La "Última Cena" de Leonardo en pelibro por la contaminación

Por si no bastasen los problemas creados por el propio Leonardo da Vinci -que utilizó capas de yeso de baja calidad-, por los restauradores chapuceros, los soldados de Napoleón y los bombardeos americanos de 1943, el maravilloso fresco de la «Última Cena» sufre ahora la agresión del exceso de visitantes, resultado del éxito popular del «Código Da Vinci» y otras obras de ficción que han convertido esta obra de arte en un manantial de simbolismos secretos. La poderosa escena de la traición de Judas, traicionada por Dan Brown y sus epígonos, vuelve a ser traicionada ahora por un enemigo invisible que llega con las oleadas de turistas.

Milán es una de las ciudades más contaminadas de Europa, y la concentración de micropartículas en el aire se traslada al interior del refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie en la ropa de los turistas, que el año pasado llegaron a los 350.000. La alarma de los conservadores del Patrimonio, publicada ayer por el «Corriere della Sera», se debe a que en el 2006 se ha triplicado la presencia de micropartículas en la gran sala de la «Última Cena». El arquitecto Alberto Artioli advierte que «una de las principales causas de agresión es la presencia de polvo que se deposita sobre una superficie extremadamente escabrosa e irregular, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en un sedimento difícil de limpiar sin procedimientos traumáticos».

Aparte del problema del polvo que invade una superficie muy escamada, la asociación ChiamaMilano denuncia «el fenómeno del «blackening» o ennegrecimiento, pues el polvo contiene partículas de carbono que inevitablemente terminan por ennegrecer las imágenes». Mientras que en 2005 la concentración de micropartículas Pm 10 era de de 10 a 15 microgramos por metro cúbico, las cifras han subido en 2006 a picos de 40 microgramos varias veces al día, con una media mensual de 30 microgramos. Las micropartículas llegan en los abrigos, las chaquetas y los cabellos de los visitantes, un problema que amenazaba también con echar a perder la maravillosa restauración de los frescos de la Capilla de los Scrovegni en Padua.

Giotto, protegido en Padua

Por fortuna para Giotto, los responsables de la joya de Padua crearon una sala acristalada con capacidad para veinte personas en la que los visitantes deben esperar 3 ó 4 minutos antes de entrar en la Capilla. Sin que se den cuenta, entra aire totalmente filtrado y seco mientras que un sistema de aspiración se lleva la humedad, las micropartículas de polvo, las fibras desprendidas de los vestidos e incluso las células epidérmicas que se desprenden continuamente de la piel.

Para evitar el deterioro del grandioso fresco de casi cinco metros de alto por nueve de ancho no hay más remedio que aplicar medidas impopulares: reducir el número de visitantes, instalar un vidrio de protección o construir una «burbuja» como la de Padua para proteger en serio el maravilloso fresco pintado por Leonardo entre 1496 y 1497 por encargo de Ludovico el Moro.

Leonardo representó el momento en que Jesús revela a sus Apóstoles: «Uno de vosotros me va a traicionar». Pedro echa mano a un cuchillo mientras pide a Juan que pregunte a Jesús quién es el traidor. Jesucristo ocupa el centro de la escena en una postura de serenidad como un «Pantocrátor», mientras los Apóstoles manifiestan reacciones de ira, temor, sorpresa, duda... Los más cercanos a Jesús son los más agitados; los de los extremos apenas se han enterado del drama pues, según Leonardo, «el más cercano entiende mejor, mientras que el más lejano apenas oye». Los padres dominicos querían representar en su refectorio el problema del libre albedrío y el misterio de la traición de los elegidos. Leonardo lo hizo de modo magistral pero en los últimos años las interpretaciones fantásticas han traicionado su mensaje.

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