Celebración de la inestabilidad

Una estatua de mármol es símbolo de inmortalidad. En Carrara, Italia, se desarrolla a lo largo del verano la Bienal de Escultura, que analiza el papel del monumento en la época actual
NO, escultura del artista español Santiago Sierra en la bienal de Carrara.-El 9 de abril de 2003 los telediarios de todo el mundo abrieron con las mismas imágenes. La estatua de Sadam Husein se inclina desde su pedestal, cae a tierra, un niño la aporrea con un par de zapatos. Es el final de una época. Muy lejos de zanjar la guerra, más lejos aún de marcar la solución de las tribulaciones políticas y sociales del país, la muerte de aquel monumento fue el símbolo más potente del derrumbe del dictador. El mensaje llegó fuerte y claro a todos los rincones del planeta. Más que las declaraciones triunfales del presidente George W. Bush. Como este, miles de ejemplos podrían expresar la idea de que los monumentos traducen en términos plásticos la penetración de una ideología, un poder fuerte, una aspiración a la eternidad.

Bellos o agresivos, imponentes o discretos, expresión de opresión o de libertad, siempre constituyen un poético y conmovedor desafío a la muerte, al olvido. "¿Qué función pueden desempeñar en una época como la actual, asustada, hundida en una profunda crisis económica y de identidad?", se pregunta Fabio Cavallucci, director artístico de la Bienal Internacional de Escultura de Carrara, que este año celebra la XVI edición bajo el título de Postmonument. ¿Qué pasa con la ostentación del poder en una época en que las ideologías no se presentan como graníticas certezas dignas de durar para siempre? Estatuas, mausoleos, estelas y placas parecen criaturas anacrónicas, patosamente majestuosas, inadecuadas para interpretar y simbolizar una época fragmentada. Líquida, como la define el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Si monumento es una palabra que contiene en sí el memento, el concepto de la huella, del recuerdo, del triunfo sobre el tiempo que pasa y borra, ¿qué merece tal honor hoy en día? La respuesta, o un intento de respuesta, mejor dicho, encuentra su escenario en las calles de la pequeña ciudad toscana, encajada entre mar y montañas, famosa por sus canteras de mármol, donde Miguel Ángel, Gian Lorenzo Bernini, Antonio Canova y generaciones de escultores extraían el oro blanco. Los trabajos de un prestigioso abanico de artistas internacionales interrogan al visitante en varios puntos de la urbe, a través de un recorrido que desde la playa de Marina de Carrara conduce hasta el casco histórico, pasando por los viejos talleres donde hace décadas trabajaban centenares de obreros cortando y puliendo el mármol. En el diálogo con el pasado de la ciudad entran los artistas que en gran parte -al menos 26 de los 33 invitados- concibieron obras específicas para la ocasión.

Maurizio Cattelan (Padua, 1960) firma un polémico monumento funerario de Bettino Craxi, político italiano, todopoderoso en la República de los años ochenta, hasta que a principios de los noventa fue condenado por corrupción y escapó a Túnez. Reflexiona sobre la ambigüedad del poder también Nemanja Cvijanovic (Rijeka, Croacia, 1972), cuya instalación es acompañada por la melodía de la Internacional comunista. Las fotos coloreadas de Yelena Vorobyeva y Viktor Vorobyev, representantes punteros del arte de Asia central, investigan la nueva monumentalidad de Kazajistán, expresión de la voluntad del presidente Nazarbayev, suspendida entre ambición de potencia e improvisación naif. Kevin van Braak ha creado una falsa fachada para la ex serrería Corsi, una de las sedes de la exposición. En pleno estilo fascista, utiliza números romanos y amplias líneas límpidas.

La obra de Gillian Wearing, Be a monument, también ironiza con la celebración de la grandiosidad. El conceptual británico (Birmingham, 1963) invita a subir encima de un pedestal marmóreo con incisivas frases inscritas a personas que adoptan actitudes de acuerdo con ellas y que él captura en fotografías llenas de luz. Daniel Knorr (Bucarest, 1968) pone el sello poético con un enorme incienso que se quema despacio. Un monumento destinado a apagarse con el cierre de la bienal el 31 de octubre. La ceniza cae a sus pies y su perfume impregna la nave de la Ex Segheria Adolfo Corsi. Otro memento de la vulnerabilidad del hombre en la historia es el homenaje que la francesa Cyprien Gaillard (París, 1980) rinde a las víctimas del 11-S: una teca de cristal expone el único fragmento de mármol de Carrara que sobrevivió al atentado.

Como señal de la huella que deja el hombre actual está la del siempre irreverente Paul McCarthy (Salt Lake City, 1945): gigantes heces de mármol poroso y pintado de marrón que profanan con picardía la avenida de Roma, plácida secuencia de fachadas renacentistas en colores pastel. O quizás lo que queda por hacer es gritar NO, como el español Santiago Sierra en la etapa italiana de su NO global tour, con la enorme, compacta y perentoria sílaba que domina la plaza Brucellaria. La última resistencia posible.

www.2010.labiennaledicarrara.it

Lucía Magi: Celebración de la inestabilidad, EL PAÍS / Babelia, 31 de julio de 2010