La revolución como una de las bellas artes
"Las calles son nuestros pinceles, las plazas nuestras paletas". La proclama artístico-bolchevique es del poeta Vladímir Maiakovski. Y viene a resumir inmejorablemente el ideal de muerte a la creación burguesa y sacrificio del artista en favor de las masas para cumplir su papel de agitación cultural. En torno a Liubov Popova (1889-1924) y Aleksander Rodchenko (1891-1956), geniales propagandistas, pivotó la cristalización más acertada de aquellas aspiraciones: el movimiento constructivista. El Reina Sofía ofrece las claves de esta explosión de colores y conceptos más allá de las ideologías en Popova y Rodchenko. Definiendo el constructivismo, que hoy se abre al público.
La muestra resulta fascinante. Viene de triunfar la temporada pasada en la Tate Modern de Londres y reúne 350 piezas entre pintura, esculturas, carteles, libros, fotografías y películas. Los carteles gigantescos abruman por su claridad y la eficacia de sus mensajes. Era el signo de los tiempos revolucionarios. Se construían bibliotecas de formas geométricas que recorrían Rusia adornadas envueltas en la soflama. Y las fiestas proletarias y los palacios se convertían en un campo de experimentación donde volcar un imaginario socialista repleto de aristas.
De la suma de tanta agitación cromática y de ideas resulta la exposición más potente de la temporada del Reina Sofía. "Es una muestra de plena actualidad en la que se habla de un momento, entre 1917 y 1924, en el que un grupo de artistas consiguen romper con la idea de la autoría aislada, logran una implicación entre el arte en la vida cotidiana y utilizan los elementos técnicos para facilitar la comunicación entre la pieza artística y el espectador", explicaba ayer en las salas del museo Vicente Todolí, director de la Tate Modern y comisario de la muestra junto a Margarita Tupitsyn.
Aprovechó la oportunidad para hablar de la importancia de revisar las vanguardias europeas del periodo de entreguerras (Bauhaus, vanguardia industrial...). "Al centrar el montaje en Popova y Rodchenko devolvemos la importancia que cada uno de estos artistas tuvo como individuo. Ambos trabajaron al margen de presiones. Se vuelcan con entusiasmo en un momento en el que creen en una revolución que luego les aparta".
Si resultaron soslayados por la historia, el diseño y la publicidad se encargaron de rescatarlos como auténticos generadores de influencia. En la época, los llamamientos políticos, el teatro y el cine fueron sus principales clientes. Y los fondos limpios y los mensajes directos de esos primeros momentos de la revolución, el mejor de los vehículos.
La muestra recoge también la importancia de la mujer en todo el movimiento constructivista. Esclavas en un mundo proletario dominado por hombres, el arte permite a la mujer una presencia de la que nunca había disfrutado. Esa equiparación de sexos está perfectamente delimitada en las salas del museo. La segunda parte de la exposición se centra en los últimos trabajos de ambos, antes de ser relegados por el realismo socialista impuesto por Lenin.
Cuando Popova muere en 1924, con sólo 35 años, Rodchenko se centra en la fotografía y el cine. Inquietudes éstas muy presentes en la muestra. El broche al recorrido lo brinda la proyección de dos peculiares películas: La periodista, de Lev Kuleshov (1927), y Moscú en octubre (1927), de Boris Barnet.
Ángeles García, Madrid: La revolución como una de las bellas artes, EL PAÍS, 21 de octubre de 2009
Composición nº 57/76, de Rodchemko
La muestra resulta fascinante. Viene de triunfar la temporada pasada en la Tate Modern de Londres y reúne 350 piezas entre pintura, esculturas, carteles, libros, fotografías y películas. Los carteles gigantescos abruman por su claridad y la eficacia de sus mensajes. Era el signo de los tiempos revolucionarios. Se construían bibliotecas de formas geométricas que recorrían Rusia adornadas envueltas en la soflama. Y las fiestas proletarias y los palacios se convertían en un campo de experimentación donde volcar un imaginario socialista repleto de aristas.
De la suma de tanta agitación cromática y de ideas resulta la exposición más potente de la temporada del Reina Sofía. "Es una muestra de plena actualidad en la que se habla de un momento, entre 1917 y 1924, en el que un grupo de artistas consiguen romper con la idea de la autoría aislada, logran una implicación entre el arte en la vida cotidiana y utilizan los elementos técnicos para facilitar la comunicación entre la pieza artística y el espectador", explicaba ayer en las salas del museo Vicente Todolí, director de la Tate Modern y comisario de la muestra junto a Margarita Tupitsyn.
Aprovechó la oportunidad para hablar de la importancia de revisar las vanguardias europeas del periodo de entreguerras (Bauhaus, vanguardia industrial...). "Al centrar el montaje en Popova y Rodchenko devolvemos la importancia que cada uno de estos artistas tuvo como individuo. Ambos trabajaron al margen de presiones. Se vuelcan con entusiasmo en un momento en el que creen en una revolución que luego les aparta".
Si resultaron soslayados por la historia, el diseño y la publicidad se encargaron de rescatarlos como auténticos generadores de influencia. En la época, los llamamientos políticos, el teatro y el cine fueron sus principales clientes. Y los fondos limpios y los mensajes directos de esos primeros momentos de la revolución, el mejor de los vehículos.
La muestra recoge también la importancia de la mujer en todo el movimiento constructivista. Esclavas en un mundo proletario dominado por hombres, el arte permite a la mujer una presencia de la que nunca había disfrutado. Esa equiparación de sexos está perfectamente delimitada en las salas del museo. La segunda parte de la exposición se centra en los últimos trabajos de ambos, antes de ser relegados por el realismo socialista impuesto por Lenin.
Cuando Popova muere en 1924, con sólo 35 años, Rodchenko se centra en la fotografía y el cine. Inquietudes éstas muy presentes en la muestra. El broche al recorrido lo brinda la proyección de dos peculiares películas: La periodista, de Lev Kuleshov (1927), y Moscú en octubre (1927), de Boris Barnet.
Ángeles García, Madrid: La revolución como una de las bellas artes, EL PAÍS, 21 de octubre de 2009