Claude Monet en subasta

Una vista del río Támesis fue vendida por casi 18 millones de libras (36 millones de dólares) el lunes, iniciando una semana de grandes ventas de obras de arte en el mercado londinense. "Waterloo Bridge, Temps Couvert" ("Puente de Waterloo, cielo nublado") fue adquirido por un cobrador anónimo por 17.940.000 libras (35,6 millones de dólares) incluyendo la comisión en la subasta de Christie's. El precio, que duplica con creces la estimación previa, es el segundo más alto que se paga por un Monet en subasta. El récord lo tiene la casa Sotheby's, con 20 millones de libras en 1998. "Waterloo Bridge, Temps Couvert" es parte de una serie de vistas del puente y el río que Monet pintó desde su cuarto del Hotel Savoy a principios del siglo XX.

Un cuadro de la serie "Nympheas" (Nenúfares) de Claude Monet fue vendido por 18,5 millones de libras (27,4 millones de euros), en una subasta organizada el martes por la noche en Sotheby's, anunció la casa londinense. Estos "Nenúfares", que fueron pintados en 1904 en la localidad francesa de Giverny, esta obra fue comprada a Michel Monet, hijo del pintor, por un coleccionista francés en la década de 1920. y no había sido vista en público desde 1936. Sólo una tela de Monet, "Bassin aux nymphéas et sentier au bord de l'eau" (Estanque de nenúfares y sendero al borde del agua), se había vendido por un precio más alto: 19,8 millones de libras en 1998. "Nymphéas", estimada por Sotheby's entre 10 y 15 millones de libras, fue adquirida por un comprador anónimo.

Claude Monet convirtió la naturaleza en arte antes de plasmarla en sus cuadros, creando, así, una simbiosis total entre la jardinería y la pintura. Porque Monet era un jardinero apasionado; él mismo se ocupaba del diseño y la plantación del jardín, coleccionaba catálogos y libros, y pedía semillas y plantas a todas partes del mundo. Cuando compró su casa en el pueblo normando de Giverny, a 75 kilómetros de París, en 1890, diseñó un jardín junto a la casa, con parterres regulares y rectilíneos organizados según el color de las flores. Tres años más tarde adquirió otro terreno cerca, donde creó su famoso jardín acuático, protagonizado por un gran estanque y un puente, inspirados en estampas japonesas, tan en boga por aquel entonces. Para poder cultivar los nenúfares, importados de Japón, el pintor tuvo que elevar la temperatura del agua del estanque, contra las protestas de los vecinos, acostumbrados a lavar en las aguas del río Ru que pasaba por la finca y que formaba el estanque, que temían que esas exóticas plantas venidas de tan lejos pudieran envenenar su agua.

Y eran justamente esas plantas tan temidas, los nenúfares, las que se iban a convertir en protagonistas de la obra tardía de Monet, que inició las famosísimas series de Nympheas en 1899, para continuarlas hasta su muerte, en 1926. “Me llevó algún tiempo entender a mis nenúfares –comentaba el pintor en sus últimos años–. Los cultivaba por puro placer, sin pensar en pintarlos, hasta que, de repente, tuve una revelación. Tomé el pincel, -agregaba-, y desde entonces no he tenido otro modelo”. Además, sobre sus muchos óleos pintados a la orilla del adorado estanque, Claude Monet filosofaba de la siguiente forma: “Lo esencial del tema es, en realidad, el espejo de agua cuyo aspecto se modifica todo el tiempo, gracias a las porciones de cielo que allí se reflejan, y que esparcen vida y movimiento. La nube que pasa, la brisa que refresca, el copo que amenaza y que cae, el viento que sopla bruscamente, la luz... y tantas otras cosas imperceptibles para el ojo de los profanos”. Así pues, el cuidadoso jardinero-pintor en su jardín había logrado su objetivo: observar la naturaleza con recogimiento. Era (y es) un escenario creado por él mismo, a su gusto y a su medida, donde podía estudiar y esbozar a cualquier hora del día y bajo las condiciones luminosas más diversas. Fue Giverny su paraíso particular, siempre repleto de flores tes luminosas más diversas. Fue Giverny su paraíso particular, siempre repleto de flores todo el año: peonías, lirios, rosales... y las perfumadas glicinias que envuelven el puente japonés, junto a los diferentes verdes... y las ramas del sauce llorón cayéndose sobre el agua, los helechos, bambú... En fin, una auténtica sinfonía de colores de infinitos matices. El jardín hecho pintura.

Fuentes: