Palladio, el eterno contemporáneo
Iglesia de San Giorgio Maggiore- Pino Guidolotti
El arquitecto más romano desde el tiempo de los romanos fue, en realidad, un clasicista moderno, el primero que supo extraer una lección de los órdenes arquitectónicos clásicos para reformularlos, depurarlos y adaptarlos a otro tiempo. Andrea Palladio (Padua, 30 de noviembre de 1508-Vicenza, 1580) no fue ni escultor, como Brunelleschi o Miguel Ángel, ni pintor, como Rafael o Vasari. Dedicó toda su energía a construir edificios. Sus obras, que rivalizaron con las de los antiguos, han apuntado, además, caminos a los contemporáneos. Ajustados en alardes y economía, sus edificios son de una sobriedad moderna. Y, sin embargo, constituyen una enciclopedia viva de la antigüedad clásica. La clave está en que consiguió construir con un pragmatismo sublime. Sus villas, iglesias y puentes representan el control que puede tener un arquitecto. En los dibujos de Palladio quedaba todo tan medido que era casi imposible un error por parte de los obreros.
Andrea di Pietro della Góndola heredó el nombre de su padre, un molinero que transportaba harina hasta Venecia por lagunas y canales. El oficio, sin embargo, lo tomó de su padrino, que era cantero. Huérfano de madre, con 13 años comenzó a picar piedra cuando no imaginaba siquiera que llegaría a ser arquitecto. Con 32 años, el aristócrata Giangiorgio Trissino le cambió el nombre. Y la vida. Llegaba de Roma con los planos para levantar una villa diseñada con la ayuda de Rafaello Sanzio, que había muerto prematuramente. De Pallas Atenea (la sabiduría) nacería Andrea Palladio, que ya rebautizado reemplazaría al malogrado Rafael. Trissino y él se harían inseparables. El noble lo presentó en los círculos intelectuales, orientó sus lecturas y condujo su vocación. Además lo llevó a Roma. Copió obras de antiguos y contemporáneos. Ésa fue su universidad. Allí nació, en realidad, Andrea Palladio, el arquitecto que cambiaría la cara de Vicenza, la idea de vivienda renacentista y neoclásica y los monumentos de Venecia.
¿Pero cómo pudo el arquitecto más local entre los grandes convertirse en el más influyente en la arquitectura universal? La moda de combinar cultura y cultivo, a la manera de Boccaccio, cuajó en el Veneto cuando los nobles venecianos trataron de asegurar las fronteras y el abastecimiento de su ciudad cultivando terrenos a los que se podía llegar a caballo en menos de un día. Palladio fue el artífice de esas nuevas viviendas. Su personalidad era tan grande que las variaciones sobre un mismo tema parecían temas distintos. Así, en la villa Pisani construyó por primera vez desde una óptica moderna el frontón triangular, una de sus marcas personales. Combinando elementos, Palladio descubrió que la aplicación de las normas no frena la creatividad, al revés: la reta. Por eso, la idea de controlar la arquitectura fue en este arquitecto más servicio que imposición, puro pragmatismo. Y visión de futuro. La villa Foscari, llamada Malcontenta por la localidad donde se ubica, daba al canal de Brenta, por donde podía llegarse desde Venecia. La mayor de sus villas (Almerico o Rotonda) la encargó un cardenal retirado que regresaba de Roma. El resultado fue un templo clásico, con tanto espacio para pórticos y escalinatas como para el edificio en sí. Completamente simétrica, la villa parece buscar la cuadratura del círculo.
