Los cadáveres de Leonardo
En 1510, Leonardo da Vinci, con 58 años ya, dejó Milán para trabajar con Marcantonio della Torre, un profesional de la anatomía de la Universidad de Pavía y maestro de la disección. El artista italiano, símbolo del espíritu renacentista, tenía al hombre como el centro de todo. Da Vinci sabía que para conocer los secretos del cuerpo humano había que abrirlo y verlo desde todas las perspectivas. El resultado de aquel invierno abriendo cadáveres es una serie de dibujos que, 500 años después, aún siguen fascinando a los científicos.
Cubierta del catálogo ‘Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man'. - Royal Collection © 2010, Her Majesty Queen Elizabeth II
Cubierta del catálogo ‘Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man'. - Royal Collection © 2010, Her Majesty Queen Elizabeth II
Uno de ellos, el profesor de Biología Celular de la Universidad UT Health Science Center en San Antonio (Texas, EEUU), Ron Philo, ha publicado Leonardo da Vinci: la mecánica del hombre, un catálogo que, por primera vez, reúne la mayor parte de los trabajos de anatomía de Da Vinci realizados en Pavía, pero también en Florencia y Milán. El material original, conocido como Manuscrito A, uno de los verdaderos diez Códigos Da Vinci, está tras los altos muros del castillo de Windsor y pertenece a la Colección Real de la reina británica Isabel II. La mayor parte de los dibujos ha salido de palacio y se expone en Vancouver Art Gallery (Canada), bajo el mismo título.
"Aunque algunos detalles no están dibujados correctamente, su maestría es evidente en toda su obra. En sus dibujos, los músculos parecen vivos. Los detalles son tan pequeños que se necesita un lente de aumento para verlos con claridad", dice Philo, intentando explicar su fascinación. "A menudo, muestro los dibujos que Leonardo hizo de la columna vertebral junto a uno actual y pregunto a mis alumnos cuál es más exacto o mejor. Para conocer detalles de una vértebra prefiero el moderno, pero para la fidelidad del conjunto, me quedo con los de Leonardo", añade.
Contra el dogma
Para conseguir una exactitud y un detalle que han pervivido cinco siglos, Leonardo tuvo que diseccionar el cuerpo humano. Lejos de un interés morboso, las razones del artista para abrir cuerpos eran poderosas. Su arte necesitaba de la ciencia. "Quería entender cómo estaba construido el cuerpo humano para poder dibujarlo o pintarlo en su arte con exactitud. La mayoría de los libros de anatomía de entonces no tenían ilustraciones, y los pocos que las tenían, no eran fidedignas. Leonardo se dio cuenta de que necesitaba hacer sus propias disecciones y dibujarlas", comenta Philo. Y eso hizo. Abría, desmembraba y cortaba, al mismo tiempo que dibujaba y tomaba notas con su particular estilo espejo, desde la derecha de la hoja y con las letras al revés.
El genio no lo tuvo fácil. En un tiempo casi medieval, repugnaba la idea de abrir un cadáver humano y era una práctica ilegal. La religión lo desaprobaba. Sólo algunos reputados médicos contaban con el visto bueno de las autoridades para tales prácticas. A pesar de que la disección de cadáveres era una práctica conocida, el rechazo estaba también asentado en la ciencia. "Aunque llevaban muertos varios siglos, las ideas de Galeno de Pérgamo y Aristóteles aún dictaban cómo enseñar en ciencia y en medicina", explica Philo. Galeno, el maestro de la medicina en la antigüedad, había basado todo su conocimiento en la observación exterior, nunca se le habría ocurrido profanar un cuerpo. Da Vinci ni siquiera era un científico para retar al dogma. Pero lo hizo.
Cuchillos y sierras
El último obstáculo era técnico. La ciencia europea de entonces no conocía la técnica del embalsamamiento. Tampoco se refrigeraban los cuerpos ni se conservaban con sustancias. El formaldehído (formol) no sería descubierto hasta el siglo XIX. Leonardo tuvo que usar afilados cuchillos y sierras, en ocasiones, para explorar cuerpos ya inflados. Eso hace aún más relevante la belleza de sus dibujos. "Virtualmente, cada dibujo es la más fina descripción de una estructura determinada hecha hasta entonces y, en muchos casos, por varios siglos posteriores", explica Martin Clayton, responsable de la Colección Real y coautor del catálogo.
Fue desde 1480 cuando Leonardo empezó a interesarse por la anatomía. Tenía en mente un proyecto donde el hombre era el centro de la obra. Pero entonces no era conocido y debió conformarse con leer antiguos tratados y con destripar osos, perros o monos. Sin embargo, a medida que creció su fama, se le abrieron las puertas de los mortuorios. Se estima que diseccionó al menos 19 cadáveres (otros elevan la cifra a 30). Los obtenía de hospitales, como el de Santa María Nuova de Florencia o el hospital del Santo Spirito, en Roma, hasta que el Papa León X, azuzado por otros artistas, se lo prohibió. Los cuerpos eran de criminales ejecutados o personas que morían sin ser reclamados por los familiares.
