La vertión pictórica de Le Corbusier

El Museo Reina Sofía de Madrid muestra estos días una exposición dedicada al maestro franco-suizo Le Corbusier (1887-1965), cuyo verdadero nombre era Charles-Edouard Jeanneret. Trabajador incansable, él siempre dijo del trabajo que no es un castigo, es como respirar, quizás por eso fue capaz de cultivar tantos campos. En sus propias palabras encontramos la explicación de la amplitud verdaderamente gigantesca de su obra. La obra plástica Le Corbusier (1887-1965), reunida por su colaboradora Heidi Weber en el museo que lleva su nombre en Zurich, desembarca en el Museo Reina Sofía para mostrar la faceta menos conocida de este artista, un referente de la arquitectura del siglo XX. Comisariada por Juan Calatrava, la muestra, que estará abierta hasta el 3 de septiembre, reúne un total de 160 obras, entre pinturas, esculturas, dibujos, litografías, mobiliario y documentación. Así, lo que se consigue es hacer realidad las palabras del arquitecto: "No hay escultores solos, pintores solos, arquitectos solos. El acontecimiento plástico se realiza en ‘FOTres bañistas' (1935). (Colección Heidi Weber)RMA UNA’ al servicio de la poesía". Y de esta forma, cualquiera es capaz de percibir la indisoluble ligazón entre la obra plástica de Le Corbusier y su arquitectura.

Tres bañistas' (1935). (Colección Heidi Weber)

La mayor parte de las piezas que componen la colección de obras de Le Corbusier fue reunida a partir de finales de la década de los cincuenta por la galerista suiza Heidi Weber. A sus ochenta años, Weber sigue siendo hoy una mujer apasionada. Una marchante en activo, una abogada de la causa lecorbuseriana digna madre de Bernard Weber, el promotor de la candidatura de las maravillas del mundo que tan alterada está poniendo a La Alhambra. El caso es que, cuando en junio de 1957, Heidi Weber entró en la Kunsthaus de Zúrich para ver una exposición de la obra pictórica de Le Corbusier, quedó prendada. Entendió que aquello era lo que había estado buscando toda su vida. Tenía apenas treinta años, un hijo y estaba recién separada, pero ya entonces era todo menos una mujer conformista. La misma vehemencia que la había llevado renunciar a una pensión de paternidad alegando que la mejor educación se daba con el ejemplo, la había abocado, siendo una adolescente, a abandonar la vida burguesa para meterse detrás de un mostrador a vender productos de Elizabeth Arden.

No lo debió hacer mal, porque con 21 años le ofrecieron dirigir la empresa en Europa. Pero no lo aceptó. Era otra cosa lo que buscaba, y unos años más tarde la encontró en la exposición de la Kunthaus. Su primer lienzo de Le Corbusier llegaría poco después. Es un collage de apenas 40 cm, Mujer y concha, y puede verse en la exposición. Le Corbusier se lo había regalado a un amigo fotógrafo. Y ella no dudó en cambiarlo por su Topolino descapotable. Luego le costó encontrar más lienzos. Las pinturas de Le Corbusier no se vendían. No encontraban comprador. No le quedaba otra opción que acercarse al propio artista. Fue entonces cuando supo que el arquitecto buscaba comprador para la hermosa casa que veía desde Le Cabanon, su refugio a orillas del Mediterráneo. La casa en venta era la E 1027 diseñada por Eileen Gray. La arquitecta autodidacta se la había regalado al editor de Le Corbusier, Jean Badovici, cuando sintió que su relación se acababa. Aquella casa era importante, un manifiesto de la arquitectura moderna hecho por una arquitecta autodidacta y millonaria. ¿Qué podía hacer Weber? No tenía dinero para comprarla, pero consiguió hablar con el arquitecto y se ofreció para venderla. Tomó un vuelo y apareció por allí.

'La hija del guardián del faro' (1929). (Colección Heidi Weber)

Corre el verano de 1958, estamos en L'Étoile de Mer, el merendero de la cala de Cap Martin. Le Corbusier ya es Le Corbusier. Ha firmado la Capilla de Ronchamp y el Palacio de Justicia de Chandigarh, en la India. Tiene 70 años y no acaba de creerse que a alguien le guste su pintura. Heidi Weber sólo alcanzó a decir que le gustaba más que su arquitectura. Lo contrario de lo que el arquitecto se había cansado de escucharle a todo el mundo que lo acusaba de hacer una "pintura de Bidet". Fue suficiente. El resto llegó con la vehemencia de la joven. Primero, la reedición de muebles que no habían conseguido producirse desde 1929. Cuando se inauguró la primera exposición de Le Corbusier en la galería que Weber abrió en Zúrich hubo tanta demanda de la Chaise-Longue que, en apenas dos años, tuvo que negociar con la productora Cassina su fabricación. Los lienzos corrían peor suerte. Seguían sin venderse. Algunas de las manos, las fornidas amazonas, los toros o lo totems de sus pinturas son trabajos nunca acabados. Le Corbusier los retocaba, los fechaba, los corregía y volvía a fechar varios años después. Cuando, tras la inauguración de la muestra, Weber recibió la llamada del arquitecto, le mintió. Aseguró que lo había vendido todo. Al final fue ella la que se quedó con los cuadros. "Sus obras me cautivaron inmediatamente. Me abrumaba su poder expresivo y deseaba poder admirar la pintura del artista en cualquier momento y sin distracción", confiesa Heidi Weber.

