El arte de Barceló acalla las críticas
Treinta y cinco mil kilos de pintura suspendidos en el aire: agujeros, estalactitas, olas, colores maravillosos. Desde abajo, el punto de vista cambia a cada paso. El mar, una cueva, un mensaje de esperanza. La obra es tan grande que resulta inabarcable para la mirada. La gente estaba entre embrujada y entusiasmada. Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, definió la pieza como "la más importante de Barceló y el mejor proyecto público cultural realizado por España en varias décadas".
Mientras otros seguían hablando de dinero, la pieza empezó a lanzar al mundo sus metáforas: riesgo, solidaridad, innovación, diálogo, multilateralismo real, más derechos humanos. Arte grande, lleno de propuestas y de símbolos: una perita en dulce para cualquier Gobierno capaz de comunicar las cosas de forma razonable. No para éste, que después de tener el acierto de apostar por donar una "obra única" (como la llamó el presidente Rodríguez Zapatero) se enredó en una polémica perfectamente evitable.
La pieza de Miquel Barceló para la Sala XX del Palacio de las Naciones de Ginebra, que desde ahora será Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones, tuvo una puesta de largo deslumbrante. Los Reyes, don Juan Carlos y doña Sofía; el presidente Zapatero, y el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, presidieron el acto junto a Ban Ki Moon, secretario general de la ONU; Tayyip Erdogan, primer ministro turco e impulsor con España de la Alianza de Civilizaciones, y el presidente suizo, Pascal Couchepin. Hubo más de 700 invitados, mucha gente se quedó de pie, y acudieron también los empresarios que han aportado fondos privados, un nutrido grupo de dirigentes de la Comunidad Balear y 40 amigos del artista.
Barceló no se sentó en la mesa y tampoco esta vez se puso corbata. Cuando le tocó hablar, se limitó a leer un texto breve y exquisito sobre la cúpula. En francés, mallorquín y español, por ese orden y aunque había traductores. Luego se proyectó el vídeo de Agustí Torres que narra el proceso de producción de la obra, y una larga ovación reconoció al artista su titánico trabajo. "Más que con la Capilla Sixtina, la cúpula tiene que ver con otras capillas maravillosas, como las de Manet o la de Rothko, y sobre todo con Altamira", explicó Miguel Zugaza. "A Barceló siempre le ha gustado mucho ese mundo. Está en la tradición moderna que representa no el poder sino la diversidad del mundo y la ciudadanía. La obra será muy importante para él y para el siglo XXI. Y es la mejor proyección posible de la modernidad española".
Desde Malí llegaron los amigos del País de los Dogon, donde vive Barceló en invierno. Amon y Amassayu Dolo eran de largo los más elegantes de la fiesta, y dijeron que la cúpula les recordaba a la gruta sagrada de su tribu. "Cuando me muevo al mirarla me sugiere frases y diálogos. Nuestra gruta tiene raíces de árboles. Es sagrada porque allí es donde está el agua. Cuando no hay agua tenemos que hacer sacrificios de animales", contaba Amon. Del arte español estaban Soledad Lorenzo, Elvira González, el catedrático y patrono del Prado, José Milicua, y el profesor Ybars, entre otros. La galerista italiana Pilar Corrias, que la semana próxima inaugura una muestra de acuarelas marinas de Barceló en Londres (precios: de 35.000 euros a 200.000), subrayaba que la polémica sobre la financiación de la obra ha olvidado un factor esencial: "No hay más de cuatro o cinco artistas en el mundo capaces de enfrentarse a un espacio así. Sólo Miquel y un par más podrían haber hecho frente a eso". El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, autor del libro que narra los nueve meses de faena en Ginebra, cree que su amigo Miquel Barceló dedicará una parte de sus honorarios a proyectos de cooperación. "Estoy seguro de que lo destinará, como siempre ha hecho de manera privada, para ayudar a los países africanos".
El pintor calla. Está harto de una polémica que considera arbitraria y estrambótica. Su caché en Ginebra, siendo el pintor español más cotizado del momento, anda en torno a los seis millones de euros, menos de un tercio del coste total de la obra, dijeron a este diario fuentes cercanas al pintor. Si se compara con lo que valen sus obras en el mercado, es una cifra casi ridícula. Pero él está dolido y ha elegido el silencio. Quizá así contagie a esas almas que se han escandalizado ante el costo de una obra que, desde ayer, es ya historia del arte. Y quizá así el Gobierno aprenda a explicar con naturalidad cómo se gasta el dinero público.
Paseando bajo los 1.400 metros cuadrados de emoción creados por Barceló en Ginebra, lo primero que se viene a la cabeza es que pocas veces un Gobierno habrá invertido en un proyecto cultural con tanto criterio como ésta. El sargento de las fuerzas de seguridad de la ONU Elías Sabalo, nacido en Luarca y emigrante en Suiza desde hace 33 años, observaba ayer la cúpula lleno de satisfacción. "Es estupendo, sensacional", decía. "Ahora lo que hace falta es que la sala funcione y mejoren los derechos humanos".
Miguel Mora, Ginebra: El arte de Barceló acalla las críticas, El País, 19 de noviembre de 2008