Con amigos así ...

HACE APENAS un mes, la recién estrenada asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV) ofrecía unas cifras nada tranquilizadoras, en cuanto a paridad se refiere, respecto a las adquisiciones en el año 2009 del Museo Reina Sofía. “En 2009, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía adquirió obra de 96 artistas en total, entre los que se hallan sólo 12 artistas mujeres: 12,5%. En concreto, 4 artistas españolas (de un total de 54 artistas españoles): 7,4%. Y 8 artistas extranjeras (de un total de 42 artistas extranjeros): 19,04%”.

Pese a lo alarmante de las cifras, tenía uno la tentación de buscar explicaciones para justificar esta llamativa desigualdad: tal vez la causa es la Historia misma, el modo en el cual hasta hace relativamente poco las mujeres hemos estado vetadas del relato que circula. Incluso con la mejor intención, no hay artistas españolas de la época de Goya, salvo Rosario Weiss. Son escasas las mujeres de la vanguardia histórica —Mallo, Blanchard, Varo y cuatro más—, inexistentes las “expresionistas abstractas” salvo Krasner y, a veces, por esa misma escasez, las obras resultan complicadas de conseguir —aunque no sé cómo ha dejado pasar el Museo Nacional Reina Sofía la espléndida obra de Mallo, Antro de fósiles, ahora expuesta en Madrid, que se creía perdida y que acaba de salir a subasta—. Además…qué demonios, las estadísticas son perversas. Son aquello que cuando uno ha comido cuatro pollos y otro ninguno dice que ambos han comido dos.

Pero cuando estaba a punto de excusar al Reina estalla la bomba —y qué bomba— desde las páginas de este suplemento. Ante la pregunta impecable de Fietta Jarque: cuál es el simbolismo de sus mujeres reclinadas, “qué historias hay detrás”; el artista alemán Thomas Schütte declaraba—y cito completo para que no digan que saco de contexto—: “En cuanto a las mujeres reclinadas, escogí esa posición porque muy pocas mantienen la estética en otras poses. La mujer suele lucir mejor reclinada, como los caballos lucen mejor de pie. No se hacen muchas esculturas de caballos reclinados. Es así, simplemente. Lo que me interesa es trabajar los materiales y los espacios”. Es parecido a lo que dicen los directores de porno: un buen cuerpo femenino desnudo mejor fotografiarlo de pie, apoyado sobre una pared fingiendo la sábana arrugada. De hecho, es la broma que se gasta en la escena de la película Frida. Cuando Diego Rivera está pintando a una modelo —reclinada—, Frida le corrige uno de los senos al pasar: tan alto es poco realista.

Aunque claro, una cosa es Rivera o Picasso, pintores en la tradición de supermachoman, y otra un conceptualizante cincuentón que muestra sus obras como epítome de lo supersofis. ¿Que a los artistas se les debe consentir todo? Pues no. Y menos a los coetáneos que, además, ni son Rivera ni son Picasso, todo hay que decirlo. Si se puede justificar que haya pocas compras de mujeres “históricas”, no se puede admitir que semejante energúmeno, que mezcla sin pestañear mujeres con caballos, se exhiba en las salas de un museo financiado con dinero público. ¿Que es una entrevista y allí siempre se ponen cosas que uno no quiso decir? No lo creo: semejante opinión no se escapa a menos que no se tenga muy internalizada. Y eso que el Reina Sofía se presenta como el adalid de un discurso antihegemónico y no basado en las jerarquías clásicas y dice sin parar que el MOMA es colonial y antiguo. Pues ojo con quien se invita que, con amigos así, con declaraciones dignas de El Fari, no se necesitan enemigos. Me vuelvo a Simone de Beauvoir que no puedo con tantas vulgaridades —y que a ver al energúmeno vayan los Jinetes del Apocalipsis (que les pega todo)-.

Estrella de Diego, Con amigos así ..., EL PAÍS / Babelia, 6 de marzo de 2010