bruto, de las propiedades físicas diversos materiales con apariencia de engrudo; replanteo general de la obra con pistola de paintball manejada con una destreza y velocidad propia del oeste americano; aplicación de primera mano de pintura con pistola y compresor de astillero naviero; vertido de capa gris unificadora mediante bomba de hormigonado, ejecutada por el pequeño artista mallorquín, que se ve frecuentemente zarandeado por la potencia de la manguera impulsora; toques finales de blanco espumoso aplicado de nuevo por Barceló con una clásica escoba de bruja de Halloween.
Solamente por el esfuerzo e ingenio demostrado por el artista para conseguir expandir sus métodos de trabajo tradicionales a una escala tan descomunal, ha merecido la pena. Barceló necesita el contacto directo con el material, la experiencia directa y corporal con la ejecución de su obra. En un esfuerzo titánico de coherencia personal, ha tenido que recurrir a una tecnología paradójicamente antagónica y a elementos manifiestamente fuera de escala. Como digo, el proceso de la obra me parece un magistral ejercicio de fidelidad a sí mismo, aunque por ello se sitúe muy cerca del límite de lo absurdo.

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Vista general de la Sala XX del Palacio de la ONU con la cúpula diseñada por Miquel Barceló, en Ginebra.

Lamentablemente, no he podido visitar la obra en directo. Si en televisión y fotografía el resultado ya parece atractivo, estoy convencido de que en directo será impresionante. A partir de una escala, todas las obras adquieren un valor añadido enorme en razón exclusiva de su descomunal tamaño absoluto (valor que en algunos casos llega a ser exclusivo). Pienso por ejemplo en el trabajo de Christo, o las arañas gigantes de Louise Bourgeois.

Se me olvidaba. Lo de los dineros. Solamente dos cosas. La primera y más importante: aunque a muchos les moleste, el dinero no es la medida de todas las cosas. Y mejor nos iría si lo fuera todavía de menos. Y la segunda: si toda la operación ha costado 20 millones de euros, me parece barato. Me explico: Si son 1.000 m2, esto supone un coste total de 20.000 euros/m2. Todo el acondicionamiento interior de una sala dotada con la más alta tecnología, acabados e instalaciones, no se realiza, tirando muy por lo bajo, por menos de 3.000 euros/m2. Con lo cual nos restan, como mucho, 17.000 euros para comprar un Barceló de un metro cuadrado. ¡Menos de tres millones de las antiguas pesetas! Un chollo para cómo se cotiza la obra de mallorquín.


*Diego Fullaondo (arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura): Lo absurdo de la coherencia, www.soitu.es, 20 de noviembre de 2008