Con todas esas villas, a mediados del siglo XVI, cuando todavía no había levantado sus grandes obras religiosas, la sombra de Palladio estaba ya extendida por todo el Veneto. Por todas partes se construían villas a la manera de Palladio, muchas veces sin Palladio. Había nacido la arquitectura palladiana, el palladianismo, en vida del propio arquitecto. Fuera de Italia, de 1578 data la primera traducción de sus libros, firmada por el español Juan del Ribero Rada, que permaneció inédita, y en 1625, Francisco de Praves tradujo al castellano la primera edición europea del primero de sus Cuatro libros. Se sabe que la edición italiana fue celebrada y que El Greco fue dueño de un original. Felipe II se interesó por las ideas de Palladio para la basílica del Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, pero los ecos de la arquitectura palladiana no aparecerían en edificios españoles hasta que Ventura Rodríguez o Juan de Villanueva firmaron algunos de sus inmuebles neoclásicos en el siglo XVIII. Una centuria antes, pero siempre mucho después de la muerte de Palladio, en el XVII, la sobriedad y el pragmatismo del arquitecto casaron bien con la cultura anglosajona, que lo adoptó como sinónimo del buen gusto. Iñigo Jones se convertiría, durante el XVII, en el apóstol del palladianismo por el mundo anglosajón. Y el tercer presidente norteamericano, Thomas Jefferson, lo llevaría a su propia casa en Virginia. Monticello es una evocación de la villa Rotonda palladiana. En realidad, Palladio, el último arquitecto de la antigüedad, fue también el primero del neoclasicismo dieciochesco y el mejor cimiento de la futura revisión posmoderna. Un hombre nacido en el quinientos, cuando la mayoría de las viviendas occidentales tenía un corte medieval, asentaba además las bases de la sobriedad moderna: la simetría, la contención y la desnudez.
Visitar hoy alguna del más de medio centenar de obras que sobreviven a Palladio (todas en un radio de 50 kilómetros con epicentro en Vicenza) y la gran exposición que reúne en esa ciudad maquetas del arquitecto y lienzos de Tiziano, Veronese, El Greco o Tintoretto da que pensar. Mientras en los grandes foros arquitectónicos se debate el alcance de lo que es o no arquitectura, Palladio demostró que el diseño no es una creación cerebral ajena a los problemas técnicos. Y se esmeró no sólo en resolverlos, también quiso atender a las maneras en que habían sido resueltos antes. En los últimos años de su vida, cuando obtuvo el título de arquitecto de la Serenísima República de Venecia, publicó sus famosos Cuatro libros de arquitectura (reeditados ahora por Akal). "Me ha parecido cosa digna de hombre, que no debe nacer sólo para sí mismo, sino también para utilidad de los demás, el dar a la luz los dibujos de aquellos edificios que en tanto tiempo y con tantos peligros míos he recogido, y poner brevemente lo que en ellos he considerado más digno de interés y, además, las reglas que al construir he observado y observo". Así explica su objetivo en el primero de esos volúmenes en los que luego se ocupa de las técnicas constructivas, de los diseños de las casas, de la arquitectura pública o de los templos romanos de la República y el Imperio.
Son muy pocos los arquitectos que reservan para el final de sus días sus mejores proyectos. San Giorgio Maggiore, frente al palacio Ducal de Venecia; la iglesia del Redentor, en la isla de la Giudecca, y el teatro Olímpico de Vicenza, que terminó pocos meses antes de morir, en 1580, son tres de los palladios más monumentales. En su última década no sólo firmó sus mayores obras, también corrió sus mayores riesgos. Por eso aseguró el futuro del palladianismo, el palladio sin Palladio, que, como los estilos clásicos, llega al mundo cada tanto tiempo para revisar sus cimientos. Durante el pasado siglo, Palladio renació en la obra de grandes modernos y posmodernos como Asplund, Ungers o incluso Moneo. Como el propio Palladio hiciera hace quinientos años, entonces, fueron varios entregados arquitectos los que recurrieron al clasicismo para indagar y asentar la esencia de la modernidad.
Los cuatro libros de la arquitectura. Andrea Palladio. Traducción de Luisa de Aliprandini y Alicia Martínez. Introducción de Javier Rivera. Akal. Madrid, 2008. 507 páginas. 24 euros. Las antigüedades de Roma. Andrea Palladio. Edición de José Riello Velasco. Akal. Madrid, 2008. 223 páginas. 26 euros. Palladio, 500 años: la Grande Mostra.
Palazzo Barbaran da Porto, Vicenza (Italia), hasta el 6 de enero de 2009. Royal Academy of Arts de Londres, del 31 de enero al 13 de abril. Se exhibirá en EE UU en otoño. www.andreapalladio500.it.