El Joven Murillo

El Siglo de Oro español está de moda. Así se deduce del número de exposiciones dedicadas a él este otoño no sólo en España, sino en todo el mundo. El pasado día 11 de octubre de 2009, el Museo de Arte de Indianápolis inauguró «España sagrada. Arte y creencia en el Mundo Hispano»; hace unos días el Prado reivindicaba a Juan Bautista Maíno y mañana abre en la National Gallery de Londres una muestra del gran arte religioso español del Barroco. A todas ellas se suma desde ayer otra gran exposición, «El joven Murillo», centrada en un periodo poco conocido, y sin embargo crucial, en la trayectoria del artista. Son 42 las obras reunidas, hasta el 17 de enero de 2010, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao por los comisarios, Alfonso Pérez Sánchez y Benito Navarrete. Después viajará al Museo de Bellas Artes de Sevilla (18 de febrero-30 de mayo de 2010). Ambos museos han organizado la exposición.

Uno de los objetivos que persigue la muestra, en la que se lleva trabajando cinco años, es acabar con viejos tópicos como esa imagen adulterada de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682) como pintor de «Inmaculadas» y «San Juanitos». Hay un Murillo más allá de estas Inmaculadas entre nubes rodeadas de angelotes. Fue mucho antes del estallido barroco. Antes también de las escenas religiosas de madurez, en sus años de formación, El joven Murillo, pintó los cuadros que cincelaron su estilo, cercanos al realismo y atentos al tiempo que le tocó vivir. «Era un artista muy culto y comprometido con su tiempo», afirma Navarrete. Aquí ve la luz un joven Murillo que tiene como referentes a Velázquez, Zurbarán y Herrera el Viejo. Un periodo de aprendizaje (de 1635 a 1655) que resultará clave en su producción de madurez. Las cuarenta y dos pinturas que el artista realizó entre los 23 y los 38 años descubren un artista todavía bajo la influencia de los maestros de la generación anterior, preocupado por los juegos de luces y sombras y con una sorprendente conciencia social.

Benito Navarrete, comisario de la exposición El joven Murillo explica Santa Catalina de Alejandría mártir.- EFE

Benjamín de una familia de 14 hermanos, Murillo quedó huérfano y fue criado por una hermana en un ambiente familiar cercano a los gremios artísticos en la próspera Sevilla de principios del siglo XVII, la ciudad que sólo abandonó en un par de ocasiones para visitar la corte. Dibujante precoz, el pintor veinteañero heredó la tradición naturalista de Herrera el Viejo, Ribera y Zurbarán para iniciar su propio camino, bajo la influencia de Caravaggio en el uso de la luz.

Pero, ¿cómo es la pintura de Murillo en esos primeros años? Acaba de salir del obrador de Juan del Castillo. Está influido por la tradición naturalista de su Sevilla natal y por la justicia social que predicaban los franciscanos. Precisamente, éstos le encargaron su primer trabajo importante en Sevilla: un ciclo de once obras para el Claustro Chico del convento de San Francisco. Hoy disperso por Europa y América, se han reunido seis de aquellas obras para la muestra. Tanto este encargo, como el hecho de que en su biblioteca tuviera Murillo el «Guzmán de Alfarache», explican el interés del joven Murillo por el mundo de la picaresca, los mendigos, los niños pobres y desamparados.

De ahí que las santas pintadas por el joven Murillo resulten reales. Las telas están plasmadas en toda su riqueza y materialidad y la miseria de los niños mendigos se muestra con crudeza. La exposición presta atención a un periodo ignorado hasta ahora frente a las imágenes evanescentes con las que el artista se fijó en el imaginario colectivo. Y bien que lo lamenta el profesor Benito Navarrete, comisario de la exposición junto a Alfonso E. Pérez Sánchez, director honorario del Museo del Prado. "Murillo ha sido desvirtuado por el uso que el nacional catolicismo hizo de sus Inmaculadas", critica Navarrete.

Popular en vida, con el paso de los siglos el pintor se hizo con sus Inmaculadas una "imagen de marca" que le llevó de la gloria de los altares barrocos al kitsch de las láminas de calendario religioso. Navarrete defiende que para entender al gran Murillo, el pintor que desplazó a Zurbarán del primer plano de la escena artística sevillana, no puede obviarse la época de juventud. "Sus grandes temas, como los niños mendigos o las escenas de la infancia de Cristo, ya están presentes en estos años", explica. Fue una etapa en la que el pintor conectaba con las clases populares. "El Murillo posterior piensa más en la clientela y en la devoción religiosa que en la realidad". En la madurez reelabora con los códigos barrocos las escenas que ensayó de joven. "Gana en recursos técnicos, pero pierde garra, inmediatez, frescura y espontaneidad".

Conocemos la imagen del joven Murillo por un «Autorretrato», cedido por una colección privada de Nueva York y que abre la exposición. Como curiosidad, ésta fue la imagen elegida para el cartel anunciador de la muestra. El cuadro fue «tuneado»: habían colocado un piercing en la ceja del pintor. Finalmente fue retirado, porque el prestador no había dado permiso. Es ésta una de las 25 obras procedentes de colecciones extranjeras que incluye la muestra: 16 de ellas se ven por vez primera en España. Hay préstamos tan destacados como «El joven mendigo», del Louvre, o «Dos muchachos comiendo melón y uvas», de la Alte Pinakothek de Múnich. La vieja gitana con niño o La vieja hilandera (atribuida al autor tras el estudio realizado para la exposición), cuadros que revelan en los temas profanos la preocupación por los desamparados. Estas y otras muchas obras de Murillo salieron del país por distintas circunstancias. Fue Carlos III quien en 1779, a través de Floridablanca, prohibiera a los extranjeros comprar obras del pintor sevillano, cortando de raíz la «fuga» de murillos.

Junto a las obras relacionadas con la conciencia social -el núcleo más destacado de la exposición-, también se exhiben sus trabajos sobre la infancia de Cristo (hay cuadros tan destacados como «Virgen con el Niño y San Juanito», de la Pollock House de Glasgow, o la «Sagrada Familia del pajarito», del Prado), María Magdalena, Santa Catalina o un grupo de santos penitentes en éxtasis. Relata Benito Navarrete una anécdota relacionada con una de las obras expuestas, los «Desposorios místicos de Santa Catalina», del Museo de Arte Antiga de Lisboa: «Fue regalada por Isabel II al Rey Luis de Portugal en 1865. Diez años antes, la Reina había regalado al Papa Pío IX una copia falsa del mismo cuadro haciéndolo pasar por auténtico».

Eva Larrauri, Bilbao: Murillo antes de Murillo, EL PAÍS, 20 de octubre de 2009
Natividad Pulido, Madrid: Murillo, sin aditivos ni edulcorantes, ABC, 20 de octubre de 2009