El Prado acaba con el destierro del siglo XIX

Ha sido el eterno farolillo rojo del Prado. Unos cuadros que se fraguaron de espaldas a la corriente emergente de la época el impresionismo, y que en 1896 salieron del museo camino a distintos depósitos por problemas de espacio. Sonrojaba exhibirlos tras un Rubens o un Velázquez. La pintura española del siglo XIX ha tardado más de un siglo en hacerse un hueco dentro del Prado, "como si entre Goya y Picasso no hubiera sucedido nada", observó con sarcasmo Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación del museo. "Nunca hasta ahora se ha logrado un recorrido histórico completo", valoró Miguel Zugaza, director del Prado. "Esta incorporación supone el final de un destierro de más de un siglo y culmina un proceso de normalización", estimó José Luis Díez, jefe de conservación de la pintura del siglo XIX.

Miguel Zugaza, director del Prado, a su paso ante La muerte de Séneca, de Manuel Domínguez. - DANI POZO

Una deuda que la pinacoteca empieza a saldar hoy, con la asignación de un espacio propio dentro de la colección permanente, compuesto por 12 nuevas salas que recuperan 176 obras (152 pinturas, 21 esculturas, dos acuarelas y una maqueta). Algunas de ellas, se exponen por primera vez, como El coracero francés, de José Madrazo; Penitentes en la Basílica inferior de Asís, de José Jiménez Aranda; Gran paisaje, de Francisco Domingo Marqués; y La niña María Figueroa vestida de menina, de Joaquín Sorolla.

La inclusión de la pintura del siglo XIX en la colección permanente no ha sido un capítulo más dentro de la ampliación de la pinacoteca (que ya ha inaugurado las salas de los Borbones y de la pintura veneciana), porque planteaba varios temas delicados. En primer lugar, es una pintura que ha tenido que pasar una reválida de calidad, que Díez y su departamento llevan justificando 21 años.

"Siempre ha habido ese complejo tan español de pensar que el arte del siglo XIX era retardatario y nada innovador", recordó Díez. Una visión estereotipada que ignora obras maestras como Isabel la Católica dictando testamento (Eduardo Rosales, 1864), que interpreta un tema antiguo poniendo los ojos en Velázquez capaz de renovar la pintura española de entonces. "Tenemos las mejores generaciones de pintura histórica de toda Europa, porque a diferencia de otros países, en España no tuvo un cariz decorativo", estimó Díez.

En segundo lugar, preocupaba la organización espacial: ¿cómo trasladar ese rol de bisagra que tiene la pintura española del siglo XIX entre la pintura histórica y moderna? La arquitectura de Villanueva proporcionó la solución, con un acceso a través de la Sala de las Musas (con una transición más discreta) o por la Puerta de Velázquez. En el segundo caso, la amplia galería que recibe al visitante lo hace retroceder rápidamente al momento histórico en que se fundó la pinacoteca, en 1819, con retratos de Isabel de Braganza y Fernando VII, los monarcas que impulsaron su creación. "Todo lo que se inaugura hoy se creó cuando el museo existía y El Prado era un referente esencial para los pintores reunidos", advirtió Finaldi. Un valor, el de la contemporaneidad, que pudo restar puntos a esta pintura para que se valorara en su justa medida (hacía falta tomar distancia).

El otro as en la manga de la pinacoteca ha sido Goya (1746-1828), que casi vivió durante 30 años del siglo XIX, y que dialoga con sus coetáneos subiéndose al carro del Neoclasicismo en sus retratos aristocráticos (La duquesa de Abrantes o La marquesa de Villafranca). "No queríamos bajarlo del pedestal sino darle una normalidad, porque convivió y respetó a sus contemporáneos, y tuvo amistad con algunos", precisó Díez.

Empieza el revisionismo

Pero la recuperación del siglo XIX no acaba con la conquista de un espacio permanente. El Prado espera que esto sólo sea el comienzo para reescribir una nueva historiografía, alejada de esa visión decimonónica que ponía en valor lo más castizo. "Espero que impulse una relectura generacional de lo que es el arte en España. Es estéril pensar en lo que tienen otros y no en lo que tenemos nosotros", criticó Díez, quien se mostró convencido de que no hay por qué asumir los complejos heredados: "Tenemos una pintura histórica que puede entrar en liza con la de otros países. La lectura del arte español ha funcionado por genialidades. La puesta en valor de la potente personalidad de Goya y después la de Picasso tendió un puente que hizo creer que entre medias no había nada".

Ahora toca descubrirlo: analizar por qué permanecieron casi 80 años escondidas para el público (en depósitos entre 1896 y 1971). Entre las razones historiográficas para justificar su "destierro", Díez apunta a otro complejo, como el de "no tener una tradición impresionista".

La colección del siglo XIX es una de las más extensas del Prado, con más de 3.000 obras que tocan diferentes corrientes, como el romanticismo, el naturalismo, el paisaje realista, el neoclasicismo y el género histórico. Todas ellas están representadas en la colección recién inaugurada. Si bien el museo ha querido subrayar este último pintando los muros de sus paredes de un rojo pompeyano que potencia el dramatismo del mencionado Testamento... de Rosales (1836-1873); Juana la Loca, de Francisco Pradilla (1848-1921); La muerte de Séneca, de Manuel Domínguez (1840-1910); y Fusilamientos de Torrijos, de Antonio Gisbert (1835-1902). "Son cuadros que toda una generación de historiadores del arte ha estudiado directamente de los libros de texto", recordó, apenado, Díez.

Salas monográficas

Además de las salas temáticas, el Prado ha querido dedicar algunas a un solo pintor. Es el caso de Federico de Madrazo (1815-1894), consolidado retratista de la Corte que, como Gisbert, llegó a dirigir la pinacoteca. Entre los lienzos reunidos destaca La condesa de Vilches cuyo detalle se utiliza para acercar la colección al público, en la Puerta de Goya, en el que la influencia de Ingrès es evidente. Rosales, Joaquín Sorolla (1863-1923), Mariano Fortuny (1838-1874), Martín Rico (1833-1908) y Raimundo de Madrazo (1841-1920) también tienen sala propia.

La narración del siglo XIX trazada por El Prado acaba con los arrabales de Aureliano de Beruete (1845-1912). Un final abierto, porque es la única de las 12 salas que tendrá una programación temporal, pudiendo servir para la presentación de una nueva adquisición o para subrayar la aportación de un pintor en especial. Más allá, se vislumbra el despertar de las vanguardias del siglo XX. Pero esa es otra historia y, de momento, no le corresponde al Prado contarla.

Isabel Repiso, Madrid: El Prado acaba con el destierro del siglo XIX, Público, 7 de octubre de 2009