El arte hispano-musulmán desmitificado

La editorial Almuzara, propiedad del ex ministro Manuel Pimentel, ha rescatado el libro 'Península pentagonal', del crítico italiano Mario Praz (1896-1982), que, a resultas de su viaje por España en 1926, trató de desmitificar el romanticismo de la Alhambra y de buena parte del arte español. Publicado inicialmente con el título de 'La España antirromántica', este libro, que su autor revisó definitivamente en 1954, resultó muy polémico y no ha sido reeditado con frecuencia en España, lo que algunos achacan a las duras críticas hacia el arte y la cultura española de Praz, quien efectuó aquel viaje de 1926 para contradecir a viajeros románticos como Washington Irving y Teófilo Gautier, entre otros.

Motivos decorativos que se repiten en las paredes de la Alhambra. (EFE)

Uno de los capítulos más significativos es el que dedica a 'La Alhambra y Churriguera', en el que, contrariamente a lo expresado por Gautier, escribe Praz: "Aunque fuese millonario, por nada del mundo me construiría una réplica del Patio de los Leones en un parque de mi propiedad". Para Praz, el de la Alhambra es "un arte sin individualidad, donde la riqueza decorativa trata de esconder la pobreza de la inspiración", y añade de sus salas que "cansan a la vista sus muros arabescos, sus paredes preciosistas, sus vivas cerámicas... Es siempre la misma sala, la misma pared, la misma ventana". Esta "ilusión de variedad" es para Praz "la misma argucia geométrica multiplicada en deducciones innumerables", una "astucia", añade, "que puede conseguir agraciar a un ojo distraído, pero que no puede embaucar a una mente despierta", como si fuese "una poesía monorrima". "La Alhambra es perfecta como las telarañas, las colmenas... Esta regularidad geométrica es tan parecida al arte como dicen que es parecida la vida de las abejas a la vida de una colectividad humana", señala Praz, quien achaca a esta circunstancia que "la civilización árabe estaba destinada a florecer sin dejar apenas huella, y los bárbaros europeos reinan sobre los descendientes de los Califas".

Contra esta "impersonal perfección, multiplicada hasta la monotonía" del arte oriental, Praz sostiene que el arte europeo "es desarrollo", para sentenciar: "El arte asiático es al arte europeo lo que el mundo de los insectos al mundo de los mamíferos. Con pocos moldes sabiamente manejados puedes reconstruir una Alhambra, pero no puedes hacer el friso del Partenón o uno de los portales de la Catedral de Chartres o el campanario de Giotto". "Con la repetición infinita del mismo grupo de columnas, puedes construir la Mezquita de Córdoba, pero no un templo griego", insiste Praz, cuyas críticas afectan también a otras joyas del arte español, como la Mezquita cordobesa, el monasterio de San Clemente de Sevilla, la catedral de Burgos o templos toledanos.

Las críticas a estos monumentos cristianos la argumenta Praz en que los árabes "a los españoles les dejaron, junto con la sangre, la herencia de su gusto oriental por la monotonía decorativa, por el arte de multiplicar sin desarrollar, por el motivo que adorna y no crea", lo que también le hace preguntarse: "¿Puede hablarse de arquitectura árabe? ¿O sería más apropiado hablar de un estilo decorativo árabe?". Según Praz, en materia arquitectónica, "los árabes no inventaron nada", sino que "dieron a los arcos romanos forma de herradura de caballo", lo cual no considera "más que un leve arreglo, como una modista de París con una sabia presión de los dedos sabe dar a las telas de un sombrero el plegado".

De modo que del churrigueresco, como herencia de lo árabe, dice que es "arte de orfebres, meticuloso, teniendo como referente lo maravilloso y lo disparatado, donde la cantidad ocupa el lugar de la calidad, y el cúmulo trata de imitar la riqueza de invención", para concluir sobre este español: "incluso aunque la mano que ejecuta sea diestra, el cerebro que diseña es mediocre. Es un arte provinciano que confunde redundancia y riqueza".

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