El maldito cuerpo de la mujer
Leonardo rompió otro tabú: el del cuerpo de la mujer. Grandes hombres de la antigüedad no sólo mostraron su desinterés por la anatomía y fisiología femeninas. Algunos, como Plinio, en su Historia Natural (de la que Leonardo tenía una copia) mostraban horror por la menstruación. Tampoco los prejuicios religiosos sobre el pecado original ayudaron a la investigación sobre la salud femenina. Sin embargo, Leonardo dibuja el cuerpo de la mujer como nadie hasta entonces. Si el folio 12281r muestra un detallado corte en sección de un cuerpo femenino, el 19095 dibuja varias fases del útero durante el embarazo.
Leonardo tenía previsto publicar un tratado de anatomía con la ayuda de Della Torre. Pero la muerte de este por la peste frustró el proyecto. "Los dibujos tuvieron poco impacto. Leonardo no imprimió casi ninguno y había que viajar para verlos", dice Philo. Peor aún, tras la muerte de Leonardo (1519) sus manuscritos fueron desperdigados por media Europa durante 300 años. Nunca se sabrá el posible efecto que podrían haber tenido sobre la medicina.
El escultor de los ‘Códigos Da Vinci'
Tras la muerte de Leonardo en Francia, su pupilo, Francesco Melzi, regresó a Italia con la mayoría de los manuscritos y dibujos de Da Vinci. Los herederos de Melzi, sin ser conscientes de su valor, los fueron regalando o vendiendo a precio casi del papel.
Se desconoce cómo, pero buena parte de estos trabajos acabaron en manos de Pompeo Leoni, escultor italiano que trabajó en la corte española de Carlos V y Felipe II. Leoni es el malo de la historia de los manuscritos de Da Vinci. No le gustaba el orden que tenían los dibujos y las notas y decidió arrancarlas y colocarlas según su criterio. Le pareció más lógico reunir en un mismo libro los relacionados con la anatomía o, en otro, los trabajos de ingeniería. Tras acabar el destrozo, había en Madrid seis volúmenes diferentes. Sólo uno de ellos, el ‘Codex Atlanticus' tenía unos 600 dibujos. Tras su muerte, los hijos de Leoni llevaron parte de ellos a Italia.
Desde entonces, la historia ha sido aún más caprichosa con los códigos. Según aparece en un escrito del Museo Nacional de la Tecnología y la Ciencia Leonardo da Vinci, Napoleón se llevó varios manuscritos. Pero la corona austriaca, señora del norte de Italia en el siglo XIX, consiguió recuperar una parte.
Todos los materiales españoles se perdieron o acabaron en Inglaterra. Todos menos uno. En 1966, por azar, se encontraron unos manuscritos del artista italiano en los archivos de la Biblioteca Nacional, a los que se llamó ‘Los Códigos de Madrid'. Hoy en día se conocen diez de los códigos de Da Vinci: el ‘Codex Arundel', que está en la Biblioteca Británica, el ‘Atlanticus' y el ‘Trivulzianus', ambos en Milán, y hay otros en la vecina Turín, en París y Londres. Bill Gates compró el ‘Código Leicester' en 1994. Pero los dibujos y notas no han vuelto a ser reunidos desde que los elaborara Leonardo da Vinci.
Miguel Ángel Criado, Madrid: Los cadáveres de Leonardo, Público, 19 de marzo de 2010
Se desconoce cómo, pero buena parte de estos trabajos acabaron en manos de Pompeo Leoni, escultor italiano que trabajó en la corte española de Carlos V y Felipe II. Leoni es el malo de la historia de los manuscritos de Da Vinci. No le gustaba el orden que tenían los dibujos y las notas y decidió arrancarlas y colocarlas según su criterio. Le pareció más lógico reunir en un mismo libro los relacionados con la anatomía o, en otro, los trabajos de ingeniería. Tras acabar el destrozo, había en Madrid seis volúmenes diferentes. Sólo uno de ellos, el ‘Codex Atlanticus' tenía unos 600 dibujos. Tras su muerte, los hijos de Leoni llevaron parte de ellos a Italia.
Desde entonces, la historia ha sido aún más caprichosa con los códigos. Según aparece en un escrito del Museo Nacional de la Tecnología y la Ciencia Leonardo da Vinci, Napoleón se llevó varios manuscritos. Pero la corona austriaca, señora del norte de Italia en el siglo XIX, consiguió recuperar una parte.
Todos los materiales españoles se perdieron o acabaron en Inglaterra. Todos menos uno. En 1966, por azar, se encontraron unos manuscritos del artista italiano en los archivos de la Biblioteca Nacional, a los que se llamó ‘Los Códigos de Madrid'. Hoy en día se conocen diez de los códigos de Da Vinci: el ‘Codex Arundel', que está en la Biblioteca Británica, el ‘Atlanticus' y el ‘Trivulzianus', ambos en Milán, y hay otros en la vecina Turín, en París y Londres. Bill Gates compró el ‘Código Leicester' en 1994. Pero los dibujos y notas no han vuelto a ser reunidos desde que los elaborara Leonardo da Vinci.
Miguel Ángel Criado, Madrid: Los cadáveres de Leonardo, Público, 19 de marzo de 2010