El claustro estaba en casa de los Ortiz
Madrid, años cincuenta: Patrocinio y sus hijos Marisa, Julio y Juan Manuel Ortiz (desde la izquierda) posan ante el claustro para un retrato familiar con Vicente, un amigo de este último |
La
fascinante película del claustro de Palamós tuvo ayer un triple reparto
de protagonistas. Por un lado, los técnicos de la Dirección General de
Patrimonio de la Generalitat, que por
vez primera pudieron acceder al recinto de Mas del Vent y estudiar
el claustro para un posterior dictamen sobre su valor histórico,
después de los requerimientos por vía judicial efectuados por el Govern
a los propietarios de la finca. Por otro, el profesor de la Universidad
de Girona Gerardo Boto, que fue quien destapó la existencia del
claustro de Palamós, y que ayer se reunió en Madrid con el secretario
de Estado de Cultura, José María Lassalle, para pedirle un compromiso
firme del Ministerio en el estudio del claustro. Y por último, Julián
Ortiz Fernández, el anticuario que durante años y hasta 1958 veló por
el buen estado de la obra cuando esta estaba montada no en Palamós, sito en
un solar del madrileño distrito de Ciudad Lineal.
Juan Manuel Ortiz, de 86 años, no daba crédito a la imagen que había publicado EL PAIS en su primera página, cuando la contempló en casa de su hijo en El Escorial: era el claustro con el que había convivido durante décadas, como quien comparte su existencia con un elemento cualquiera del mobiliario. No había vuelto a saber nada del conjunto desde que en 1958 había salido, desmenuzado, en camiones rumbo a Girona. La familia Ortiz se puso en contacto con este diario, a través de una red social, con la intención de contar su historia, y la del claustro.
Según
relatan padre e hijo al unísono y con precisión de fechas, las piedras
del conjunto llegaron a Madrid en 1931 desde un lugar indeterminado.
Las compró Ignacio Martínez Martínez, un anticuario “de gran prestigio
y reconocimiento en el Madrid de entonces”. Los sillares se instalaron
en un solar que le cedió una conocida suya, “una marquesa”, situado
entre los números 7 al 11 de la calle Ángel Muñoz, en el actual
distrito de Ciudad Lineal. “Quería montarlo para venderlo a un
americano rico”, aseguran.
Durante
cinco años, hasta 1936, se sucedieron los trabajos de montaje. “Había
prisa porque el anticuario quería venderlo a algún rico estadounidense,
por eso contrató a 30 operarios. De hecho, tenía precio: cinco millones
de pesetas que bajaron a tres y medio después en 1939”.
La
Guerra Civil impidió que se terminase el montaje y restauración.
Martínez se desplazó a Barcelona y Julián Ortiz se exilió a Francia,
donde acabó en un campo de concentración. “Cuando el país es ocupado
por los nazis y empiezan a desvalijar obras de arte, se enteran de que
mi padre es restaurador y comienza a trabajar obligado para ellos; pero
eso le hace ganar la amistad de un coronel de la Gestapo que posibilita
que mi padre, tras pedirlo al régimen, vuelva a España en 1941”, cuenta
el anciano. Y puntualiza: “Tenía la obligación de presentarse todos los
sábados en el cuartel”.
Vista del claustro de estilo románico, en su ubicación madrileña |
Y así permaneció el claustro hasta finales de los años cincuenta; poniendo el marco para la feliz y placentera vida familiar de los Ortiz. El conjunto de estilo románico, poblado habitualmente por gallinas y patos y rodeado de una hermosa huerta con berenjenas y otras hortalizas, lo mismo hizo las funciones de punto de encuentro de amigos que de escenario recurrente de multitudinarias reuniones familiares: “Nos gustaba comer al aire libre los domingos todos juntos, sobre todo paella con paloma”, recuerda hoy el hijo.
A
finales de la década de los 50, Federico Martínez, hijo del anticuario
dueño de la casa, viajó a Madrid y comunicó a la familia Ortiz que
había encontrado comprador. Tocó enumerar y desmontar el claustro.
“Tardamos un año en hacerlo, y en 1958 comenzó el traslado en camiones
a Girona”, comentan con cierto pesar. Todavía recuerdan que el
encargado de hacerlo fue el transportista Mateo Mateo, un empresario de
Cassà de la Selva, en Girona, y que los camiones parecían “hundirse por
el gran peso de las piedras”.
La
historia del restaurador Julián, que falleció en 1998 a los 96 años,
acabó mal: cuando quiso comprar el solar en el que había vivido tantos
años con su familia, “las monjas del Sagrado Corazón que estaban
instaladas al lado, removieron su pasado republicano y se lo
impidieron”, recuerda su hijo.
“Siempre
he pensando que lo había comprado un tal Otto Cherenverguer, o algo
así, para unas monjas catalanas, pero ahora me he enterado por EL PAÍS
que el propietario es otro”, asegura Juan Manuel padre. Desde la altura
de sus 86 años, concluye con un deseo: “No me gustaría morirme sin
volverlo a ver. Es el claustro de mi casa”.
Durante
la jornada de ayer el conjunto recibió la visita, tras solicitarlo en
varias ocasiones, de tres
técnicos enviados por la Generalitat de Cataluña: un arquitecto y
dos arqueólogos. Tenían la misión de comprobar la autenticidad del
claustro, algo de lo que duda la propiedad, tal y como hizo saber en un
comunicado el miércoles por la noche. En unos días darán
a conocer su dictamen sobre el tema, tras examinar las pruebas
obtenidas durante la visita y de acuerdo con los informes que le
proporcione la propiedad.
En
la nota también aseguraban que la documentación relativa a la compra
del claustro estaba depositada en el Archivo de Palamós. Preguntados
ayer por este extremo, sus responsables aseguraron que ellos no tenían
constancia de que eso fuera así. “¡Hay que joderse, cómo va a ser
falso!”, exclama Juan Manuel tras enterarse de que se duda de la
autenticidad de su claustro. “Seguro que se equivocan ellos”.
José Ángel Montañés, Madrid: El claustro estaba en casa de los Ortiz, EL PAÍS, 8 de junio de 2012