Para Juan Calatrava, director de la E.T.S. de arquitectura de Granada y comisario de la muestra, en las salas del Museo Reina Sofía se despliega la obra plástica de Le Corbusier desde los años 20 hasta su muerte en el año 65, reflejando su "inconformismo consigo mismo" y la "tensión intelectual" que le llevó a indagar en nuevas técnicas artísticas. En palabras de la directora del Museo Reina Sofía, Ana Martínez de Aguilar, esta exposición reúne lo más importante de la colección de Weber en el un momento en el que se cumple el 50 aniversario del encuentro entre el artista y la galerista. "Ella fue un estímulo profesional en cuanto a la seriación de su obra", indicó la directora del Reina Sofía. El museo Reina Sofía no destaca la faceta arquitectónica de Le Corbusier en esta exposición, sino su lado plástico y escultórico, de una calidad tan alta como la de su arquitectura. El espíritu de las formas anima sus cuadros de la misma forma que su arquitectura. En definitiva, según Ana Martínez, lo que ofrece la exposición es "la obra de un artista capaz de disolver el arte en la vida con el fin de mejorar el bienestar del ser humano". Pero seguro que su fama como arquitecto jugó en su contra. Aunque él se cansara de decir que veía, en ambas ocupaciones, una misma búsqueda de la poesía. Fuera como fuera, esa falta de reconocimiento le descubrió a Le Corbusier un punto débil.

Para mostrar este discurso expositivo de uno de los maestros de la arquitectura, para quien experimentación era una parte fundamental de su creación, se ha recurrido a una exhibición muy particular que responde a las tesis de Le Corbusier en cuanto a la exposición de las obras. "Le Corbusier pensaba que las exposiciones debían reunir la escala palaciega y recuperar la escala doméstica", explicó Juan Calatrava, quien destacó que la mayoría de las obras se exhiben a un "nivel más bajo" de lo habitual, concretamente a una altura de 2'26 metros, equivalente a un hombre de talla media. Heidi Weber se empeñó desde el principio en difundir el lado menos conocido del artista. Y eso es lo que pretende el museo con esta exposición al reunir un conjunto de elementos que nunca hasta ahora habían sido objeto de una muestra unitaria, y que está dividida en tres grandes apartados.
OZON, 1957
  • El recorrido de exposición comienza con la reedición y comercialización de muebles de Le Corbusier. Se incluyen varios de sus diseños ya míticos, como, por ejemplo, las sillas de tubos metálicos de los años veinte, la 'Silla con respaldo basculante' o los sillones 'Grand Confort', que fueron reelaborados por Heidi Weber en un trabajo conjunto con el artista y comercializados en Suiza a partir de 1959.
  • El segundo apartado se centra en la obra plástica de Le Corbusier que Heidi Weber ha ido reuniendo desde los años cincuenta. Son un conjunto de pinturas, esculturas, grabados, dibujos, tapices, etc. del artista que compite en importancia con el legado que custodia la Fondation Le Corbusier en París. Sin llegar a perder el orden cronológico, las obras de esta sección se agrupan fundamentalmente por su temática: los llamados objects à rèaction poétique, toros, mano abierta, mujeres, tótems, las 'pinturas acústicas', etc. En estas obras es posible encontrar referencias a la obra de Picasso y a otros grandes pintores relacionados con el cubismo, como Juan Gris o Georges Braque. El visitante puede comprobar la adicción de Le Corbusier al trabajo fijándose en los estudios previos y posteriores que hacía de sus obras hasta darlas por terminadas. Algunos ejemplos los encontramos en 'La caída de Barcelona' (1939), en los distintos dibujos de 'Mano abierta' (1963) hasta llegar a convertir la obra en una escultura, etc.
  • Finalmente, el edificio de la Maison de l'Homme de Zurich, actual Museo Heidi Weber y conocido como Centro Le Corbusier, que protagoniza el tercer apartado de la exposición. Weber convenció a Le Corbusier, cuando estaba trabajando en el convento dominico de La Tourette, para crear un tipo de edificio con el que llevaba soñando desde el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial (proyecto Porte Maillot, 1950): un nuevo género de pabellón de exposiciones que materializase el ideal teórico de la síntesis de las artes y la reconciliación entre artes plásticas y arquitectura. Lo entusiasmó pidiéndole que trabajara el acero con el modulor, un sistema métrico universal que tenía por base un hombre con el brazo extendido: dos metros y 26 centímetros. Esa es la medida de cada planta del pabellón colorista de placas de acero y planchas de vidrio. Se comenzó a construir en 1963 y no fue terminado, tras numerosas dificultades, hasta 1967. Este edificio retrata la fijación del maestro por la transparencia y la policromía. Además, se puede adivinar en él la arquitectura de prefabricados que llegaría a finales de los setenta. Pero Le Corbusier nunca pudo verlo terminado, pues había muerto víctima de una crisis cardíaca el 27 de agosto de 1965. El Reina Sofía exhibe, en este apartado, el vídeo que muestra la construcción de este edificio que representa, según Heidi Weber "una unidad armónica entre arquitectura, escultura y pintura". Le Corbusier dejó dibujados sus 22.000 tornillos. El montaje de la exposición, no sólo arropa esta historia, la explica. El arquitecto Pedro Feduchi ha reproducido parte del pabellón Weber, incluida la rampa: "Las escaleras separan, las rampas unen", solía decir el arquitecto. A Le Corbusier hay que agradecerle que siguiera pintando obstinadamente cuando era ya un genio de la arquitectura dejando a los demás la herencia de poder ser algo más que uno.
Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que incluye la reproducción de todas las obras expuestas, y los textos del comisario, Juan Calatrava, profesor de arquitectura de la Universidad de Granada, la asesora general Heidi Weber, Pedro Feduchi, arquitecto y diseñador, y Juan José Lahuerta, historiador de arte.

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Fuentes: